Don Justo es un piragüero de corazón
Mantiene su espíritu joven trabajando en su carrito.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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Exactamente 69 años han pasado desde que don Justiniano Torres Jiménez se hizo piragüero, y aunque sus manos revelan el esfuerzo de las décadas, para él parecería que no ha pasado tanto tiempo pues recuerda como si fuese ayer la primera vez que raspó una piragua.
“Yo no sabía cómo raspar una piragua. Vino una americana en un juego de baloncesto de Arecibo y Santurce, me acuerdo como ahora, se paró me saludó y me dijo ‘no sea bobo que está cogiendo la raspa (el cepillo) al revés’. Me enseñó cómo era, le cogí el ritmo y hasta ahora”, contó don Justo, como le dice todo el barrio Santana de Arecibo.
Entre piragua y piragua este espíritu joven, quien el pasado 14 de mayo cumplió sus 90 años, contó que su primera experiencia con un cepillo (herramienta para hacer la piragua), hielo y siropes fue cuando apenas tenía 15 años.
“A las 5:00 a.m. llegó un señor borracho que era compadre de mi mamá y empezó a decir que necesitaba a alguien para vender piraguas en San Juan y rapidito le dije ‘ese soy yo’. Desde entonces eso es lo que hago”, recordó don Justo quien hizo hincapié en que es lo que sabe hacer porque solo fue cinco días a primer grado.
El corto periodo escolar vino por la angustia que tienen los niños cuando pierden algo significativo. A Don Justo se le perdió un vellón.
“No sé cómo yo conseguí cinco chavos (.5¢) y no los quise poner en la relojera, porque antes no había bolsillos. Me puse a comer caña y echando el bagazo allí, se me olvidó que tenía el vellón y lo boté”, recordó.
“El grupo, la maestra y medio mundo se fue con machete y azada para buscar el vellón, nunca lo conseguí. Llegué a casa llorando”, añadió Don Justo quien luego de este suceso le pidió a su padre no volver más a la escuela.
Pero esto no impidió convertirse n todo un experto en matemáticas y ni se diga en política o economía, pues según don Justo la vida ha sido su escuela.
“Vino un maestro de matemáticas y me dijo ‘yo no sé cómo demonio usted sabe tanto de matemáticas si usted no fue a la escuela’. A cada rato vienen los maestros a preguntar de dónde sé tanto de números si nunca fui a una escuela. Aprendí recogiendo granitos de café del piso contándolos”, dijo.
Pocos minutos después comenzó a hablar de los gobernantes, los impuestos y de cómo el comercio ha decaído, dejando mostrar así su dominio ante estos temas.
“No para todo hay que ir a la escuela, para saber hay cosas que te las enseña la vida. Yo aprendí muchas de las cosas que sé en la calle porque la vida era mi escuela”, aseguró.
Esta travesía, a la que le llama escuela, le ha dado unos cuantos azotes desde toparse con que el cubo grande de hielo que 69 años atrás costaba 20 centavos ahora vale $10 .70 hasta que la criminalidad visitó su carrito y lo despojó de unos $50 recientemente.
Pero don Justo realmente ama su trabajo y uno de sus cuatro hijos dio fe de ello en la red social Facebook.
“Cuando se ama y te apasiona lo que haces, no se puede reprimir. Pensábamos que papi se quedaría en casa, pero no pudo aguantar las ganas de seguir haciendo lo que más ama, ricas piraguas. Aquí lo tienen”, describió.
Don Justo no se quita de su puesto de piraguas. En sus 29 años que lleva parado frente a la escuela Federico Degetau, mantiene un corazón agradecido.
“Gracias le doy al Señor porque han pasado los años y sigo aquí. Nunca he tenido problemas ni acá en Arecibo ni en San Juan, la gente es loca conmigo. La ganancia no es mucha pero yo me mantengo aquí porque yo no sé hacer más na’. Si me quedo en casa me enfermo”, contó.
Para don Justo con los años han cambiado partes de su entorno, como su mudanza de Arecibo a Trastalleres en Santurce y de vuelta a las parcelas Pérez en Arecibo, el nacimiento de sus cuatro hijos con su esposa Rosa Rivera, la construcción de la carretera número 2, los cambios de gobierno y la llegada de las fábricas de siropes.
“Yo hago todos los siropes. Si yo no hiciera el sirope ya esto se me hubiese caído porque ya no hay piragüeros. Los de las fábricas no me gustan porque no los hacen como antes, lo que hacen es una ‘meljulgia’ ahí que la gente los prueba y los bota. Con estos yo le doy a probar de la primera y créeme que la gente vuelve”, dijo.
“Yo no voy a comprar uno de esos jarabes que venden hechos que eso mata hasta las niguas”, añadió entre risas recalcando que realiza los sabores de: coco, tamarindo, frambuesa, anís, limón, mela’o, uva, pasas, parcha y el más vendido, mantecado.
Los años que ha estado en esa esquinita frente a la escuela le ha permitido ver cómo los niños de la escuela se le acercan, los ve crecer, envejecer y hacer sus familias, algo que según don Justo lo hace mantenerse joven y lúcido.
“Yo me mantengo joven porque yo no bebo, no hago nada malo y fumar es lo único que hago desde los 10 años. Si ya el cigarrillo no me ha hecho na’, no me va a hacer nada. Yo de algo tengo que morirme pero si pasa será aquí en las piraguas”, afirmó mientras se acomodaba la gorra en señal de firmeza.
Ciertamente don Justo es todo corazón. Es el querendón del barrio, una mano amiga, voz de sabiduría y dotado de la sencillez que hace mucho no se ve.
“Yo creo en la humildad, yo creo en la gente buena. Siempre he sido así y no cambiaré”, concluyó.