Austin, Texas. Basta con observar cuatro o cinco creaciones del artista Gerardo Rodríguez para que salte al aire una pregunta: ¿Por qué los perros son una constante en sus obras? Buena forma de contestar eso es explicando que, a través de experiencias que ha ido acumulando desde niño, este boricua valida la idea respecto a que los canes son los mejores amigos del hombre.

Rodríguez no imagina la vida sin la compañía de al menos un perro. Creció en un hogar donde dos ejemplares eran parte de la familia. Más adelante, viviendo ya fuera de la isla, trabajó como “dog walker”, experiencia que lo acostumbró a disfrutar de recorridos por la ciudad en compañía de estos fieles animales. Luego, cuando se mudó a Washington D.C. para completar estudios universitarios, visitó un albergue de animales, de donde salió acompañado de un perro de la raza Weimaraner, esos que tienen pelaje corto, casi siempre en tonos de gris-plateado y que se distinguen por contar con un agudo institnto para cazar. Quiso llamarlo “Titus”.

“Se convirtió en mi mejor amigo. Fue con él que verdaderamente aprendí a querer a un perro de la forma en que se debe querer”, expresa el joven de 34 años, quien no tardó en convertir a “Titus”, en gran medida por el fuerte vínculo emocional que los unía, en una de sus principales inspiraciones a la hora de crear arte.

A través de los años plasmó la imagen inspirada en “Titus” en obras de pequeño y mediano formato. El año pasado Rodríguez convirtió al perro en la estrella de la pieza que nombró “Doggie Adventures” y que fue sometida a una convocatoria creada por la ciudad para seleccionar diez obras de arte que serían convertidas en “billboards” y que durante un año estarían en rotación por las carreteras y autopistas de Austin. De entre 250 artistas que presentaron sus trabajos, el de Rodríguez fue uno de los escogidos. La emoción del momento quedó empañada por el hecho de que, justo una semana antes, “Titus” había partido de este plano terrenal como consecuencia de tumores cancerosos que invadieron sus pulmones.

“Como en tres o cuatro ocasiones, mientras guío por la ciudad, me he topado de frente con el ‘billboard’. Pensaba que cuando me pasara por primera vez iba a llorar, pero lo que he sentido es felicidad al ver su imagen tan grande y recordar lo felices que fuimos juntos”, expresa Rodríguez, quien mantiene colgado del espejo retrovisor de su auto la placa que “Titus” llevó en su cuello por un tiempo con su nombre y la dirección de la casa. Además, en el centro de cremación canina donde dispusieron del cuerpo del animal le obsequiaron una placa de barro con una huella del querendón. Ni hablar de cuánto la atesora. Rodríguez muestra orgulloso que uno de los nueve tatuajes que lleva en su cuerpo es el nombre de “Titus”. Y ese tatuaje lo tiene en el pecho, cerca del corazón.

Ahora que Rodríguez comparte un hogar con Carly Badke, su pareja, es todo atenciones para con “Bodhi”, un perrito que no pesa más de ocho libras pero que, según su dueña, se cree un Pitbull debido al sentido tan agudo que tiene para defender su espacio y a quienes lo habitan. De hecho, cuando llegamos a casa de Rodríguez para realizar esta serie de entrevistas lo encontramos dándole el paseo matutino al consentido de la casa y cuyo rostro quedó ya plasmado en una pieza de arte que adorna un rincón de la residencia.

El “Monster Guy” boricua

Así como sucede con los perros, en la gran mayoría de las creaciones que hace Rodríguez aparecen unos monstruos, pero no feroces ni intimidantes, sino de aspecto colorido y con cara amigable. Ha ido creando una serie de piezas llamada “Monsters in Austin”, que en su mayoría consta de fotografías que él hace y luego, en formato digital, le inserta uno de sus personajes. Lo ha ido haciendo con imágenes de lugares u objetos con interés turístico y las exhibe en su página de Instagram.

Fue así como Rodríguez fue contactado por los dueños de una heladería que abrió sus puertas hace varios meses en la zona del “downtown” y cuyo emblema tiene precisamente un monstruo. Las creaciones del boricua adornan las paredes del lugar, dando oportunidad así a que locales y visitantes aprecien su trabajo.

Por otro lado, otro de sus monstruos protagoniza el primer mural que Rodríguez realizó. Resulta que tenía curiosidad por incursionar en esta técnica y uno de sus mejores amigos, quien recién estrena su casa, le permitió usar una pared de su garaje. Allí se aprecia el arte en gran formato la obra titulada “Plant Eater”, como homenaje a la pareja dueña del hogar que es vegetariana.

“Primero le dije en broma que pintara (el mural) y cuando lo hizo disfrutamos el proceso. Gerardo hace cosas únicas. Siempre es excitante ver lo nuevo que tiene”, nos dijo Patrick Howe, dueño de la casa, respecto al trabajo que se completó en entre ocho y diez horas.

Es precisamente Frozen Rolls Creamery, dicha heladería, uno de los espacios favoritos de Rodríguez para despejarse cuando va a la ciudad. Si el artista no está en su casa ni comiendo helados, entonces seguramente puede ser encontrado en alguno de los establecimientos donde se confecciona y se degusta cerveza. Ese es otro de sus pasatiempos y en ocasiones lleva su equipo de trabajo, pues es tanta su sensabilidad artística que, según dice, hasta las tonalidades doradas de una cerveza burbujeando en un vaso lo han inspirado para crear alguna pieza. Nada, que así son las mentes creativas.