Analís Barreto reparte “bolsitas de amor” para los deambulantes
Lleva siete años regalando bolsitas de amor. (Ve vídeo)

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 15 años.
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Su temprana sensibilidad por el dolor ajeno enfrentó a la joven Analís Barreto de la Torre a la cruda realidad de los que viven en la calle.
Cuando tenía nueve años de edad, Analís se cuestionaba por qué algunas personas dormían en las aceras y dónde estaban sus familiares, que nos les daban la mano. Para ella, era imperdonable seguir su paso mientras alguien se le acercaba para pedirle alimento con el fin de calmar las punzadas de un estómago vacío.
Esas imágenes que solía ver mientras era acompañada por sus padres, Edgardo Barreto y Rosa Alicia de la Torre, lograron el nacimiento de la fundación Bolsitas de Amor, que le permite repartir a decenas de deambulantes un paquete con un sándwich, una fruta, galletas, una botella de agua y un jugo.
La residente de Carolina lleva siete años “regalando amor” a quienes la miran con extrañeza, pero la bendicen sin pensarlo dos veces.
Analís, ahora con 16 años de edad, guarda como un obsequio las experiencias que ha vivido desde que entrega las bolsitas de amor.
“Cuando tenía nueve años, una mujer había quedado embarazada y había perdido a su hija por sus problemas con las drogas. Ella me dijo que le recordaba a la nena. Me dijo: ‘Veo que mi nena es un ángel y me está ayudando a través de ti’. No la volví a ver. Me conmovió y nunca lo olvido. Es que te ven con otros ojos y te animas a seguir”, recuerda con sus oscuros ojos humedecidos, pero no de quien tiene deseos de llorar, sino de quien se emociona por los resultados de sus actos.
La estudiante de undécimo grado del colegio Santa Gema en Carolina y alumna de canto del Conservatorio de Música no tiene una ruta fija para repartir los alimentos. Junto con sus padres y dos amigas, Ciris Jou Colón y Marcela Álvarez, dan las bolsitas en los semáforos y en las plazas que encuentren en su travesía, que puede ser desde San Juan hasta Mayagüez. Sólo depende del espíritu aventurero del grupo en ese día.
“Donde vemos, paramos. Ya son 3,700 bolsitas”, dice con orgullo quien por lo regular reparte la comida los fines de semana y procura que no pasen tres meses desde su último recorrido.
Primera Hora acompañó a Analís a una plaza en el sector Capetillo, en Río Piedras, donde había caras nuevas para ella. Con cierta timidez, que muestra con su voz baja y la inclinación de su cabeza como quien quisiera que nadie se enterara de su acción, la joven iluminó los rostros de un grupo, entre los que se encontraban Carlos Haddock Colón, José Morán y Orlando Cristóbal Rivera.
“Esta ayuda es importante, porque somos muchos los que estamos en la calle. No es fácil bregar sin hogar, dormir en el concreto y mojarme. Soy paciente de VIH. No quiero perder la voluntad y la fe, pero no puedo solo”, expresa Orlando Cristóbal, de 50 años, quien se considera invisible para su familia.
Este intercambio de palabras es común. “Ellos no son ni más ni menos. Me gusta escuchar. Nunca he pasado ningún susto. Hablo con ellos y si no veo a alguien, a quien por lo general le doy la bolsita, ni pregunto, porque me dolería recibir una noticia que no quiero. No puedo cambiar sus formas de pensar y de tomar una decisión tan individual como rehabilitarse, pero colaborar me hace sentir bien. Le tengo fe a la gente”, comunica la aspirante a cantante y escritora, quien cuando sea mayor de edad pondrá a su nombre la fundación y creará alianzas con grandes corporaciones para el recogido de comida.
Admirada por los suyos
“La juventud nunca ha estado perdida, lo que pasa es que hay unos pocos que hacen más ruido. La labor que hace mi hermana es muy loable. Quiero que contagie a otros jóvenes que ayuden a sus comunidades. Ella puede formar parte de una cadena de buenos ejemplos”, comenta un orgulloso Edgardo, de 22 años, hermano de Analís y fuerte influencia por su trabajo voluntario en el Cuerpo de Bomberos de Puerto Rico.
La madre de la joven, Rosa Alicia, reconoce la sensibilidad de su hija desde que era muy niña. “Me siento bien orgullosa e invito a los padres a que se involucren en las actividades de sus hijos. Si ellos quieren hacer la diferencia, que no se lo quiten”, señala.
Ciris Jou Colón y Marcela Álvarez, ambas de 15 años, pronuncian su admiración por su amiga, que las contagió con su madurez. “Pensé que ella tenía un punto de vista más grande que yo. Ella veía el dolor de ellos cuando alguien los rechazaba. La admiro porque podía ver cosas que yo no veía”, comparte Ciris Jou, quien conoce a la joven desde tercer grado.
“Ella se dio cuenta de un problema y tomó acción. A veces uno se da cuenta de las cosas y no hace nada”, añade, por su parte, Marcela.