Bisabuelo de Guánica completa su doctorado tras sobrevivir grave condición de salud
Con cuatro hijos, ocho nietos y dos bisnietos, Carlos Feliciano encontró en su familia la fuerza para cumplir su sueño.

PUBLICIDAD
Después de criar cuatro hijos, enfrentar un diagnóstico de trombocitopenia idiopática y vivir la dicha de ser abuelo y bisabuelo, Carlos Juan Feliciano Acosta tiene claro lo que desea este Día de los Padres: ser recordado como un hombre que, a pesar de todos los desafíos, cumplió sus sueños por y para su familia.
Natural del pueblo de Guánica, Feliciano Acosta cursó sus estudios en el sistema de educación pública de Puerto Rico. Al completar un bachillerato en Educación Física en la Universidad Interamericana, comprendió que sería siempre un hombre de metas. En esa etapa cumplió un objetivo que marcó su paso por la universidad: demostrar que los atletas -practicó el atletismo a nivel universitario- tienen mucho más que ofrecer que solo sus destrezas físicas.
Relacionadas
“Quería romper con ese esquema de que los atletas no podían, en aquel tiempo, alcanzar un grado superior porque dedicaban todo a las prácticas y a los entrenamientos”, expresó Feliciano Acosta en entrevista telefónica con Primera Hora.
Nuevas responsabilidades
Con el nacimiento de su primer hijo —que lleva su mismo nombre— y luego de sus otros tres retoños, su visión de vida cambió: su nueva meta era clara, cuidar de su familia y hacer siempre lo mejor por y para ellos.
Para entonces, ya trabajaba como maestro de educación física, mientras su esposa, Lissett López García, enseñaba inglés. Como tantas otras familias puertorriqueñas, enfrentaron momentos económicos difíciles. Fue entonces cuando vieron en la Carrera Magisterial —establecida bajo la Ley 158 del 30 de julio de 1999, durante la administración del gobernador Pedro Rosselló— una oportunidad para progresar.
La Carrera Magisterial fue un programa voluntario creado para incentivar y recompensar el desarrollo profesional y el desempeño de los maestros del sistema público de enseñanza. A través de este, los docentes podían aspirar a aumentos salariales permanentes al alcanzar logros académicos como maestrías y doctorados.
Así fue como Feliciano Acosta y su esposa tomaron la valiente decisión de continuar sus estudios de maestría en Administración y Supervisión Educativa en la Universidad de Phoenix, que entonces ofrecía cursos en Mayagüez y Guaynabo.

No lo hicieron solos. Su hija más pequeña, Carla Feliciano López, los acompañaba a clases, sentada junto a ellos como una estudiante más.
“Nos llevábamos a la nena con nosotros, pedíamos permiso y ella entraba al salón. Nunca la dejamos con nadie. Decidimos hacer toda la maestría con ella”, narró Feliciano, quien recordó que ella también se gradúa este mes de junio como Terapista del Habla de la Pontificia Universidad Católica.
Para entonces, Carlos y Lissett trabajaban a tiempo completo como maestros, pero aún así encontraban la energía para estudiar y cumplir con sus responsabilidades familiares. Feliciano, además, entrenaba a jóvenes atletas en las tardes. Su jornada era larga, pero su motivación más fuerte seguía siendo su familia.
Retos y tropiezos
Posteriormente, el impulso de superarse se intensificó y decidieron comenzar un doctorado, también en conjunto. El camino, sin embargo, estuvo lleno de tropiezos.
Durante sus estudios doctorales en Currículo y Enseñanza, Feliciano Acosta enfrentó uno de los retos más grandes de su vida: el diagnóstico de trombocitopenia idiopática púrpura, que casi le cuesta la vida. Esta enfermedad es un “trastorno hemorrágico en el cual el sistema inmunitario destruye las plaquetas, que son necesarias para la coagulación normal de la sangre”, según Medlineplus.
“Estuve al borde de la muerte... llegué a tener solo una plaqueta. Me hospitalizaron, me transfundieron plaquetas. Fue una odisea”, recordó. La condición lo obligó a abandonar los estudios en 2006. Con el cuerpo debilitado, hinchado por los esteroides, y luchando contra la depresión, pensó en rendirse.

Pero el sueño nunca murió, y fue su familia, esposa e hijos, quienes se lo recordaron. Casi 15 años después, en 2022, decidió volver a intentarlo. “Soñaba con estar en la universidad. Tenía ese sueño recurrente de que faltaba una clase. Y un día le dije a mi esposa: ‘Yo tengo que volver a estudiar’. Ella me dijo: ‘Pues termínalo’”, contó emocionado.
Y así lo hizo. Este mes de junio culminó su doctorado. Lo logró, incluso hospitalizado, terminando su trabajo final desde una cama de hospital. “Le pedí a mi esposa que me trajera la computadora y allí terminé todo. Gracias a Dios, lo logré”, afirmó también con orgullo.
Hoy, a sus 66 años, Feliciano sueña con enseñar a nivel universitario y seguir aportando a la historia deportiva de Guánica, su pueblo natal. Ya ha publicado un libro y tiene otros en desarrollo. Su hijo mayor, Carlos Alberto Feliciano Rodríguez, siguiendo su ejemplo, también está por culminar su propio doctorado.

Para este Día de los Padres, su mensaje a los más jóvenes es claro y contundente:
“No importa las dificultades que enfrenten, no se rindan. Yo estuve a punto de dejarlo todo, pero no lo hice. Luchen, para que sus hijos vean que cuando uno se cae, también se levanta. Que cada obstáculo es solo un peldaño más en la escalera hacia los sueños”, mencionó.
Y si pudiera elegir cómo quiere ser recordado, lo tiene claro: “Como ese padre que luchó por su familia, y que todo lo que hizo, lo hizo por y para ellos”, terminó diciendo.