No hay números oficiales, pero la cantidad de niños y niñas diagnosticados con diabetes ha incrementado lo suficiente como para que en las oficinas médicas resulte bastante obvio que ahora se atienden más pacientes pediátricos.

Francisco Nieves Rivera, endocrinólogo pediátrico y catredrático del Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico, explicó que aunque no ha visto estudios sobre la prevalencia en menores, ahora tiene más casos.

“Lo que pasa es que en Puerto Rico, que yo tenga conocimiento, no hay estudios, pero sí te puedo decir, anecdótico, que hay un aumento en casos. La diabetes sigue siendo una enfermedad que está aumentando en el resto del mundo”, señaló el médico.

La diabetes más frecuente en la población pediátrica es la tipo 1, la que hace que tengan que inyectarse insulina desde el día en que se diagnostica.

“La tipo 1 es antiquísima, específicamente se caracteriza por la ausencia total de insulina, eso es lo que es característico”, indicó.


Como la insulina es la hormona más importante en regular las azúcares en el cuerpo, si el páncreas no la produce, los niveles se elevan peligrosamente.

¿Qué la ocasiona? Es algo que aún no se sabe.

“Todavía hay muchas interrogantes. Heredamos una predisposición y hay unos marcadores, pero aparentemente eso no es suficiente porque estudios que se han hecho en gemelos idénticos no demuestra que sea ciento por ciento”, precisó el endocrinólogo.

Por lo general, los niños y niñas diabéticos no presentan síntomas de la condición hasta una o dos semanas antes del diagnóstico.

Así fue que le pasó a Paola Alejandra.

Diabética desde los 7

La primera que se dio cuenta de que la niña no estaba bien fue su maestra, quien la notó con un cansancio extremo.

“La maestra me citó para verificar qué le estaba pasando a la niña y la llevamos a sala de emergencias. La doctora me dijo que si había pacientes de diabetes en casa y le dije que sí, mi esposo”, contó Danisa Torres, la mamá de Paola.

Los niveles de azúcar de la nena estaban en 619 y hubo que dejarla en intensivo varios días para estabilizarla.

¿Qué le explicaron?

Que era la diabetes, que es inyectable.

Paola se ha acostumbrado a la realidad de inyectarse dos veces cada día, pero al principio fue difícil para ella y para el resto de la familia.

“No podemos comprar nada con azúcar, nada de dulcesitos, aunque a veces por ahí se van unos que mamá no se entera”, dijo la madre mientras miraba sonreída a la niña, sentada junto a su hermano gemelo Sebastián.

En la Fundación Pediátrica de Diabetes la niña y su madre han recibido consejería nutricional. Ahí han aprendido qué se puede comer y qué no, además de las cantidades apropiadas.

A Paola la diabetes no le impide hacer lo que le gusta y hasta se ha adaptado a los dulces sugar free que compran en la casa.

“Cojo todas las materias y la última clase es educación física. Estamos en un deporte bien raro, bádminton. Cuando cojo esa clase, me siento como más... ('con más energía', completa su madre)”, explicó la niña.

Aunque a los diabéticos tipo 1 se les enseña a inyectarse, la idea del pinchazo intimida a cualquiera. Paola no es la excepción.

“No encuentro cómo hacerlo”, confesó.

¿Has tratado?

Un día mi mamá me forzó a hacerlo y se me hinchó aquí (señala un punto en el brazo).

Con la mirada compasiva, la madre de la niña de 10 años señaló que por más finita que compre la aguja, el temor al pinchazo persiste. Por ahora, ella es la que le toma la muestra de sangre y le inyecta insulina.

“Se inyecta mañana y noche, antes del desayuno y la cena. ya es rutinario”, indicó la madre de dos pares de gemelos.

En la escuela los compañeros de salón saben que Paola no puede comer dulces y, si es necesario, se lo recuerdan a la maestra.

“Me cuidan, me cuidan”, aseguró.