Pero en aquella cuadra del Downtown, donde ubican  la discoteca Pulse y el Orlando Health Medical Center, el aire  era muy diferente. 

En esa zona,  donde hace un mes  murieron 49 personas, había silencio, tristeza  y lágrimas.

La escena se repite diariamente en el lugar, todavía custodiado por la Policía.

Cientos de personas llegan a rendir sus respetos a las víctimas  de la masacre, dejando alguna muestra de solidaridad. 

Pulse se ha convertido en un templo. Por eso  resulta difícil pensar que el local sea reabierto como lo que una vez fue. Ha pasado muy poco tiempo y la herida todavía  no ha cicatrizado. 

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El panorama es similar  en el área del lago frente al hospital donde se atendieron  los heridos. Allí se colocaron 49 cruces de madera en memoria de los fallecidos, cada una con su   foto,  nombre,  edad y un corazón rojo.  Están rodeadas de   flores, velas, mensajes de despedida y recuerdos que han dejado familiares y amigos. Entre las ofrendas salta a la vista un arreglo floral que dice “Mom”, frente a la cruz de Brenda Lee Marquez, de 49 años, quien fue asesinada mientras le servía de escudo a su hijo.

Pero lo más fuerte son las banderas colocadas sobre cada cruz, representando el país de origen de las  víctimas. 

Son 23 de Puerto Rico, eso  se sabe, pero resulta chocante y doloroso verlas,  una detrás de la otra. Se te  aprieta el corazón y el alma, porque los muertos son  familia, sangre de tu sangre. Y se te aturde la mente  con esa pregunta que no tiene respuesta: ¿por qué?