Apodos de criminales que matan de la risa
En cada familia puertorriqueña hay uno o varios.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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Sus amigos le llaman “el Grande”. Tiene apenas 25 años, pero a su edad ya se ha ganado el respeto de sus pares. Nadie se mete con él, pero todos lo saludan cuando camina por la calle, es amable y hasta bueno con sus vecinos. A la comunidad muchos llegan preguntando por él para que les hagan “favores”, pero nadie habla del tema, a pesar de que se trata de un secreto a voces.
Pero José Armando, como nombraremos a nuestro personaje , no siempre fue llamado así por sus vecinos y amigos. Cuando pequeño todos, en especial su familia, le conocían como “Cano” por su rubia y lacia cabellera y ojos claros.
Posiblemente, en cada familia puertorriqueña hay uno o varios de sus miembros que no son llamados por sus nombres, pues de seguro son larguísimos y casi un invento. Está la tía María del Carmen que le dicen “Cuqui”, el nieto Juan José a quien todos llaman “Juancho” y está el abuelo Manuel Noel a quien todos nombran como “Mano”.
Y, lo bueno o desafortunado del caso, para algunos, es que no importa si Juancho ya cumplió los 45 años o María del Carmen tiene 65, siguen cargando con ese apodo que un día por cosas del destino o gracias a su creatividad alguien les enganchó. Algunos logran zafarse del bendito apodo al convertirse en profesionales, pero otros lo llevarán por siempre.
Culturalmente los apodos siempre han sido utilizados. Pero, en las últimas décadas casi se ha abusado de ellos. Ya no se trata simplemente de una forma más corta o bonita de cómo nombrar al niño, ni de destacar uno de sus rasgos físicos. Ahora resulta ideal para mofarse de alguna característica de la persona o el comportamiento de otros, como suele ocurrir en el bajo mundo.
“Los usan para mandar un mensaje particular, como Juan ‘el Guapo’, Pedro ‘el Gatillero’, que son mensajes que advierten de quién se trata y son avisos de que las comunidades a veces los codifica para ayudar a advertir sobre posibles dificultades”, indicó el sociólogo Salvador Santiago.
Muchos han ocupado titulares y se han convertido en leyenda, como lo fue el fenecido Antonio García López, el legendario “Toño Bicicleta”. Ahora está José Figueroa Agosto, el famoso narcotraficante “Junior Cápsula”.
Pero, no son las personas que están ligadas al bajo mundo las únicas que tienen apodos. Entre los deportistas está José Rafael Ortiz, por todos conocido como “Piculín”; en la música está Elmer Figueroa Arce, o sea “Chayanne”, y en la política hay varios, pero cómo obviar al pintoresco senador de la Palma, a quien todos conocen como el “Chuchin”, y no por su nombre de pila Antonio Soto.
El sociólogo José Rodríguez explicó que entre las ventajas de los apodo, está su facilidad de difundirse de forma rápida. “Es mejor identificar a la persona de una forma simple, concreta y rápida y, precisamente, eso es lo que hacen los apodos... y en el bajo mundo es usual”, apuntó el catedrático de la UPR.
“No es lo mismo decir tu nombre completo que decir una característica con la que se te asocia y la sabiduría popular lleva eso muy rápido” dijo.
Algunos pensarían que detrás de ese apodo hay un interés de la persona por que no se conozca su verdadera identidad, en lo que al bajo mundo se refiere, pero tradicionalmente ese sobrenombre apunta hacia lo contrario, ser por todos reconocido. Al fin y al cabo eso es lo más importante, sobresalir, señaló el experto.
Una vez te ganas ese estereotipo, lo cargarás prácticamente el resto de la vida, lo que en ocasiones puede ser perjudicial, pues ese apodo ahora forma parte de un estilo de vida pasado. “Pueden ser muy atractivos en un momento dado. El problema de los apodos es que pueden llegar a comunicar información que no está al día con relación a la condición de la persona”, dijo Santiago.
Así que, ojo, porque esa persona puede no responder a ese apodo con el mismo orgullo o candidez que hace diez años y prefiera que le digan “Cano” en vez de “el Grande”.