Guánica. Cuatro familias guaniqueñas transformaron la cancha del barrio Siberia de Ensenada en su nuevo hogar, tras huir de sus respectivas viviendas que se afectaron por el terremoto del 7 de enero.

Todos aseguran que en el campamento se sienten más seguros pues todavía no han recibido ayuda para reparar sus casitas y porque el lugar les brinda tranquilidad, mientras se apacigua la tierra que hace más de 10 meses amenaza con fuertes remezones.

Algunos han construido sus módulos tabla a tabla, reconstruyeron los viejos baños y hasta sembraron variedad de frutos por si ocurre un evento mayor que les dificulte el acceso a alimentos.

“Cuando sufrimos el temblor mayor que era de 6.7, vimos que teníamos que salir porque pensamos que ese era el precursor de uno mayor y entonces, como vivimos frente a un humedal en Playa Santa… no era seguro para mi familia. Allí el baño tuvo daños, el piso se rompió y básicamente, alrededor de la casa tiene grietas, las dos columnas también sufrieron daños”, recordó Angélica Rivera de 58 años.

Así salió de su hogar con su esposo, su hija encamada, una hermana diagnosticada con esquizofrenia y sus dos nietos de tres y nueve años, respectivamente.

“Esto estaba lleno de personas, pero ahora quedamos cuatro familias que vivimos en hermandad. Yo por tener a esa familia no me puedo correr el riesgo de volver de nuevo a sufrir la misma experiencia de tener que salir, ¿me entiendes?, bajo un temblor como aquel. Aquí me siento mucho más segura en el lugar donde estoy ahora mismo y esperando en el Señor de que esto se acabe para volver a casa”, confesó sobre el lugar donde se refugian 12 personas.

Sin embargo, para volver a su hogar debe reparar las huellas que han dejado los sismos en la estructura, pero aún no ha recibido ni un solo centavo de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), pues “cuando llevo lo que me piden, me piden otra cosa más”.

“Ahora me pidieron un ingeniero estructural. Yo no he recibido nada y si no recibo nada también estoy tranquila. Nada me va a robar la paz… tengo que mantenerme tranquila porque tengo una buena familia que atender”, afirmó Angélica, quien vive en un módulo construido por una iglesia de Humacao.

Allí cumple con su rutina de ama de casa y le brinda ‘homeschooling’ a sus nietos, que hasta aprendieron la importancia de cultivar para alimentarse.

De otra parte, Mirta López Alicea y su esposo Ramón Ayala, de 77 y 81 años, respectivamente, huyeron de su casa que “se está hundiendo por los terremotos”.

“A él (Ayala) FEMA le dio $165 y después ha ido cuatro veces y no cualifica. Por eso nos quedamos aquí hasta que podamos arreglar la casa pa’ poder volver, porque la casa se está hundiendo. Pero es por la seguridad de él que tiene diabetes, desbalance… yo lo cuido mucho, lo quiero mucho,”, dijo doña Mirta llorosa al recordar lo sucedido.

“Estábamos a la intemperie, pero gracias a Dios ahora estamos con las otras tres familias. Estamos juntando los chavitos del Seguro Social pa’ arreglar el piso completo. No hay ninguna promesa de ayudarnos”, acotó.

Igualmente, Ernesto Figueroa, de 82 años y quien se apoya en un andador para caminar, mencionó que “donde yo vivía anteriormente… allí no vive nadie porque el sitio no se cayó, sino que quedó en malas condiciones y desde ese momento vine para acá”.

Figueroa vivía alquilado, pero teme reinstalarse en el pueblo por temor a la secuela del evento telúrico que inició el 28 de diciembre de 2019.

En el otro extremo de la cancha, que estuvo abandonada por mucho tiempo, se encuentra Steven Rodríguez con su esposa y su hijo de cuatro años.

Su historia se entrelaza con los nuevos vecinos, ya que el apartamento del residencial Jardines de Guánica también sufrió los efectos de los terremotos y la escalera para acceder a su vivienda está a punto de colapsar.

“El temor de que se nos cayera encima el lugar y básicamente el día 7 corrimos para acá buscando la protección. Esto es un edificio que el Gobierno te facilita la ayuda, pero donde algo se está derrumbando y cayendo yo no puedo tener a mi hijo ni a mi familia allí”, resaltó el hombre de 46 años.

“Te tengo que ser honesto… he recibido ofrecimientos para que busque ayuda, pero estoy preparado para tener lo mío, no queremos eso. Desde aquí estamos haciendo una lucha, esto no es una invasión y no queremos ser obstáculo para el Gobierno porque esto era un lugar que era baldío, nosotros lo rehabilitamos, lo limpiamos y hemos sembrado”, agregó.

Pero Steven no se quedó de brazos cruzados y se dio a la tarea de construir un techo para los suyos con dos dormitorios, cocina y un área de estudio para su pequeño, que está matriculado en el programa Head Start.

“He levantado ese módulo palito a palito; tiene cocina, dos cuartos… no lo parece, pero estoy dándole unas terminaciones a la cocina como podemos bajo el concepto de protección familiar. Creo que aquí estamos bien acogidos. Llevamos meses techaíto… pasamos las tormentas aquí (Isaías y Laura) en una caseta en medio de las paredes de madera”, dijo sobre el módulo que ambientaron hasta con el árbol de navidad.

“Estamos preparados para todo y analizamos las circunstancias por si en algún momento dado hay que correr o no. También tengo una siembra que voy por ahí pa’ bajo con plátanos, guineos, piña… estamos en el proceso y esperamos que pronto ese fruto se dé. Aquí hemos sobrevivido, hemos sembrado, tengo gallinas, en caso de si viene la ‘hambrera’ también tener su gallinita por si acaso hay que hacer un caldo”, destacó.

“¿Los terremotos? Claro que los sentimos, pero pa’ lo que se siente allá abajo, esto aquí es chulería, porque tengo el ranchito amarrado con los tensores, pero en cuestión de un terremoto mayor o un maremoto, aquí estamos preparados, estamos más seguros con Dios por delante y a Él que reparta suerte”, subrayó.

Estas familias aseguran que el lugar es ideal para cumplir con las restricciones de la orden ejecutiva para frenar los contagios con el COVID-19, pues mantienen distanciamiento físico, se lavan las manos frecuentemente y usan mascarillas cuando salen a realizar cualquier gestión, incluso en el campamento.

Además, confesaron que se han administrado las pruebas y “todas han dado negativo”.

No obstante, estas personas necesitan una mano amiga que les ayude con agua embotellada, una cisterna, toallitas humedecidas y batidas “Ensure” para suplir a la fémina encamada quien tiene perlesía cerebral.

“El Municipio nos trae agua, pero el abasto que tenemos en un caso de emergencia no va a ser suficiente. ¿Y si ocurre algo y esta gente no nos puede suplir agua? Nosotros necesitaríamos drones o algún tipo de cisterna que puedan mantener con agua todo el tiempo”, explicaron al agregar que recogen dinero entre ellos para costear el inodoro portátil por el cual pagan $75 mensuales.

“El País tiene que prepararse porque lo que viene no es fácil. Ya nosotros estamos adaptados”, concluyó doña Angélica al contemplar el lugar que convirtieron en su hogar.