Hechizado por la Tierra Navajo

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 18 años.
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TIERRA NAVAJO, Arizona – Ante el desierto místico...La vista se pierde en una árida planicie habitada por escorpiones, serpientes y coyotes. La topografía, al igual que el clima, cambia sin previo aviso y a la distancia, desperdigados sobre el terreno, se pueden divisar las casas octagonales de una tribu legendaria que ha sobrevivido campos de concentración, torturas y masacres genocidas.
Uno de los últimos grandes bastiones indios en intentar detener el avance de vaqueros y soldados estadounidenses del Viejo Oeste aún vive y habla su lengua nativa. También conserva tradiciones y costumbres milenarias, entre ellas, el rezar por espíritus que entran por su ventana a través de la luz solar o permanecer vigilante ante brujos que habitan las noches más oscuras y silenciosas para transformarse en animales.
Sobre esta tierra ancestral y sagrada camina una familia puertorriqueña que ha penetrado las entrañas de cañones y que ha viajado entre bosques escarpados en búsqueda de un estado de simplicidad único, que para algunos sólo puede ser encontrado en las tierras de los indios navajos.
Se trata de un dentista pediátrico y una contable, padres de un niño de 9 años de edad, que en Puerto Rico ejemplificaban el prototipo de la familia profesional. Contaban con una consulta privada, vehículos de lujo, así como acceso a los círculos más privilegiados. Pero como otros inmigrantes en la reserva, la pareja lo dejó todo, vendió sus pertenencias y decidió cambiar la comodidad de una vida “estable” por otra alterna en un lugar que pocos estadounidenses optan por visitar a pesar de sus incontables historias y leyendas.
El dentista Daniel Borrero Martínez, de 43 años, y su esposa Marisol Colón González, de 41, optaron por residir en la reserva navaja desde el 2001 hasta el 2005 y, de hecho, retornaron a ella hace tres meses luego que el galeno obtuviera su especialidad pediátrica en la Universidad de Minnesota.
Actualmente residen en un complejo hospitalario del Gobierno federal ante imponentes colinas escarpadas que desafían el tiempo. La “Nación Navajo”, como así sus habitantes nombran e identifican el vasto terreno que sobrepasa el territorio de los 10 estados más pequeños, se convirtió en un lugar de introspección y comparación para la pareja, que ha trazado innumerables similitudes entre los indios y los puertorriqueños por estar ambas naciones bajo la jurisdicción del Gobierno federal y combatir por la preservación de su identidad ante numeros esfuerzos que perseguían su asimilación.
Reconocen en los navajos, quizás con una claridad que jamás habían sospechado tener, una tristeza perenne que arrastra un dolor ancestral, aunque en otras ocasiones se topan con espontáneas muestras de alegría, que sorprenden a la vez que desarman.
“Nosotros aquí nos sentimos libres de muchas presiones. La reservación, para los americanos es otro mundo, aunque lo tienen aquí, al lado del suyo, y muchos no lo saben apreciar”, sostuvo el doctor Borrero.
La familia ha optado por una vida sin pretensiones ni pretextos, sin aparentar ante un pueblo que mide con recelo los gestos y las palabras de cualquier extranjero.
Sus salidas se rodean, literalmente, de misticismo. Es una realidad de la que no pueden escapar. Del mismo modo, la pareja boricua redescubrió la simplicidad y la belleza de la palabra en un pueblo sin cines, sin restaurantes de lujo, sin malls ni centros de entretenimiento, sin bares ni hoteles fastuosos, sin playas, sin el mar que tanto llegaron a amar en Puerto Rico y que ahora extrañan en la reserva indígena, la cual se extiende por tres estados: Nuevo México, Arizona y Utah.
Él se contenta con la simplicidad de su vida, su ropa casual, su colección de libros, las postales que detallan los rostros de indios que se imponen como vastos paisajes listos para ser descubiertos; mientras su esposa se complace con su rostro libre de maquillaje, la sencillez de su casa, las horas que le puede dedicar a su hijo, Fernando.
El muchacho habitualmente se sumerge dentro de los confines de su imaginación, dibujando figuras fantasiosas que muy bien podrían estar habitando el desierto que se ha acostumbrado a mirar y discernir.
Sobre papel, el niño los plasma sobrevolando cielos estrellados o dentro de aguas espectaculares, consciente de los personajes místicos que los navajos creen que habitan sus tierras. Con la paciencia de un cirujano, el pequeño acompaña a sus padres por sus largas travesías en vehículo, por carreteras que parecen alcanzar el horizonte, debajo de enormes cuervos que vuelan ante amaneceres hipnotizantes.
“Lo más que me gusta de aquí es el cielo porque se mantiene azul todos los días del año. Me siento despierta”, sentencia Colón.
Así llegaron
2001
El año en que la familia Borrero-Colón decidió mudarse a la reserva de indios navajos en Arizona, su hijo aún era un bebé. Su motivo principal fue la búsqueda de una vida más sencilla, sin ningún tipo de apariencias, y donde la medicina nunca se mide en dólares y centavos.