Juan Ramón Santana Salas tuvo que ingeniárselas para sobrevivir en la calle mientras no sabía leer ni escribir. 

El hombre de 60 años de edad relata que durante mucho tiempo estuvo pidiendo lo mismo en el restaurante de comida china que solía visitar. 

La primera vez que fue al lugar le preguntó a la cajera qué había de comer, y esta le dijo que leyera el menú. Entonces, el hombre pensó: “¡Anda! Yo no sé leer”. 

Narró que se le ocurrió quedarse en el área observando hasta que escuchó que una orden de “pepper steak” estaba lista. Juan Ramón la observó, le pareció buena y pidió una orden igual, una y otra vez. 

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En 1989, Juan Ramón, hijo de una familia pobre oriunda de República Dominicana, viajó a Puerto Rico en yola.

Se lanzó al mar, como muchos de sus compatriotas, en busca de “una mejor vida”.

Como tuvo que trabajar desde que era niño, solo logró segundo grado de escuela elemental y no aprendió a leer ni a escribir. 

El hombre confesó que sentía mucha vergüenza por ser analfabeta, una carencia que le afectó por años constantemente en su vida diaria.

“No podía leer los letreros de la calle, ni firmar el cheque del sueldo y llenar los papeles de inmigración o de los médicos”, admitió.

“Si no conocía el lugar, no sabía para dónde iba”, confesó a Primera Hora. 

Sin embargo,  la vida de Juan Ramón cambió drásticamente cuando conoció del programa de alfabetización del Centro de Acción Urbana, Comunitaria y Empresarial de Río Piedras (Cauce).

“¡Ahora Leo hasta los anuncios! ¡Y eso para mí es de sumo gozo! ¡No tiene precio! ¡Eso vale, mire, lo que usted no se imagina! Saber leer y escribir, eso vale millones de peso, eso no tiene comparación con nada. Imagínese usted tener que depender de otro para escribir algo”, insistió jubiloso.