Choretas las balas en escuela de Ponce
Familias ponceñas narran el terror que viven con los tiros de polígonos.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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Ponce. El 14 de julio Rosario Ramos volvió a nacer. Era domingo, pero la conserje de la escuela Lila Mayoral Wirshing acondicionaba el plantel para el comienzo del nuevo año escolar. Cuando se tomaba un descansito en una silla, una bala de uno de los polígonos de tiro que ubican cerca del plantel le aterrizó en los pies. Lo cuenta y todavía no lo cree.
“Sentí que nací de nuevo. Si esa bala me coge me mataba porque dio bien duro... Me puse histérica... no esperaba eso. Eran las 12:18 del mediodía”, relató a Primera Hora la humilde mujer que labora desde hace siete años en la escuela ubicada en el barrio El Tuque. Este incidente se suma a muchos otros que mantienen en tensión a la comunidad escolar y a muchos vecinos del sector, cuyas viviendas están cerca de los campos de tiro de la Policía y del negocio privado Ponce Shooting Experts Club.
Ese día doña Rosario no pudo pegar un ojo. El miedo la invadió. “Soñaba con la bala”, contó señalando el portón de entrada de la escuela, donde la munición chocó. El proyectil continuó rodando hasta la silla en la que ella se encontraba sentada. Nunca pensó que una bala llegaría hasta allí porque es un área totalmente techada en cemento. La munición entró por el portón de rejas.
En ese momento doña Rosario hablaba por celular con su hijo y cuando oyó el cantazo del plomo soltó el teléfono.
“Cuando oí el cantazo enganché y caminé y la bala caminó al lado mío... Nosotros habíamos entrado a las 6:30 de la mañana”, dijo para recordar que ese día “los disparos” comenzaron temprano. En la escuela había personal de la Autoridad de Edificios Públicos y el guardia escolar.
La conserje relató que le notificó enseguida a la secretaria y a la directora del plantel, Cristina Torres Velázquez. Luego llamó a la Policía. “Vinieron dos patrullas y radiqué una querella. El plomo era bien grande. Era .45 según me dijeron los guardias de Servicios Técnicos quienes se lo llevaron”, explicó. La mujer le tomó una foto a la bala en su celular y narró que los policías llamaron al polígono privado. “Enseguida dejaron de tirar”, dijo.
¿Usted cree que los polígonos deben ser reubicados en otro lugar?
Claro, por la seguridad del personal y de los estudiantes porque estamos corriendo peligro. Aquí no ha ocurrido una desgracia porque Dios es grande. Se lo dijimos a los de Ciencias Forenses que hace poco estuvieron dos semanas aquí entrevistando gente. ¿Qué están esperando, que maten a alguien aquí?, cuestionó.
Cuando Primera Hora se marchaba de la escuela, recogió dos municiones en el estacionamiento.
Pero el peligro no solo acecha a la escuela. Para la estudiante Karina Crespo no hay tregua. La misma tensión que sufre en la escuela la tiene a cuestas en su casa de madera y zinc en la calle Lorencita Ferré, en las Parcelas El Tuque, donde reside en una loma con sus abuelos. Una docena de proyectiles al pie de un árbol testimonian las penurias de la familia.
En la escuela -contó la jovencita - el año pasado una bala entró a su salón cuando la maestra daba la clase de español. “La maestra gritó. La bala cayó en el piso”, relató la estudiante. “A veces cuando estoy libre me voy a la biblioteca porque me da miedo”, sostuvo.
En su casa los cuentos también son de horror. Su abuela Zoraida de Jesús relató que hace unos meses recogía ropa del cordel y cuando subía las escaleras “una bala me pasó por detrás de la espalda que si me coge un poquito más abajo del escalón me hubiera dado”.
En otra ocasión, narró la mujer que el cantazo de otro proyectil fue tan fuerte que rompió el tubo plástico del agua en la parte trasera de la casa, desde donde se divisan claramente los campos de tiro. “Me dejaron sin agua. Cuando mi esposo fue a chequear la bala estaba debajo del tubo”, relató doña Zoraida, quien dijo también que a su hijo, quien vive en “una subidita un poco más arriba, una bala de esas le mató al perro”.
Narró que ese día su hijo llegó de trabajar y retozó con el perro. “Luego lo mira y el animalito estaba en un charco de sangre”, contó. Dijo además que otra munición perforó una silla plástica en el balcón de la casa de su hijo. “Gracias a Dios que en ese momento las nenas estaban jugando en el cuarto”, sostuvo.
Dijo que el año pasado llevó los proyectiles que ha recogido en su casa a una reunión en la escuela a la que citaron a los vecinos de la comunidad y “los del polígono me dijeron que no era cierto, que las balas no podían ser de ellos”.
Los vecinos inmediatos de doña Zoraida en la calle Lorencita Ferré también tienen dramáticas historias. Su humilde vivienda en madera y cocina de concreto queda trepada en una colina. En el patio trasero de la casita, la familia tiene un área de descanso debajo de un quenepo, pero no se pueden sentar a coger fresco porque de frente se ven las banderas de los campos de tiro al blanco.
“Las balas han dado en la casa. Si me cogen me matan... Lo informé, pero no me han hecho caso... cuando me maten ya no hay remedio... Aquí tengo esto de evidencia, pa que me crean”, dijo doña Aida Rodríguez Soto mostrando un chorro de municiones y de fragmentos de balas.
“Como ahora no hay clases los tiros son a cada rato. Salgo a lavar y tengo que entrar corriendo pa’ la casa. No puedo limpiar el patio ni na’. Me alegro que ustedes hayan venido pa’ ver si se hace algo”, nos dijo la mujer.
“Ellos (los polígonos) dicen que estaban primero, pero aquí hay un problema y lo tienen que resolver”, indicó su esposo, don José Sáez Cardona, “Ahí antes había más tierra. Parece que empezaron a vender tierra blanca y por eso ahora las balas no tienen adonde parar y caen para acá”, sostuvo don José.
Su hijo dijo que a veces los disparos son con armas largas. “Eso se queda pega’o. Es como ta-ta-ta-ta. Eso es un abuso”, describió el joven. “Ahora no hay clases, pero estamos nosotros aquí”, agregó.
En la misma calle, otra familia pasó otro gran susto. Esta vez, fue un pequeño de cuatro años el que encontró un fragmento de bala en la escalera de la vivienda de madera y zinc.
“Eso fue hace como un mes. Mi nieto Lito está conmigo de vacaciones. Vive allá afuera y mi hija me lo mandó para acá. El nene fue el que lo encontró (el plomo) y me lo enseñó. Después yo estaba barriendo en la sala y encontré otro machuca’o. Parece que entró por la ventana. Me asusté, imagínese”, contó la residente Ana María Feliciano.
“Ya casi ni me siento en la sala. ¿Y si uno coge un balazo en la cabeza? Eso (las prácticas de tiro) se oyen clarito aquí. Cuando hay clases se oyen más en los fines de semana. Ahora como no hay clases, tiran todo el tiempo”, sostuvo Feliciano.