Lo que ocurrió aquella tarde provocaba  una inmensa alegría, pero al mismo tiempo, enfrentaba al espectador a una demoledora realidad.

Hace unas semanas,  Betty Medina, junto con su grupo de  voluntarios de Mochilas, llegó   a la escuela Ernestina Bracero en Toa Baja para sorprender a 22 estudiantes con bultos y materiales escolares, aunque fuera más de dos meses después del inicio del año escolar.

Joseph Figueroa fue el primero en ser llamado. Sus grandes ojos negros irradiaban un brillo especial y una sonrisa  parecía haberse dibujado en su pequeño rostro de seis años. ¡Tendría un bulto y materiales escolares! “Yo lo quiero mucho (el bulto)”, expresó.

Al igual que él, Belinda Rodríguez no tendría que buscar más  bolsas plásticas para guardar sus utensilios de enseñanza y Jorge Soto tendría un bulto que sustituiría su diminuta mochila. “Hoy sentí que ellos sabían que esto es importante para ellos”, aseguró Betty.

Aquel día fue posible gracias a la semilla que un hombre sembró en Betty.

La joven de 30 años recuerda al caballero  de su iglesia que anualmente regalaba mochilas a los deambulantes con artículos de higiene. Ella lo acompañaba hasta que un día perdió contacto con él. Pero, la semilla ya estaba sembrada. “Él me traspasó esa posibilidad de que sí se puede hacer algo”, dijo.

Decidió  continuar con aquella obra, esta vez  con más regularidad porque quería conocer las historias de las personas sin hogar. “Los clasifican como tecatos, deambulantes, vagos, adictos, pero son personas y, mientras más los conoces, te das cuenta de por qué están allí”, expuso.

Así nació el programa Mochilas Calle. Le siguió Change for Education.

En el 2010, el terremoto en Haití, adonde fue para ayudar a montar una clínica, la enfrentó con una pregunta que la acompañó tiempo después de abandonar el país, cuando aún no había nacido formalmente la institución sin fines de lucro ni su nombre. “Hay una sed increíble por estudiar... Niños que no estudian porque tienen que (elegir entre) comer o estudiar.  ¿Cómo puedo ayudar a un niño haitiano a estudiar?”, se preguntó.

Hasta que un día alguien la llamó y le dijo: “Ciento veinte estudiantes haitianos necesitan materiales, ¿me puedes ayudar?” Recibió su respuesta. La azafata  comenzó a recaudar los materiales y utilizó sus pases de avión para viajar a Haití. Le siguieron Nicaragua y Puerto Rico.

Desde entonces, los viajes de placer -le encanta viajar con  back-pack- dejaron de ser una prioridad. “Tomé una decisión de  que esto era más importante. Puedo viajar y pasarla bien, que no está mal, o puedo tratar de impactar otras vidas”, pensó la joven, quien tiene un bachillerato en biología y estudia una maestría de inglés como segundo idioma.

En   abril de 2011, incorporó Mochilas tras vencer el miedo de si podría hacerlo o no. En ocasiones le han negado una petición, pero “siempre hay alguien que te dice que sí, es cuestión de seguir tocando las puertas”.

“Siento una carga, una inquietud de que hay que trabajar para que Puerto Rico sea un mejor país, trabajar para que un niño pueda ir a la escuela”, expuso.

Su inspiración crece cuando ve a la “gente común” saliendo de su “zona de confort” para ayudar a otros, “son gente que te impulsan y te confirman que sí, que puedes hacer algo”.

¿Qué te hace pensar que lo poco que haces es importante?

A veces uno siente que no está haciendo mucho (pero) poco a poco sí va a hacer una diferencia, y una persona es importante; no creo en los números, en tener que impactar una comunidad entera, con un individuo basta.

Les entregas más que una mochila...

Puedes dar comida,  pero cuando les demuestras que lo haces por amor y les das esa chispa de esperanza... Te vas creyendo   que están soñando con otra realidad. El amor y la esperanza son esenciales para  los seres humanos.

Hoy, Betty es fuente de amor, aunque, paradójicamente, llegó a pensar que no era amada, hasta que  abrazó la fe en Jesucristo. Ahora siente esa necesidad de compartir el amor que la llenó con otras personas. Y el instrumento es Mochilas.

Para ella, con la entrega de cada uno de estos bultos, que consigue con donaciones o actividades, pretende comunicarle a cada  persona sin hogar o alumno  que es  importante y tiene valor. “Que vean las posibilidades, más allá de las situaciones difíciles (...),  que hay esperanza”.