Una de las más grandes satisfacciones de mi carrera como periodista ha sido escuchar que me llamen valiente. Es un adjetivo con el cual nunca me identifiqué, pues como es natural, cuando nos enfrentamos a situaciones cuyo desenlace es desconocido, se genera temor.

El día que decidí que reclamar equidad salarial era impostergable, y que debía hacer valer el derecho que nos corresponde a las mujeres en el ámbito laboral, no lo vi como un acto de valentía. Por el contrario, sentí miedo y ansiedad. Pero, pronto aprendí que ser valiente no es igual a la ausencia de temor; el miedo es parte de la fórmula.

Cómo manejas el miedo y lo usas a tu favor es lo que te hace valiente. Canalizar la ansiedad y los nervios hacia la energía necesaria para mover lo que parece imposible, es parte indispensable para el éxito, cuando se busca mover al dinosaurio que se alimenta de la inequidad.

La búsqueda de la equidad, para todas y todos, resuena ahora entre muchos sectores, pero todavía nos queda tanto por hacer. El solo hecho de tener que repetir y explicar y reclamar constantemente, lo que debería ser ampliamente reconocido, es muestra de que la raíz del problema de la inequidad sigue muy viva. Y el combustible que la alimenta es que, por cada persona cuyos derechos son violentados, hay alguien que se beneficia.

Entonces, ¿quién quisiera arriesgar sus beneficios o su lugar en ese espacio de superioridad, para reclamar que al vecino o al compañero o al colega se le haga justicia? Pues, realmente, casi nadie.

Mucho menos cuando mantener la brecha de la inequidad, ya sea salarial, de acceso, de reconocimiento, de respeto, es conveniente para la institución, empresa o aun para el gobierno.

Qué distinta sería la historia si todos y todas los que vivimos la inequidad uniéramos nuestra voz y propósito. Si pudiésemos esparcir la semilla de la valentía y armarnos de coraje, para hacer frente a la ignorancia, a la falta de voluntad y al oportunismo. Tal vez sería más fácil abrir el camino y que todos y todas puedan entrar.

Las barreras que a veces creemos que nos impiden avanzar, no son infalibles. Derribarlas cuesta trabajo, esfuerzo y casi siempre es doloroso, aun cuando existen leyes que se supone que nos protegen. Pero, definitivamente, unidos podemos alcanzar más y avanzar más, para ponerlas en la práctica.

Nuestro país lo ha vivido ya, lo ha practicado ya. La experiencia existe y no es lejana. Las luchas que históricamente ha impulsado la humanidad, para reivindicar derechos, han requerido sacrificios, y para muchas personas el precio ha sido muy alto. Cruzarnos de brazos no puede ser una opción y ciertamente, quedarnos calladas no es una opción. No se confunda la prudencia con la resignación. Los tiempos de estar calladitas, porque nos vemos más bonitas tampoco es una opción. Por el contrario, nuestra voz es importante y es necesaria.

El reclamo de derechos siempre ha sido una cuesta empinada. Entonces, propongo comenzar a entrenar, porque esta no es una carrera corta, es un maratón que combina distancia, resistencia y fuerza.

Empecemos por no quedarnos #calladitasnuncamas.