La ayuda que Timothy Vizcarrondo recibió de la desmantelada Oficina de Compensación a Víctimas de Delito (OCVD) ha sido determinante para su recuperación.

Desde enero, cuando recibió un balazo en la cabeza, está postrado en una cama rodeado de imágenes de su personaje favorito, “Sponge Bob”. Si sale de su casa, lo hace en silla de ruedas, acompañado de su inseparable mamá, Hilda Martínez. Si ve la luz del sol, es para acudir a una cita médica o para ir a misa. Tiene una traqueotomía y una gastrotomía por donde se alimenta. Aún no puede caminar, pero a cuentagotas ha comenzado a recobrar el movimiento.

Timothy recibió $25 mil de la OCVD que fueron fundamentales para su progreso. Pero tras la aplicación de la Ley 7, la oficina, creada por ley en 1998, quedó prácticamente inoperante con el despido de nueve de sus 10 empleados.

“A mí me da gran dolor que con el desmantelamiento de esa oficina por los despidos de la Ley 7, madres y familias de víctimas del crimen quedarán desamparadas”, dijo Hilda, quien está muy agradecida del oficial que manejó su caso, Daniel Peláez.

El programa está adscrito al Departamento de Justicia y su fondo se nutre de la Ley 183 que impone el pago de una pena especial de $300 a los convictos de delito grave.

“Nos aprobaron $25 mil, que es el máximo, y con eso pudimos ingresar a Timothy en la clínica Health South, donde en espacio de 20 días logró dar pasos grandes camino a su recuperación. Recibió terapias de distintos tipos y lo más que nos alegra es que comenzó a vocalizar y ya me dice “Ma”, dijo emocionada Hilda.

Antes del 20 de enero de este año, Timothy era un niño normal de 11 años que correteaba con sus amiguitos, que quería ser bombero y policía y gustaba de jugar baloncesto.

Nueve meses han pasado desde que su vida cambió para siempre. De aquel día lleva una huella imborrable en su cabeza. No le ha vuelto a crecer el pelo en el área donde hizo entrada una bala que no iba dirigida a él. Aquel terrible día jugaba en la cancha del residencial Los Manantiales, en Guaynabo, donde vivía. Se formó un tiroteo y él corrió a su casa porque ésas eran las instrucciones. Sin embargo, al llegar al baño para esconderse, cayó desplomado por haber recibido un tiro en la cabeza.

La vida para la familia de Timothy ha dado un cambio dramático. Hilda tuvo que dejar de trabajar y vive enfocada en volver a hacer de Timothy un niño autosuficiente para el día que ella falte.

Gracias al ingreso de Timothy a HealthSouth, pagado por la oficina, su niño querido ha vuelto a saborear en su boca lo que es un rico mantecado en medio del calor. Contrario a como Primera Hora vio a Timothy antes de las terapias, ayer se pudo constatar su progreso. Timothy sonríe cuando escucha un llamado cariñoso, intenta hablar y mover su lado izquierdo, el más afectado por el balazo.

Precisamente, impulsada por esa respuesta tan positiva que dio Timothy a las terapias, Hilda no quiere cesar y no quiere atar a su niño a una cama por falta de dinero para costear más terapias. Así las cosas, ha puesto su mira en el estado de Nueva Jersey.

“Tengo hermanas allá y ya hemos identificado y contactado dos clínicas que pueden ayudar a Timothy a avanzar en su camino a ser independiente nuevamente. Las cosas en Puerto Rico están difíciles y yo tengo que luchar y seguir adelante por él”, dijo Hilda.

Sus planes eran irse en noviembre, pero económicamente todavía no le es viable.

El pensamiento de que pasará la Navidad en Puerto Rico le trae sentimientos mixtos. Y es que en esa época las balas perdidas pueden matar o herir a otros niños que, como su hijo, resultan víctimas inocentes de la ola criminal.

“A estas personas que causan estas tragedias, que este año han aumentado, les pido que piensen, que no lo hagan, que piensen antes de tomar un arma en sus manos”, dijo Hilda.