Luquillo. El despertador suena a las 3:00 de la mañana, hora en que se prepara para la faena diaria: sacar por lo menos 25 libras de carne de jueyes, y alimentar y cuidar a otros 7,000 cangrejos que tiene a su cuidado en la jueyera que administra hace más de cuatro décadas.

Así transcurren los días para Pablo Nieves Vélez, propietario de la jueyera Don Pablito, en Luquillo, un lugar que se convirtió en su mayor pasión hace 46 años.

Era 1967 cuando don Pablito se aventuró con un amigo a irse durante las noches a pescar jueyes en las zonas costeras entre Luquillo, Río Grande, Fajardo y Ceiba. Posteriormente, los vendían durante los fines de semana frente al negocio el Pocito Dulce (Santurce), cerca del aeropuerto, en Carolina, o frente al hipódromo El Comandante, en Canóvanas.

Al pasar los meses, don Pablito decidió continuar la aventura solo y cambió de estrategia: decidió comprar los jueyes a pescadores, someterlos a un proceso de limpieza y alimentación en cautiverio para luego ponerlos en reventa.

“Para ese tiempo, yo trabajaba en General Electric y me reclamaron un día porque no pude llegar a trabajar... entonces renuncié. Y me fue mejor porque ellos me pagaban 70 chavos la hora y un día de venta de jueyes yo me ganaba más que lo que cobraba en una semana con ellos”, recuerda don Pablito sobre sus pininos en la industria jueyera, en la que por lo general el cangrejo se captura con trampas de madera o de tubos plásticos donde, tras ponerles una carnada, quedan atrapados.

Actualmente, el hombre tiene a su cargo un exitoso e interesante negocio que, contrario a lo que muchos puedan pensar, no opera durante todo el año, pues en Puerto Rico hay una veda impuesta por el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) que prohíbe la pesca de jueyes para proteger su reproducción. La veda comienza el 15 de julio y se extiende hasta el 15 de octubre y quienes violen el reglamento se exponen a pagar un mínimo de $100 por cada juey capturado durante este periodo.

El experto en temas jueyísticos explicó que durante los meses de veda es que por lo general estos crustáceos se aparean. Agregó que el periodo de preñez de la hembra dura poco más de un mes. “Ellas se retiran a desovar (poner huevos fecundados) a la orilla de la playa... por eso se malogran las que se preñan aquí en el corral. Aquí no tienen playa”, dijo el comerciante.

Explicó, además, que es durante la época de prohibición que los jueyes se retiran a “encuevarse” para cambiar el casco y crecer.

Es por eso que don Pablito comienza a prepararse para la época de “vacas flacas” desde febrero, mes en que empieza a comprarle jueyes a un grupo de pescadores viequenses con el que hace negocios hace 30 años.

“Este año empecé a ir a Vieques el 24 de febrero, cuando traje como 100 docenas... así empecé las reservas para estos meses, pues ya se está acercando la veda. Cuando vengan esos meses, tengo suficientes jueyes para sacar chavos y no quedarme pelao”, dijo quien actualmente tiene más de 7,000 jueyes distribuidos por tamaño y peso en diversos corrales.

El hombre explicó que el proceso de cautiverio del juey comienza con un periodo de limpieza de dos semanas.

“Cuando el juey se acaba de pescar, no debe comerse, pues está flaco y lleno de impurezas. Aunque prefieren los vegetales, ellos comen lo que encuentren en el camino, así sea una vaca muerta”, precisó quien gasta unas 150 libras de maíz semanales para alimentar a los jueyes.

Dijo que actualmente vende la docena entre $35 y $45, dependiendo del tamaño. “Pero te diría que la mayoría de la gente prefiere comprar la carne que ahora mismo está a $16 la libra”, agregó quien ahora mismo tiene más de 250 libras disponibles para la venta.

De hecho, don Pablito es un experto en estos menesteres. Una palanca de juey, una maseta y un martillo son las herramientas necesarias para sacar la carne del juey, un animal marino cuya pesca fue la fuente de ingreso y de comida de muchas familias costeras durante las décadas de los 60 y 70.