Mientras muchos viven ensimismados por la rutina diaria de acudir al trabajo, llevar a los hijos y nietos a la escuela, realizar gestiones cotidianas, y muchos otros disfrutan de las playas, lugares turísticos y manjares que ofrece Cabo Rojo, hay personas que viven solas, sufren penurias y hasta condiciones extremas, pero pasan desapercibidas.

Tal es el caso de Jaime Andújar Rodríguez. A sus 63 años, vive con tres perros y varias gallinas en una residencia de herederos, que también pertenece a sus dos hermanos, en el barrio Guaniquilla. No tiene servicio de agua potable ni de electricidad hace cerca de un año.

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“Me dan agua los vecinos”, con la que puede asearse, relató el hombre, quien dedicó su vida a la agricultura.

“Estuve como 20 años viviendo por Pedernales, pero mi madre murió. Voy para cinco años viviendo aquí”, relató el hombre, quien además del menguado ingreso del Programa de Asistencia Nutricional, se las busca recogiendo tamarindos y cocos secos para venderlos. Si tiene suerte, los coloca en donde elaboran los llamados helados chinos, una heladería que pertenece a orientales.

Se vale de un sillón de ruedas que rescató en algún lugar, para colocar la paila llena de tamarindos y llevarla hasta el pueblo. “Me voy, vendo cocos, tamarindos. Pero no es todos los días a veces”, comentó.

El mal olor producto del excremento de los animales y de la falta de limpieza, se impone. En el amplio patio, Andújar tiene de todo. Bicicletas, envases inservibles, baldes de metal, y un ángel de yeso, que parece el vigía del lugar. Aunque la entrada está resguardada por un perro imponente, pero amigable.

Unos 15 metros hacia atrás, a un nivel más alto, varios escalones llevan a la residencia de dos plantas. La de arriba es de madera. Andújar la tuvo alquilada y aparentemente los inquilinos dejaron cuentas pendientes de agua, electricidad y alquiler. Abajo, hay una casa de cemento, con ropa, envases y decenas de artículos por doquier.

En una de las habitaciones está la cama y sobre ésta, un mosquitero que los resguarda de los insectos por las noches, las que suelen ser largas, ya que la oscuridad lo obliga a acostarse temprano, comentó.

Aunque vive en su realidad, conforme con lo que tiene, también agradece la ayuda que le da la vecina más cercana, quien todos los días lo alimenta.

“Pues, mija, tengo esos animales porque me gusta. Ese perro es como un guardia. Aquí no entra nadie”, dijo en referencia al perro que sirvió de motivo para que un joven se interesara en ayudarlo.

Ángel Pérez Vega y su esposa forman parte de un grupo que rescata y brinda ayuda a animales callejeros o que como en este caso, sus dueños carecen de los medios para suplirle sus necesidades. El joven fue a llevarle una casita para el perro más grande y al ver la situación, “no pude permanecer indiferente”, confesó.

Así que de inmediato, se dio a la tarea de conseguirle alimentos, agua embotellada, comida para los perros. Además, está organizando una brigada para realizar una limpieza general, tanto dentro de la residencia como en los alrededores.

En cuanto a su salud, don Jaime dijo que "me siento bien y le doy gracias a Dios como fuera”. Sobre su familia, relató que tiene cinco hijos. Su esposa se fue a vivir a Mayagüez con la menor, de 18 años. Lo visita casualmente. “Estoy solo, pero no sufro. La mujer mía viene por ahí a veces y me trae comida”, dijo, con un aire de conformidad, como quien se resigna a las circunstancias en las que la vida lo ha puesto.