Con tatuajes escapó de la droga

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
PUBLICIDAD
Roberto Villegas tiene un tatuaje en cada lugar donde solía pincharse con una aguja.
En el cuello, el nombre de Carmen, la mujer que lo ayudó mientras estuvo preso; en el brazo derecho, Ada, su madre; en la mano derecha, Yared, su hijo menor; en el antebrazo derecho dice en árabe: “Sólo Dios me puede juzgar”. En el pecho y la espalda tiene más, que son imposibles de ver cuando camina por la calle. La misma calle que antes era su infierno y su casa.
Roberto se tatuó los nombres de seres queridos y de frases importantes para él en lugares donde antes se inyectaba heroína. Esos días pasaron, pero quedan los recuerdos, las pesadillas, las marcas.
“Lo hice para pensarlo dos veces antes de inyectarme”, relata Roberto, de 30 años, en una entrevista en la iglesia Bautista de Villa Fontana, en Carolina, donde ha encontrado un refugio.
Hemos escuchado historias similares a la de Roberto muchas veces: un niño maltratado física y emocionalmente que se convierte en un adulto con problemas. Pero su historia, como la de todos, también es única. Su madre biológica lo dio en adopción porque había sido violada y no quería que su esposo lo supiera. Su padre adoptivo, un policía, le dio el apellido en el mismo hospital en el que nació para evitar la burocracia de la adopción. Su madre adoptiva, una enfermera, se divorció y se casó con un hombre que lo maltrató severamente durante toda su niñez. Roberto supo que era adoptado cuando se registró para votar a los 17 años.
¿Qué te hacía tu padrastro?
–Me metía en una caja y la pateaba y me hacía asquerosidades como que se metía la mano en el fondillo y la nariz y después me la pasaba por la cara... No me dejaba comerme ni una galleta, me tenía que esconder debajo de la cama.
¿Y tu mamá no sabía nada?
–Mi mamá trabajaba todo el tiempo.
¿Nunca le contaste a nadie?
–Nunca. Yo era bien reservado. No confiaba en nadie.
Con los años el niño se convirtió en un adolescente fuerte. No volvió a tolerar el abuso de su padrastro. Se fue de su casa, comenzó a trabajar en un restaurante de comida rápida y, aunque tenía buenas notas en uno de tantos colegios privados donde estudió, también dejó la escuela. Su abuela paterna lo albergó por muchos años, intermitentemente, pero Roberto necesitaba olvidar.
“Comencé a consumir cocaína y marihuana y así me di cuenta que me sentía mejor con la indiferencia de mi padre y el maltrato de mi padrastro... Con la cocaína y la marihuana se me iban todas las frustraciones”, dice Roberto mientras gesticula con sus brazos llenos de tatuajes.
Luego empezó a usar crack y finalmente heroína. Durante los casi 15 años en los que fue un adicto, pasó temporadas deambulando por las calles, vivió en casa de su abuela y en hogares de rehabilitación, estuvo runneando (distribuyendo) drogas en varios puntos, pidiendo en las luces y preso en Estados Unidos por cargos de posesión. Llegó a pesar 80 libras. Ahora pesa 170. También tuvo tres hijos, con quienes está intentando reconstruir una relación.
“Cada vez me hundía más. Me desconecté de todo el mundo... En un punto me llegué a meter dos paquetes de drogas diarios”, indica Roberto, cuya honestidad comprueba que no tiene nada que perder.
El cambio
Pero un día se cansó. Un día en que una mujer le tiró una peseta al suelo.
“Me sentí tan humillado”, recuerda.
El pastor de la iglesia Bautista de Villa Fontana, Guillermo Díaz, lo ayudó a salir de la pesadilla. Con mucho trabajo, hace un año se quitó y se levantó. Ahora trabaja en una tienda de ropa, tiene una novia de la iglesia, ayuda a deambulantes y adictos y, cada día, intenta pasar de la oscuridad a la claridad.
“Es un proceso. No es sólo quitarse de las drogas, es bregar con ese vacío que te lleva a las drogas.. A veces me pongo rebelde. No es fácil”, dice.
¿Qué haces ahora para llenar ese vacío?
–Oro y todavía paso tiempo solo. Me acostumbré a ser desconfiado y reservado.
¿Has sentido tentación?
–Todos los días tengo tentaciones. La tentación no es una bolsa de drogas, sino las frustraciones que te llevan a la droga.
¿Con qué sueñas ahora?
–He comenzado los trámites para estudiar el bachillerato en trabajo social y de ahí en adelante, si es mi vocación y mi llamado, estudiar en el seminario.
¿Qué mensaje te gustaría enviar?
–El deambulante es una persona que necesita amor y cariño.
¿Qué les dices a otras personas que están pasando por lo mismo que tú?
–Uno se cae una y otra vez hasta que te cansas. Pero te tienes que amar a ti mismo.