Entre la tristeza del adiós y el consuelo por Las Gladiolas
El lunes en la mañana, Las Gladiolas desaparecerá.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 14 años.
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El sonido ensordecedor de un chipping hammer por momentos interrumpía la conversación, nos sacaba de concentración, pero con sólo levantar la mirada y ver el esqueleto de los edificios y las ruinas en el piso, rápidamente recordábamos que el ruido era natural de donde estábamos: Las Gladiolas a pocos días de su desaparición.
El escenario le rompió el corazón a Mirta Colón, la líder comunitaria que nunca claudicó en sus ideales. La cara de Las Gladiolas.
Volver al lugar que fue su hogar por muchos años y encontrarlo casi en ruinas provocó un sinfín de sentimientos en Mirta.
“Hay muchas emociones encontradas. Tristeza, dolor, esperanza de que la administración nos cumpla el acuerdo firmado”, comentó Mirta parada justo al frente del que fue su apartamento y al que apenas le quedaban las paredes.
En el suelo, entre los pedazos de cemento destacaban unos bloques pintados de rojo y verde. Éstos la transportaron a los buenos tiempos.
“Esos bloques los pintamos la última Navidad que estuvimos aquí. Quedábamos 39 familias y decidimos ambientar el lugar para las Navidades. Pusimos luces y pintamos los bloques con los nenes”, recordó la mujer con los ojos aguados. “Hay tantos recuerdos bonitos”.
En ese regresar en el tiempo, Mirta rememoró los años de lucha constante para que no los sacaran de su comunidad.
Según Mirta, la batalla fue desde todos los flancos. Dentro del complejo, la administración les hacía la vida de cuadritos.
“Llegamos a un punto que se dañaba una pieza de la cisterna y nos decían que la pieza había que mandarla a buscar a Estados Unidos y que se tardaba una semana. ¿Cómo tú le explicas a unos niños que no podrán ir a la escuela porque no hay agua para bañarlos?”, comentó Mirta.
Del mismo modo, narró cómo se quedaban sin servicio de energía eléctrica por días.
Esa lucha comenzó en el 2002.
“Nos pusieron una oficina que se llamaba la Oficina de Realojo, cuando todavía no tenían ni los permisos de implosión. Fue un plan bien orquestado por la Administración: querían blanquear el área para traer a la elite”, dijo. “Es que cuando hicieron Las Gladiolas no pensaron en el desarrollo económico que iba a haber en el área”.
La batalla la trasladaron en el 2004 hasta los tribunales con la intención de detener el desalojo y la posterior implosión del residencial público de cuatro torres. De las cortes a nivel estatal, el caso pasó hasta los tribunales federales y luego hasta el Circuito de Apelaciones de Boston. Allí perdieron la batalla definitivamente.
“Nosotros somos buenos ciudadanos independientemente de lo que digan de nosotros. Nosotros fuimos a los tribunales buscando que se hiciera justicia. Lamentablemente, la política pudo más que la comunidad marginada y nosotros acatamos la orden del tribunal”, puntualizó Mirta.
La decisión del tribunal dio paso a un proceso de negociación por un año en el que Mirta buscaba “un acuerdo justo para las dos partes”. En ese proceso, Mirta destacó el trabajo de una funcionaria del Departamento de la Vivienda, Nadín Torres.
Del mismo modo, reconoció la labor del actual secretario de Vivienda, Miguel Hernández Vivoni.
“Ese señor entendió el trabajo real de un secretario de la Vivienda. Es una persona bien humilde y que no sólo escucha. Pone la acción donde pone la palabra”, añadió Mirta alabando la gestión de quien, entre otras cosas, enmendó el reglamento del Departamento para que ellos se pudieran constituir como una asociación de residentes que vigile y proteja los derechos de las 125 familias que tienen contrato para regresar al área una vez se construyan la nueva Gladiolas.
Mientras tanto, Mirta, desde “el mercado privado”, o sea, su residencia alquilada, sigue con su lucha, extrañando el sentido de comunidad de Las Gladiolas.
El lunes en la mañana, Las Gladiolas desaparecerá, pero Mirta y sus vecinos esperarán el renacer de su comunidad, del mismo modo en que lo dicta el nombre de su nueva asociación.