Cuando parecía perder la ilusión por la Navidad, la cagüeña Aurea Esther García Rivera recibió una nueva oportunidad para mantener viva la alegría que le despierta la época festiva.

Esta mujer, madre de cuatro, de los que le sobreviven tres hijas, y enfermera en el Centro Medicina de Familia en Juncos, es la propietaria de la popular Casa de Navidad en la calle Santa Rita de la urbanización Santa Elvira en Caguas. Por los pasados 16 años, su hogar se transforma con toda la fantasía de la Navidad, atrayendo a personas de distintos pueblos de Isla que añoran apreciar personalmente las múltiples estampas que ella recrea.

Es una tradición, pero más que eso, cada encendido es la reafirmación de la promesa que Esther -como comúnmente la nombran- le hizo a Dios en agradecimiento por regalarle tiempo de vida tras sufrir de cáncer de seno en dos ocasiones.

“Dieciséis años atrás, estaba en el balcón, a la 1:00 de la mañana, llorando y diciendo, ‘Esta es la última Navidad que voy a decorar’, porque a las 6:00 am tenía que estar en el Auxilio Mutuo para operarme de cáncer, pero para la gloria de Dios estamos aquí”, compartió la sobreviviente sobre la motivación que ella acogió como su misión. “Yo lo hago porque como tengo una oportunidad que Dios me dio, lo hago para que la gente disfrute conmigo esa alegría”.

Las decoraciones las guarda en un almacén que construyó en el segundo nivel de la casa.
Las decoraciones las guarda en un almacén que construyó en el segundo nivel de la casa. (David Villafane/Staff)

Esther comienza a decorar cada septiembre para poder abrir las puertas de su hogar en noviembre. Este año, en orden con las medidas sanitarias para prevenir el COVID-19, está permitiendo la entrada el horario de 6:00 a 9:00 de la noche, todos los días de la semana. Las personas entran en grupos de cuatro a cinco, se les toma la temperatura y se les brinda sanitizador de manos, además deben llevar mascarillas todo el tiempo. Una vez entran en la casa, salen por la marquesina para no confligir con las demás personas.

Tengo que obedecer las leyes, por tal razón tengo mi termómetro; aquí nadie entra sin mascarilla, cinco personas nada más entran, y los otros a seis pies de distancia”

-Aurea Esther García Rivera, dueña de la Casa de Navidad

Llegado noviembre, los espacios comunes del hogar -balcón, sala, comedor, cocina y marquesina- se convierten en un mundo encantado, donde habitan los personajes cristianos de la Navidad, José, María, Jesús y los Tres Reyes Magos, así como diversas versiones del famoso Santa Claus y sus ayudantes, muñecos de nieve y duendes, entre otros.

“Comencé con un árbol, después hice otras cositas, y los otros años iba poniendo más cositas en la sala, y una noche siento a un niño que dice ‘Mami, mami, mira qué muchos Santa Claus, mira qué muchos Santa Claus, pero qué pasa, la mamá le dice, ‘No (podemos entrar), porque eso es una casa privada’. A mí se me ablandó el corazón con el niño y tuve que abrirle. Ese niño ya debe tener como 14 años, entonces lo entré y se volvió loco. De ahí fui decorando más y más y más y en adelante las personas entraban y la gente lo seguía comentando”, relató.

De todas las estampas navideñas, la jíbara es la que más le toca el corazón, pues es una recreación de su infancia en el campo. En esta se observan casas de madera con techos en zinc, una letrina, bueyes como los que araba su abuelo mientras ella le seguía regando semillas, cerdos, una fuente de agua que le recuerda el sonido de la quebrada, es decir, un abrazo a la nostalgia.

“La Navidad siempre la disfruté. Recuerdo que cuando vivíamos en el batey, había unas matitas y de pequeña le decía a mi abuelo que me comprara lucecitas para ponerlas en las amapolas y en el balcón. No sabía que iba a llegar a este extremo”, comentó mientras soltaba una risa aniñada.

A la decoración acostumbrada, este año le integró un árbol de Navidad blanco decorado con luces y lazos rosados en solidaridad con la causa del cáncer. “Le estoy dedicando el Encendido de la Navidad a los sobrevivientes de cáncer, y a los familiares que han perdido a sus seres queridos. También me uno a la pena del coronavirus, que se está disparando cada día más. También le dedico a ellos el encendido de la Navidad”, dijo la retirada del Fondo del Seguro del Estado.

Una de las estampas evoca su niñez en el campo cagüeño.
Una de las estampas evoca su niñez en el campo cagüeño. (David Villafane/Staff)

¿Dónde guarda las decoraciones?

Cada año hay dos preguntas que se repiten para Esther: Dónde guarda las decoraciones y cuánto paga de luz eléctrica, lo que para ella es motivo de risa.

Las figuras, luces, ornamentos y demás elementos decorativos, los guarda en un almacén que construyó en el segundo nivel de su casa, y en uno de los cuartos. Mientras corren los meses septiembre a enero, tiempo en que transcurren el montaje y la exhibición, los muebles de la casa los muda a otro almacén que alquilda temporalmente.

El gasto de energía eléctrica lo cubre con lo que logra reunir en un Christmas Club (plan de ahorros) que realiza anualmente, ya que no acepta donaciones de dinero. Tampoco pide que le regalen las decoraciones, ella las compra.

“Todo el mundo se preocupa por cómo pago la luz. Yo hago un Christmas Club todo el año, ya en noviembre me llega, ya eso está guardado. El del año que viene, ya lo comencé, porque no acepto dinero ni nada, porque las promesas se cumplen, no se cobran”, afirmó.

Esta tradición sanadora mantiene viva a la niña que habita en esta noble mujer. Cada sonrisa de un niño o niña que entra en su hogar, la regresa a esa inocencia y la motiva a continuar. Por ello solo pide salud para continuar regalando alegría a sus coterráneos.

“Lo único que le pido a Dios es que no me vuelva el cáncer, para poder lograr mi objetivo, que es seguir decorando hasta que papá Dios me diga, ‘Esther, hasta aquí'”.