Culebra intenta brillar desde ayer
Los trabajadores nos dijeron que la proyección era que esa misma tarde gran parte de la población podía recibir energía.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
PUBLICIDAD
Cuando cerca de las 10:00 de la mañana del jueves vimos un equipo de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) trabajando sobre un poste en la Barriada Clark sabíamos que debíamos detenernos.
Había una pregunta obligada: ¿cuándo regresaría la luz a esta pequeña isla municipio? Los trabajadores nos dijeron que la proyección era que esa misma tarde gran parte de la población podía recibir energía. Nada mal para el devastador fenómeno llamado María que acababa de pasar.

La misión de los muchachos esa mañana era arreglar todo lo que evidentemente estaba roto y necesitaba labores sencillas, de manera que cuando fuera el momento de prender el switch, por así decirlo, fuera mayor la cantidad de gente que pudiese tener electricidad.
Pero había un problema. En ese punto en particular de los trabajos faltaba una pieza en forma de anillo y no tenían ninguna entre los repuestos guardados en el camión. Por eso tuvieron que enviar a un oficial de la policía que los escoltaba para que le avisara al supervisor, quien estaba en otra zona de la isla trabajando.
Y es que en Culebra las telecomunicaciones se fueron al piso. Desde Irma las personas luchan por encontrar cualquier punto elevado donde se pesque alguna señal, ya sea al lado de un tanque enorme de agua de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados, o en Punta Soldado, o en la parte más al este cerca de Playa Zoni, donde llega señal de forma intermitente desde la vecina Saint Thomas.

Por lo tanto, el grupo no tenía ninguna otra forma de hacer saber que faltaba esa pieza para continuar. Era como volver al siglo pasado cuando la comunicación era distinta y solo se podía soñar con tener un teléfono en la palma de la mano.
Alrededor de media hora después junto al policía llegó el supervisor de la AEE. Saludó, les hizo las preguntas de rigor a los empleados sobre lo que estaban reparando y luego se trepó en el alero de una casa al lado del poste. Una vez estuvo claro sobre cuál era la pieza que necesitaban, salió corriendo.
Arriesgándome a una mandada al carajo, lo intercepté antes de que se montara en el camión para preguntarle a él también cuando volvería la luz. Pensaba que quizás tenía información más actualizada. El supervisor se echó a reír, y me dijo que la respuesta a esa pregunta era la más fácil. Acto seguido irguió su espalda, puso sus puños cerrados a cada lado de la cintura, elevó un poco la quijada y como si fuera un político experimentado me dijo: “tan pronto las condiciones lo permitan”.

Por supuesto, él que sabía que ésa no era la declaración que yo buscaba, pero era la única que podía dar sin temor a equivocarse.
El hombre se montó entonces en el camión y salió a toda prisa. El mismo oficial -que vestía unos bermudas y zapatos deportivos- lo siguió, no en una patrulla, sino en un fourtrack.
No había más remedio que esperar a que el supervisor fuera al almacén, encontrara la pieza, se la diera al policía, para que éste la entregara a los trabajadores.
Unos minutos después uno de los empleados volvió a inspeccionar el cajón de piezas ubicado a un costado del camión donde se guardan montones de repuestos metálicos de varios tamaños. Los removió una y otra vez con la mano. Buscó y buscó con la esperanza de que en algún resquicio y por milagro divino apareciera la pieza que necesitaban para continuar. Al cabo de un rato se dio por vencido.

Los hombres entonces comentaron lo que todos en la isla: este huracán es el más poderoso que había azotado Culebra. Mucho más que Hugo. Curiosamente son pocos los que mencionan el paso de Georges por aquí. En la isla grande -o en Puerto Rico, como dicen los culebrenses- Georges cruzó por la mitad el país dejando estragos que no se habían visto en casi 90 años. Sin embargo, el azote de Hugo por Culebra en el 1989 fue una pesadilla mucho más virulenta: había decenas de botes encallados en el puente elevado o en mangles alrededor de las bahías, así como cientos de casas de madera hechas añicos y pasaban los días sin que llegara ayuda. Eso dejó a muchos una cicatriz profunda en sus recuerdos.
En las pasadas horas, y durante una madrugada que parecía no terminar jamás, María superó eso al menos en términos de ferocidad, de incertidumbre, de miedo ante los rugidos que nadie nunca le había oído antes a la Naturaleza. Con lo que no contaba el huracán era con que los culebrenses habían aprendido con cada fenómeno que les tocó vivir. Y con Irma hacía dos semanas hicieron sus ajustes.

