Ponce. Eusebia Rodríguez de Archeval se apoya en un andador para desplazarse, poco a poco, por los rincones de su humilde vivienda en el barrio Bélgica de Ponce, mientras que su privilegiada memoria corre y gana cualquier maratón. Tiene 104 años y afirma que está lista para recibir los 105, el 4 de marzo de 2023.

Flanqueada por dos de sus cuatro hijos –el mayor ya falleció– la vivaracha centenaria admitió que, por mucho tiempo, bailó tanto hasta que se cansaron sus pies. Sin embargo, su espíritu combativo se reviste de juventud eterna e hilvana sus recuerdos hasta llevarlos a “una niñez feliz”.

Nació en 1918, catalogado por su generación como “el año de los temblores”. Fue criada por su abuelo paterno, don José Antonio Dávila y por siete tíos, pues su padre, Vicente Santiago, se mudó a la República Dominicana para trabajar en un ingenio azucarero.

“Tuve una niñez feliz, porque me crié con mi mamá (Juana Rodríguez), con abuelo y mi abuela y, con siete tíos. Yo era la única bebé en esa casa, así que, imagínese cómo me criaron. Era cariño por todos lados. Yo era la nena de allí y me criaron muy consentida, fue una crianza preciosa”, confesó al desempolvar el álbum de su vida.

“Mi mamá vivía con nosotros. Pero como yo era la nena de allí, entonces, como mi papá se fue, mi abuelo que era tan recto, le dijo a los siete hermanos (tíos) que estaban trabajando: ‘Ustedes, tienen que responder por su hermano’”, acotó sobre su primera etapa de existencia en el barrio Vallas Torres de Ponce.

Relató que, al cumplir siete años, se mudó con su madre al legendario barrio Bélgica, que ha sido su hogar por casi un siglo. Allí, la matricularon en la escuela y, desde entonces, supo que el magisterio era su pasión y destino.

“La escuela era frente al Parque de la Abolición, llegaba hasta cuarto grado. Después, mi mamá me cambió a la escuela (Emeterio) Colón, al llegar a sexto. Luego en la Ponce High hasta cuarto año, pero como no podía ir a estudiar a San Juan. Me hubiera gustado estudiar para maestra”, recordó.

No obstante, a pesar de no haber llegado a universidad, doña Eusebia cumplió su sueño de convertirse en educadora.

“Desde que tengo uso de razón, siempre me gustó el magisterio. Cuando empecé, tendría menos de 20 años. Era la escuela Castillo, trabajé cinco años ahí. Cuando faltaba una maestra, yo buscaba los medios, pero le daba la clase, y cuando no, hacía un debate. A ellos (los estudiantes) les encantaba, dividía el grupo y a los nenes le encantaba. Le daba todas las clases”, dijo al denotar felicidad mientras recordaba su tiempo en el salón de clases.

“La principal (directora escolar) me cogió muchísimo cariño y supo que, en (el colegio) Sagrado Corazón, estaban buscando una maestra. Me dijo: ‘Aquí, yo estoy encantada contigo, pero el sueldo que te estamos pagando no es el sueldo que tú mereces. Yo quiero que tú progreses”, manifestó.

Así las cosas, Eusebia, hizo una carrera como maestra en el Colegio Sagrado Corazón a donde permaneció por tres décadas.

“Ahí empecé a dar segundo grado, pero el examen (que se daba a los estudiantes) era oral. Entonces, yo estaba asustá. Pero la monja me dijo que lo cogiera con calma y que no me preocupara, que saldría bien. Y así fue”, sostuvo.

Llegó el amor

Mientras tanto, relató cómo conoció al “amor de su vida”, Pedro Pablo Archeval, con quien procreó cuatro retoños: Pedro Pablo, Elena, Magdalena y José Luis.

“Me casé ya vieja… tenía como 30 o 35 años. Nos enamoramos porque, yo conocía a su mamá, que era íntima (amiga) de mi mamá. Los visitaba, pero nunca lo vi. Pero, como yo tenía que pasar todos los días por ahí para llegar a la casa de una amiga mía. Ahí nos veíamos, nos saludábamos”, apuntó.

“¿Qué me gustó de él?”, suspiró.

“Me llamó la atención su manera, todo un caballero. Era muy atento y, así fue todo el tiempo que vivió conmigo, fueron 62 años (de casados). Murió de 98 años”, confesó la centenaria ponceña que es abuela de cinco nietos y cuatro biznietos.

Mientras tanto, doña Eusebia, que ha vivido una extensa parte de nuestra historia, afirmó que, “en aquel tiempo, era verdad que había pobreza, pero había una unión y respeto. Uno veía a una persona y aunque no la conociera, la saludaba. Había más compenetración.

“Yo tuve una infancia bien feliz. No sufrí nada. ¿Pobreza? La tenía. Pero el secreto es cogerlo suave, no dar mucho pensamiento a las cosas. Delegarlo todo en aquel de arriba”, recomendó al admitir que su vida se resume en “104 años de felicidad”.