En Puerto Rico existe una escuela pública de la que muchos puertorriqueños desconocen su existencia. Es la Escuela Troquelera y Herramentaje de Bayamón, que tiene una matrícula muy limitada de estudiantes, cerca de 25 al año, a los que se le requiere tener un diploma de cuarto año y un promedio mínimo de 2.00 puntos.

El director, José M. Pérez Gómez, indicó que desde su fundación, en 1969, han graduado unos mil estudiantes.

“Nuestros egresados suplen sólo el 50 por ciento de la demanda de la industria, el otro 50 por ciento, los tienen que traer de afuera”, acotó.

El profesor Jose Baéz, del Taller de Rectificadora, explicó, por su parte, que el troquel es una pieza cortante que a través de un movimiento descendente y ascendente, en la mayoría de los casos, toca una pieza como la tapa de los receptáculos (eléctricos).

“Esto corre en una máquina troqueladora, una prensa. Para los carros, hay máquinas tan grandes para hacer las capotas, los guardalodos, las puertas... Uno hace cualquier pieza pequeña, en metal, que quepa dentro de un espacio”, indicó.

Los estudiantes tienen que tener una buena base en matemática, trigonometría, geometría y algo de álgebra, porque deben manejar mediciones precisas ya que tienen que hacer lectura de planos .

“Muchas veces el plano no trae medidas completas y con trigonometría puede sacar las medidas”, dijo.

Única en su tipo

El profesor Jorge Luis Gavillán, egresado de la escuela en el 1974 y maestro desde 1985, indicó que la institución es la única en su tipo en Puerto Rico y una de cuatro de las que existen en Estados Unidos. Una es en Míchigan, que sirve a la industria automotriz, y otra en California, para la industria de la aviación.

En Puerto Rico se fabrican piezas de metal y plástico para las farmacéuticas y la General Electric, por lo que los egresados de la Escuela Troquelera tienen trabajo “asegurado” cuando salen a la calle.

Baxter, por ejemplo, utiliza bolsas plásticas y todo lo que tenga que ver con sueros e inyecciones.

“Troqueleros” por tradición o afición

Francisco Caragol, de Caguas, se graduó de un bachillerato en contabilidad de la Universidad de Puerto Rico en Cayey.

“Me gusta bregar con los números, esto es una profesión que requiere mucha matemática, mucha dedicación. Me gusta el reto de poder crear, en vez de estar en un escritorio bregando con planillas, dijo.

“Estuve un año en la calle buscando trabajo. No conseguí. Ya estamos terminando y me siento bien preparado. Me han hecho ofertas en Tool and Dye Maker y en varios Machine Shop en Cayey y Aibonito, para reparación de muebles, pero quiero salir con mi diploma”, acotó.

Alex Aponte aprendió con su papá a bregar con todas estas máquinas, ya que trabajaba en un machine shop en Barranquitas como, por ejemplo, rectificar una tapa de válvula de un carro para usarla otra vez.

“Estudié hasta cuarto año. No me atraía la universidad. Un curso como el que estoy tomando es el que me satisfacía”, dijo.

Jose Díaz relató que desde pequeño ha estado metido en un machine shop, bregando con piezas de carro, porque su tío tenía uno.

A Alex le interesa montar su propio negocio.

¿Qué es un machine shop?

Un lugar donde se reparan piezas de carro. También se diseñan piezas.

Héctor Cruz ingresó a la escuela porque “le gusta la mecánica... las motoras.”

“Me desempeño bien. He aprendido lo suficiente y puedo conseguir un trabajo”, afirmó.

Ángel Figueroa entró a la escuela, luego se fue a estudiar ingeniería y regresó.

“Me gustan las máquinas, hay más reto”, dijo.

Hay tres generaciones en la familia de Caleb Vázquez que “hacen moldes”. “Esto corre en la familia. Mi papá y mi abuelo trabajaban con piezas y en cruceros”.

Héctor Flores relató que desde chiquito le llamaba la atención el piñón del reloj y los motores eléctricos. Los desmontaba. “Cuando abres el reloj y ves todos esos piñones...”.