Un calvario más allá de la muerte.

Carlos Collazo, el hombre de 40 años que murió el martes por complicaciones de una pulmonía cuando pesaba más de 900 libras, sufrió en su morada final los efectos de la poca oferta de servicios para la población obesa mórbida.

Hasta su último día Carlos sufrió una gran indiferencia de diversos sectores para ayudarle a mejorar su calidad de vida.

La pobre planificación de cómo se iban a depositar los restos de Carlos en el cementerio municipal 3 de Caguas provocó que a eso de las 2:00 de la tarde, frente a la mirada de familiares abatidos de dolor y una madre sumamente afligida, las correas que sostenían el féretro, amarradas a dos diggers amarillos, se rompieran, la caja cayera en el interior de la fosa, se abriera y el cadáver de Carlos quedara expuesto como si estuviera sentado boca abajo.

Aunque la familia Collazo desde un principio insistió en que sólo los parientes cercanos podrían ver cómo el féretro descendía hacia la fosa de cinco pies de ancho por ocho de largo, no muchos quisieron irse.

Así las cosas, los dos operadores de las máquinas comenzaron a bajar la caja y el peso excesivo rompió las correas y sucedió lo imprevisto.

Doña Teresa Torres, madre de Carlos, tuvo que ser llevada de inmediato a un hospital. El único hermano de Carlos, Eduardo, estalló en cólera y profunda angustia.

Hubo mucha improvisación de parte de las brigadas municipales de Caguas.

“Esto es un impacto emocional que nadie puede imaginar, ver cómo un ataúd se cae después de que se parten las sogas y saber que los empleados del Municipio se burlaron. Esto ha sido un circo insostenible y demuestra la falta que hace de servicios para las personas como mi hermano”, dijo con mucho dolor Eduardo.

Tristemente, las risas no sólo se dieron en el momento de la ruptura de las cuerdas, sino desde antes, cuando hacía su entrada al cementerio el enorme féretro cubierto de flores, en una grúa flatbed y los diggers se acercaban al hueco. No faltó quien tomaba fotos con camaritas digitales.

“Nos vamos a asesorar porque los daños han sido muchos desde que a mi hermano se le negaron servicios hasta ahora. Mucha insensibilidad”, dijo Collazo.

Nadie se merece ser enterrado en esas condiciones. Más aún cuando todos recordaron a Carlos, o como le decían, “El Colla”, como un hombre que, según él mismo decía, llevaba todo su amor en su barriga, era bueno, chistoso y adoraba a su madre. Sus últimas palabras para su hermano Eduardo fueron “Te amo, cuida de mami”.

Una tía del hombre, Josefina Collazo, calificó lo sucedido ayer como una prueba de que Puerto Rico es un país tercermundista.

“Puedo decir eso porque vi cómo desde que mi sobrino llegó al hospital no había camillas para él. No había espacios adecuados ni siquiera en la sala de emergencia. Tuvimos que velarlo en un pasillo, aunque la funeraria se portó muy bien con nosotros”.

Cabe señalar que el administrador del cementerio, Julio Cruz, dijo que se utilizarían cadenas para bajar el féretro. Después de lo sucedido, no quiso hablar.