Se crió en la Ciudad de México junto a su madre y dos hermanas en medio de la extrema pobreza. Sufrió hambre, necesidades y la falta de la figura de un padre que los abandonó.

A pesar de que el tiempo ha pasado, el doctor Eduardo Ibarra, presidente del Colegio de Médicos Cirujanos de Puerto Rico, aún recuerda aquellos años difíciles.

No es que viva cada día pensando en ellos, pero lo marcaron, no porque fueran años infelices, pues no lo fueron, sino porque formaron al hombre que es hoy día.

“Nosotros vivíamos en una vecindad igualita a la del ‘Chavo del 8’, con un patio común y una pobreza extrema. Ahí vivimos momentos muy difíciles”, recordó el galeno.

Al llegar a la ciudad, su mamá consiguió un trabajo como secretaria y así lograron subsistir, pero no fue fácil.

De la vecindad lo recuerda todo: el olor a comida que inundaba el patio interior, los niños jugando a la pelota, las mujeres hablando en una esquina mientras lavaban la ropa y los hombres charlando y dándose el trago. “Había un ambiente muy alegre. Siempre habían niños jugando”, recordó el anestesiólogo.

De los momentos que más lo marcaron, nunca olvida una ocasión en que su madre se enfermó y no tenían dinero para comida. Era un niño, pero lloró mucho. “La pobreza lo deja a uno marcado”, dijo.

La simple idea de pensar que niños, como lo fue él, estén pasando necesidades físicas y materiales lo atormentó intensamente durante su visita a la comunidad Villas del Sol en Toa Baja, el sábado.

Por eso, aseguró, de forma espontánea decidió obsequiarle a la comunidad, que tiene sobre sí la amenaza latente de un desalojo, 17 cuerdas de tierra en el barrio Factor de Arecibo.

“Cuando los veo, surge la idea de darle una mano y me siento feliz de haberlo hecho, independientemente de lo que pueda conllevar y de la opinión pública que pueda generar”, dijo, determinado, el médico que llegó a Puerto Rico luego que su hermana mayor se casara con un boricua. Toda su familia vino a vivir aquí.

El gesto es también parte de esa formación médica que inició en Puerto Rico, continuó en su natal Guadalajara y concluyó en Nueva York .

“Cuando tú metes a dos baleados a la sala de operaciones los tratas igual, no sabes cuál es la víctima y cuál es el victimario. Ésa es parte de nuestra educación”, indicó.

Cuadro inexplicable

Ibarra llegó el sábado a Villas del Sol a participar de una clínica de salud junto a su esposa Jeannie. Jamás pensaron encontrar el cuadro que allí presenciaron.

Pensaban que iban a llegar a un lugar donde vivían “buscones”, pues ésa “es la percepción que se tiene en el país”. Para su sorpresa, encontraron “sinceridad”.

“Fue impactante ver el despliegue policiaco, las cámaras electrónicas, cómo viven sin los servicios de agua y luz... ¿Qué necesidad hay de que los niños vivan así? ¿Qué culpa tienen ellos? Y, ¿quién soy yo para juzgar?”, se cuestionó la también doctora.

Con su obsequio, la pareja no vio la oportunidad de convertirse en héroes ni mucho menos en futuros líderes políticos, simplemente vieron el momento de “darle un porvenir a un montón de niños”.

“Los niños no son culpables de las malas decisiones que sus padres quizás hayan tomado. Vinieron buscando progreso, una tierra prometida y la vida los arrojó a las circunstancias en que están”, lamentó.

En esos niños, dijo, aún hay inocencia, ilusiones y sueños que pueden convertirse en realidad si se dejan a un lado las críticas y se les dan verdaderas oportunidades. “Fue impresionante ver a esos niños que le decían a mi esposo mientras los chequeaba: 'Yo quiero ser doctor'. Estás dando un ejemplo y enseñando que hay personas que tienen corazón”, sostuvo.

Para la comunidad, dijeron, su sueño es que “puedan hacer sus casitas y tener una vida tranquila”, libre de miedos e incertidumbre, con la certeza de que nadie vendrá en medio de la noche a destruirle lo que han alcanzado.

Del Estado, esperan que se convierta en facilitador y no en un obstáculo para que estas familias, sin importar su nacionalidad, tengan un mejor porvenir.