Balas malditas que arrebatan la inocencia

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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Timothy Vizcarrondo tenía 10 años y era un niño totalmente saludable. Quería ser bombero y policía. Le gustaba jugar como a los demás niños de su edad. Pero hoy todo es diferente.
Hoy, los alegres ojitos de Timothy miran la televisión y buscan las palabras de ternura que le dice su mamá Hilda Martínez, quien no se separa de la cama de posición donde él descansa. Timothy ahora se alimenta por tubo y requiere de otro catéter para manejar las secreciones. Si pronuncia una palabra es “ma”. No camina, no habla. Sólo escucha y mira los muñequitos. De vez en cuando se queda dormido.
Ese cambio tan drástico en la vida de Timothy lo provocó una bala de un tiroteo que se formó en la cancha del residencial Los Manantiales, en Guaynabo, donde vive con su mamá. Esa noche, Timothy jugó, pero empezaron los tiros y, como siempre, corrió. Sin embargo, esa vez las balas lo alcanzaron y se desplomó una vez llegó al baño de su casa.
Primera Hora lo conoció en la sala de emergencia del Centro Médico de Río Piedras esa misma noche del tiroteo. Fue operado de una bala alojada en su cabecita y tras la intervención su salud despuntó. Habló animadamente desde su cama de hospital, pero unos días más tarde un derrame cerebral detuvo su progreso. Timothy, el vivaracho niño, no regresó.
Para Hilda su vida ha cambiado mucho. Duerme en una silla de playa larga al lado de la camita de Timothy adornada con sabanitas de Spider-Man.
“Yo le doy gracias a Dios de que me lo dejó con vida. Pero será un camino muy largo. Timo tiene que aprender a caminar, a comer, a hablar y a actuar. Es como si hubiera nacido de nuevo”, dijo con una fortaleza indescriptible Hilda, una mujer de 41 años.
Antes de ser víctima del disparo en la cabeza, Timothy era un niño independiente. Ahora, su día se va viendo televisión, oyendo música de Mozart que su mamá le pone para estimularlo.
Hilda se levanta de la silla de playa y a diario le prepara comida majada, yautías, viandas, pollo y carnecita.
“Él ahora tiene que tomar anticonvulsivos y medicamentos para la presión arterial. Pero a mí Dios y mi mamá me han dado fortaleza y sigo adelante”, agrega la joven madre.
Hilda acepta su situación como un designio de Dios y ahora entiende por qué en un momento de su vida estudió terapia respiratoria. Timothy es su principal paciente.
La familia de Timothy está a la espera de que la Administración de Vivienda le entregue una casa nueva. Ya las cajas de la mudanza están listas.
“En esa casa Timo tendrá un cuarto donde yo podré poner una camita al lado de él para dormir y no despegarme. Será cerca del Centro Médico”, dijo con mucha ilusión.