Bañado Salinas con mojito isleño

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 18 años.
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SALINAS.- Fiesta que hace la boca agua.
Quinientas libras de cebolla, galones de aceite de oliva, ajo, aceitunas, hojitas de laurel y 200 latas de pasta de tomate fueron suficientes para preparar una sencilla y deliciosa salsa que ha pasado del paladar a la cultura.
Así se preparó el ya famoso mojito isleño de Salinas, eje de uno de los festivales que se ha arraigado como uno de los más importantes en la zona sur.
De atractivo especial para el turista, el festival recibió sobre 20 mil personas en sus tres días de celebración que, a pesar de unos cuantos aguaceros, lució más concurrido que en sus anteriores seis ediciones y que llenó a capacidad el Paseo Ladí, bautizado así en honor de Eladia Correa, creadora de la salsa conocida como el mojito.
Además de la tarima que recibió a numerosos artistas, el centro de atención fue el enorme caldero de seis pies de diámetro donde un grupo de ciudadanos preparó el sabroso plato.
Los ingredientes fueron mezclados para servir a decenas de visitantes que habían comprado sus alimentos a base de mariscos para los que la salsa es el complemento ideal, como destacó María Pérez, que custodiaba el caldero.
“Queremos preservar la tradición y queremos hacer un mojo grande para que la gente disfrute, y es que no es lo mismo comerlo individual a que la gente participe y lo vea”, dijo Pérez.
Primeros en fila para probar la salsa se encontraban Teresa Ortiz y su esposo Ismael López que como cada año llegaron desde Cayey.
“Venimos todos los años, me encanta, con pescado y tostones es como nos gusta a nosotros y si hay que picar cebolla, los ayudo también porque eso le encanta a todo el mundo”, dijo Ortiz.
Desde Aibonito también llegó Ángel González, que sostuvo que “hay que preservar la tradición”.
El artesano Erick Zayas, de Santa Isabel, exhibió sus pinturas y se mostró satisfecho por las ventas logradas, aunque admitió que la situación económica del país se ha reflejado en la poca intención de compra de muchos ciudadanos.
Pese a ello, la cantidad de asistentes fue particularmente mayor en horas de la noche, lo que los artesanos aprovecharon, aunque algunos como Zayas no están acostumbrados a trasnochar.
“Me fui de aquí como a la 1:30 de la madrugada y por lo general los artesanos a las 10:00 de la noche estamos recogiendo, pero en esta feria el público no nos dejaba ir”, dijo Zayas.
Sus cuadros han recorrido el mundo y según destacó, conoce de algunos que han ido a parar a países tan lejanos como Alemania.
“Este es un festival que se compone un 60 por ciento de turismo interno, pero un 40 por ciento son turistas extranjeros”, afirmó el pintor.
Evelyn Rivera, miembro del comité organizador, apuntó que precisamente el número de artesanos presentes aumentó de 75 a 100 este año.
“Ha sido un éxito total, he estado en la noche a un lleno total y eso que cayó la lluvia, pero lo que hizo fue refrescar”, dijo Rivera.
La controversia tuvo también su lugar ante el reclamo de que la salsa picante o pique sea considerado un elemento artesanal más que culinario.
Servando Correa, nieto de doña “Ladí”, aseguró que la administración de Fomento Industrial le ha negado el título de artesano, por lo que se le hace difícil exhibir su producto alimenticio que, recalcó, es más antiguo que la misma tradición de los santos en Puerto Rico.
“La historia del pique es tan antiguo como Cristóbal Colón, era el ingrediente que las familias usaban porque no había condimento en el país”, reclamó Correa, quien lo vende en canecas.
“Lo que me molesta es que no se reconozca algo que es parte de nuestra tradición”, agregó.
En cuanto al mojito isleño, su origen es de mediados del siglo pasado cuando Eladia Figueroa, nacida en 1898 y con un tercer grado de escolaridad, probó con su capacidad de trabajo que podía entrar a la historia.
Fundó su primer restaurante en una de las viejas casonas del pueblo, que entonces era cañero, y luego creó un bohío junto al mar donde su cocina marinera fue famosa.
Damaris Rodríguez Cruz, actual dueña del Restaurante Ladi’s Place, donde nació esta tradición, proveyó datos históricos sobre la creadora de la receta.