Como un experimentado cazador, Justo Manuel Villegas, de 50 años, sabe, incluso a pies de distancia, en qué rama está encaramada su próxima presa.

Conoce sus movimientos, pues lleva años analizándolas meticulosamente para, luego, prepararlas en un suculento plato. Pero su cacería no es de aves, sino de gallinas de palo.

Justo se vale de un instinto natural y sale a cazar sin equipo sofisticado. Al hombre se le hace la boca agua al pensar que próximamente capturará una iguana, la decapitará y la cortará para luego cocinarla y comérsela, asegurando que es un plato gourmet.

Desde el 2000, cuando regresó de “los estados” (EE.UU.), justo se radicó en Caimito Bajo y todos los sábados y domingos obsequia a sus amigos del vecindario y a los “riquitos de los walk-ups” la gallina de palo, frita al fogón en aceite caliente.

Ayer el menú no fue de iguana precisamente. Los vecinos comerían sancocho hecho con un becerro que donó uno de los residentes. Y es que los ingredientes de cada comida son todos regalados: uno pone la salsa, el otro la sal y el otro el animal que van a comer. Pero la preferida de los comelones es la gallina de palo que caza y prepara Justo.

“Ése es un animal feroz y rabioso, y hay que saber hacerlo porque, si no, te tira a morder. Si la iguana está en el piso, yo voy lentamente, le piso el rabo, la agarro por la cabeza y la pongo en control. Después con mi samurái (un arma que es una mezcla de espada y machete), la decapito. El rabo sigue vivo, porque eso es todo nervio. Le quito las patas, la cabeza y empiezo la cirugía”, describe Justo sobre su método de caza.

El hombre remueve el hígado de su presa, y comienza con sus propias manos a remover la piel. Luego pica en trozos la carne y la adoba con recao, orégano, ajo, sal y sazón, y la guarda en la nevera de su hermano por dos días.

“Le echamos hasta bendiciones”, dice Justo, mientras mira a lo lejos. El hombre se fijó en una enorme iguana que estaba sobre una rama de un árbol de meaíto en el vecindario.

“Ésa la estoy velando, y ella sabe que yo la estoy mirando”, comentó.

Para preparar el manjar, Justo calienta el aceite en el fogón y ahí fríe la carne del reptil.

“Chacho, mamita, eso es mejor que el pollo, es bien jugosa y aquí nadie se va sin comer. Esto es algo que me nace del corazón. Yo preparo esto y aquí todo el mundo come hasta los riquitos del walk-up. Y de gratis”, comenta Justo.

La iguana frita se acompaña con guineo sancochao, tostones de papa, ñame brujo y otras riquezas de la tierra boricua.

“Yo haré esto hasta que Dios quiera o hasta que me mude otra vez para los estados, para Míchigan. Pero esto es lo que me hace feliz”, aseguró el intrépido cazador, quien agregó que no sólo caza las iguanas en el piso, sino también con rifle, si están a lo alto de un palo.

Su hermano Jesús Manuel, de 63 años, confesó “a mí me encanta, porque eso es gourmet. Me gusta con yautía”.

Por su parte, Cendo Vázquez, de 76 años, expresó que la iguana “es más suave que el pollo, y me encanta con tostones y ensalada”. Ayer, este vecino esperaba su sancocho de becerro con un traguito de ginebra en mano.

Buenas y malas

Para el vecino de Caimito, Néstor García, de 64 años, las iguanas son sabrosas, pero además problemáticas.

“Son buenísimas también cuando Justo la prepara en fricasé, pero para mi patio son malísimas”, dijo García.

En los últimos meses las gallinas de palo le han comido los ajíes, pimientos y vegetales que él ha sembrado.

“Ellas saben ricas, pero son bien, bien dañinas”, manifestó el hombre.

¿No le da asco comer iguana?

Nena, no, no me da asco porque ellas son vegetarianas y son bien limpias. Algo hay que hacer con ellas.