Les podrá faltar ayuda material, pero el amor lo tienen de sobra. 

De eso se encarga la mocana Elena Cajigas, quien hace siete años vive en el Hogar Bethel en el pueblo de Cabaret en Haití, donde residen 24 niños y niñas, entre los 3 a 20 años, que son huérfanos, abandonados o necesitados.

Cajigas, de 59 años, llegó al orfanato un febrero del 2011, a un año de reportarse un poderoso terremoto de 7.3 grados que devastó al país.

Milagrosamente, el lugar construido por la también puertorriqueña, la misionera Marta Acevedo, permaneció de pie.

“Llegué un mes después del terremoto a visitar el orfanatorio y después de un año aquí el Señor me dejó”, dijo sobre cómo llegó al paupérrimo país.

En esa visita inicial al hogar, cuyo nombre significa “Casa de Dios”, le acompañaron unas diez personas de Arecibo, Moca y San Sebastián, todos miembros de la Iglesia de Dios Pentecostal, a la cual ella pertenece.

“Esa primera vez estuve dos semanas y vi la necesidad que había en este orfanatorio, que se había construido por manos puertorriqueñas y no había ningún puertorriqueño que estuviera dirigiéndolo. Como vimos que las cosas no estaban funcionando bien, ellos estuvieron orando. Yo no quería, pero al final tuve que ceder porque entendía que era el Señor que me estaba llamando”, confesó la maestra de Educación Física retirada del Departamento de Educación.

Precisamente, a los tres meses de retirarse, terminó en Cabaret, un pueblo que describe como un lugar tranquilo y a 45 minutos de la capital, Puerto Príncipe.

“Tenemos cabida para 30 niños pero ahora viven 11 niñas y 13 niños”, explicó Cajigas quien señaló que los “muchachos necesitados” llegan hasta allí precisamente porque sus padres “son bien pobres, no tienen ni comida para darle a esos niños, ni escuela, nada”.

Estos viven en el hogar todo el tiempo y “los padres casi nunca los van a ver. A la vez que el niño llega aquí, ya los padres se desatienden de ellos. A veces pasan los años y no vienen a verlos”.

Confesó que en este país “los niños, para todo el mundo son una carga. Es un gasto que ellos no pueden asumir”.

Describió la cultura como una bien diferente a la de otros lugares, “muy hostil… es otra cosa. Hay que venir aquí y vivir por lo menos y saber cómo es la cultura de este país, difícil”, agregó.

En el lugar trabajan cinco personas: dos que lavan, cocinan y limpian; la que hace las tareas con los estudiantes que van a un plantel cercano; un guardia de seguridad por las noches “y una señora que viene a limpiar y hacer algunas cositas en la casa”.

Ella es la única puertorriqueña. Ahora hay una misionera de Brasil que también los está ayudando. Los demás son haitianos.

Cajigas, que ya habla muy bien el creol, idioma que desconocía totalmente cuando llegó, explicó que la casa tiene cuartos amplios y en cada uno hay seis literas. Las niñas duermen aparte de los niños. Y tres jóvenes, que se suponen hayan salido del hogar, duermen en una casita en los alrededores. 

“Servicios Sociales no me permite que los grandes duerman con los pequeños. Además, el tiempo de irse de la casa ya se agotó. Se supone que se vayan a los 18 años, pero ellos no tienen dónde ir, porque sus papás no tienen nada que darle. Me están ayudando con la disciplina, a organizar la casa. Son como colaboradores”, explicó sobre un jovencito de 20 años, otro de 19 y un tercero de 17.

“No puedo tirarlos a la calle”, agregó.

Pero es el amor al más cercano lo que ha hecho que Cajigas viva feliz en este rincón del mundo.

Aseguró, hasta las lágrimas, que aunque viven de la ayuda del prójimo que da ofrendas o hacen patrocinios regularmente, nunca les falta nada.

Por ejemplo, la educación no es gratuita, pero en una escuela cercana reciben a los participantes del hogar que sólo pagan una cuota mínima. Antes pagaban en otro lugar $120, anuales, por cada niño, y eran muy difícil de conseguir. 

Sí tienen que sufragar los gastos de transportación.

Servicios Sociales, que no los ayuda económicamente, también les exige cuatro comidas al día, incluyendo una merienda, que consuman diariamente carne y que no tomen bebidas en polvo.

“Yo no me atrevo pedirle nada a nadie. Solo a Dios y él se encarga de tocar los corazones de la gente. Hasta que las cosas no mejoren no podemos coger más niños, porque cuando llegan aquí no tienen nada, ni ropa. Hay que comprarle todo, hacerle un chequeo médico…”, explicó al agregar que allí hay cabida para 30 menores.

Dijo que hay gente que va y le lleva ayuda, incluyendo ropa y comida.

“Los fondos siempre tienen que venir de Puerto Rico; de personas que nos visitan”, aceptó.

Cajigas confesó que “la mayor necesidad en esta casa siempre es la comida, y lo más costoso. Se necesita arroz, habichuela, carne; todo lo que necesita una familia para la compra del mes. Hasta el agua tenemos que comprar”.

Seguramente usted quiere ayudar y no podrá llegar hasta Haití, pero lo puede hacer a través de la cuenta que tiene el Hogar Bethel en el Banco Popular: número 085471933 ó por ATH Móvil al 787-243-0738.