Los daños esta vez eran palpables, claro, pero si existiese una escala de lo terrible, no se puede decir que la tragedia actual se acercara a lo que se vivió en el 1989. Por ejemplo, en 24 horas se vació casi por completo el refugio. La mayoría de las personas ya tenía un “plan B”.
Mientras, los trabajadores seguían a la espera de la pieza. Sacaron un botellón de Coca Cola y se sirvieron en vasos plásticos con hielo que tenían guardado en una pequeña neverita escondida en lo remoto del camión.
Una vecina dos casas más arriba salió y sus perros pastor alemán comenzaron a ladrar insistentemente. Desde acá uno de los trabajadores la llamó a toda voz por su nombre y le dijo que no maltratara a los perros y les diera de comer.
Ella respondió que estaba tentada a soltarlos para que llegaran hasta ellos y les advirtió que “todavía no han mordido a nadie hoy”. Era evidente que se trataba de una broma pero yo calculé la distancia hasta el carro… por si acaso.
Luego llegó un hombre a la casa del frente. Los trabajadores hicieron una bulla le dijeron que como estaba la prensa era su momento de brillar y espepitar todo lo que tuviese que decir.

Fue como si hubiese llegado un familiar apreciado. De repente ya no molestaba tanto aquella humedad que se pegaba a la piel y más bien, como si nosotros también lo conociéramos, nos pusimos al día sobre familias que no conocíamos y sobre los estragos en cada zona.
Tras la partida del hombre la impaciencia asomaba ya la cara…en nosotros. Porque olvidamos que estamos en Culebra y aquí el ritmo es distinto.
Uno de los empleados no explicó que era una pena que tras el paso de Irma habían logrado arreglar el 90% de lo que se rompió tan solo para volver a recomponerlo junto a un montón de cables y postes y transformadores adicionales que se afectaron porque en esta ocasión el viento sopló de otro lado.
También contaron que en el 2012 se inauguró un proyecto para la instalación de unas plantas nuevas. Ya se construyó el edificio y ya “viven” allí tres potentes generadores que no se usan. Uno solo de ellos es suficiente para darle energía a todos los residentes. Con los tres generadores listos, no habría problemas de electricidad jamás.
Pero nuevamente, estamos en Culebra, que es parte de Puerto Rico y tras la inauguración del proyecto …coquí. No ha pasado nada. Esta todo allí como diría mi papa, muerto de la risa. Incomprensible es la única palabra que viene a mi mente.

Y finalmente, ¡llega el oficial! Triunfante le entrega la pieza a uno de los trabajadores quien la recoge feliz. Sin embargo, en dos segundos cambia de expresión y suelta: “mano, ésta no es”. El agente se le queda mirado bien serio y le responde “¿cómo que no es?”
“Que esta no es la pieza”.
Y como en las películas hay unos segundos de silencio. Todo el mundo se mira. Eso significaba una hora más de espera, quizás un regaño del supervisor, tiempo perdido, quién sabe cuántas familias sin luz y mientras la mente va a toda prisa calculando las consecuencias, el trabajador vuelve a cambiar su semblante.
“Mentira, ¡esta es!”.
El suspiro colectivo fue de varios decibeles, estoy segura.
De allí en adelante todo fue en cámara rápida. Uno de ellos prendió el camión, el otro se montó en la canasta, subió, maniobró. Luego el otro sacó una vara amarilla extendible que seguía ampliando como pértiga de pista y campo para con gran destreza encajar unas piezas al poste en menos nada, mientras se podía escuchar la ráfaga de obturador de la cámara del fotoperiodista, Ramón “Tonito” Zayas.
Esa misma noche gran parte de la isla tendría luz.
Nosotros continuamos nuestro trabajo. Más adelante, como muchos, otros fuimos a los puntos donde hay algo de señal de celular. Transmitimos, hicimos llamadas frenéticas para comunicarnos con familiares, con la redacción del periódico, con amistades.
Exhaustos tras muchos intentos fallidos por comunicarnos y enviar historias y fotos, bajamos de unas de las lomas sabiendo que el hotel donde estábamos quedándonos se encontraba en un bolsillo sin luz, pero sin lamentos porque sabíamos que muchas otras personas lo estaban pasando peor.
En ese camino sinuoso de curvas de regreso, el camión de la Autoridad que habíamos visto en la mañana nos pasó por el lado… Qué titanes. Jorge Peña Rivera, Jaime Resto Peña y José Rodríguez Feria seguían trabajando.