Entre los muertos se pasea la vida

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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La historia oral de Puerto Rico da cuenta de muchas leyendas de aparecidos y, en la mayoría de las ocasiones, lejos de ser cuentos de horror, describen narraciones de amor, como la de una madre, ya muerta, que sale por las noches a buscar a su hija en el cementerio de Quebradillas.
Las películas presentan a los cementerios como lugares donde ocurren hechos espeluznantes, pero lo cierto es que al examinar las lápidas sólo se puede concluir que los camposantos están llenos de historias de amor.
Padres y madres, hijos, abuelos, esposos y amigos dejan señas del cariño que sintieron por los que partieron. Como, por ejemplo, en el viejo cementerio municipal de Hatillo, hay una lápida que más bien parece una conmovedora carta de amor de una tal Julia a su difunto marido, en la que le expresa lo feliz que fue junto a él y cuánto lo extrañará.
También son ejemplos de afecto las visitas que cada día, sin fallar, un matrimonio le hace a su hijo muerto hace tres años que está sepultado en el cementerio La Santa Cruz, en Arecibo. O cuando hace más de una década en La Santa Cruz un sujeto se suicidó frente a la tumba de sus padres fallecidos en un accidente, a quienes decía extrañar entrañablemente.
No obstante, nos sentimos más atraídos por esas historias que nos ponen los pelos de punta y nos hacen temblar de pies a cabeza.
Así se ponen los quebradillanos que pasan por el viejo cementerio municipal y ven a “la francesa”... protagonista de la primera de nuestras historias de cementerio.
El amor comenzó en el cementerio
"Sindicato" y su esposa se enamoraron entre los muertos y nunca más se separaron.
El humilde residente de Aguada, que por cerca de tres décadas ha trabajado en labores de carpintería y albañilería, pero también como sepulturero en el cementerio municipal, contó que su matrimonio de 30 años con Angelita López Cordero comenzó precisamente entre las tumbas del camposanto.
‘’Como yo siempre he trabajado aquí, ella vino un día y nos enamoramos", dijo con mucho humor José Pérez González, a quien todo el mundo conoce cariñosamente por el apodo de "Sindicato".
Explicó que cuando aquella muchacha regresó de vivir en Estados Unidos, a finales de la década del setenta, la conquistó al instante. Él le dijo que trabajaba en el cementerio y allí fue a parar ella, y comenzó el romance que siete meses después se convirtió en matrimonio.
‘’Ella me conoció aquí, cuando yo comencé a enamorarla... unos siete meses después nos casamos y hasta el sol de hoy", repitió, sonriente.
Así que a los cementerios y los muertos no hay nada que temerles; "los peligrosos son los vivos’’, sostuvo Sindicato, rodeado de las lápidas y tumbas que son sus compañeros diarios.
Hacía las tumbas y dormía en ellas
José Lucre, quien por sesenta años trabajó como el sepulturero de Añasco, tenía historia, porque se conocía cada esquina del camposanto municipal, según relata el alcalde, Jorge Estévez Martínez.
Algunos cuentan que incluso Cheo Lucre, o Lucre el Negrito, como le decían al pintoresco sepulturero que murió a los 96 años en el 2007, preparaba las tumbas y luego dormía una siesta en ellas.
Lucre alegaba, contó el Alcalde, que en una ocasión llegó una familia de Estados Unidos y le pidió que le sacara una foto frente a la tumba de un pariente.
"Lucre les dijo: puede que los saque sin las cabezas, porque nunca he sacado un retrato", narró el Alcalde.
Cuando revelaron la foto, regresaron al cementerio y le preguntaron a Lucre quién era la persona que estaba detrás de ellos y el sepulturero les confirmó "que era un hombre que estaba enterrado allí desde hacía años", contó el Alcalde.
"La francesa" sale a arrullar a su hija
Cuentan que Madame Coutono sale por las noches de su tumba en el cementerio San Rafael de las Quebradas para arrullar a su hijita también fallecida.
De modo que cuando se oculta el sol, los quebradillanos evitan pasar por el antiguo camposanto para no tener un encuentro con "la francesa", como se conoce a través de la narración popular.
Sepa que esta historia se trata de una mujer que viajó desde Francia con su marido, un ingeniero que trabajaba en la construcción de los túneles por donde pasaría el tren, explicó Borin Ramos, editor de la revista Alborada Cultural, quien nos llevó a la tumba.
El relato menciona que la hija de Madame Coutono falleció de niña y al poco tiempo, "la francesa" también murió. La madre fue enterrada en una tumba junto a la de su hija.
"Fueron muchos los que en altas horas de la noche escucharon los tristes susurros que salían del lugar (el cementerio) en aquel extraño idioma. Pero fueron pocos… los que lograron ver cómo aquel fantasma de mujer salía de su morada final, pasaba a la de su hija y en un triste gesto maternal movía sus brazos como si arrullase a la niña", narró el profesor Reinaldo Ávila, en la revista Alborada Cultural.