Una de las tradiciones más antiguas en el país cobra vida en la figura del maestro Carlos Javier “Tato” Torres Sáez que, por años, ha desplegado su talento musical en diversas promesas de aguinaldo que realizan devotos de la comunidad puertorriqueña dentro y fuera del archipiélago.

Con un estilo propio, derivado de su crianza en el barrio Consejo Alto de Guayanilla, y fusionado con la interacción cultural experimentada en Nueva York, a donde emigró con su familia a los 13 años, el músico boricua se ha caracterizado por ser una constante en gran parte de estos eventos religioso-culturales.

“Mi mamá es bien católica, así que, me crié bien católico y con esa tradición de las promesas y lo que es la música jíbara. Entonces, esta área de Guayanilla tiene unas costumbres bien particulares en cuanto a la promesa, como es tan íntimo de nosotros, es algo reconocido en todas partes y, automáticamente, te conecta con personas que tienen esa tradición en común”, relató el hombre de 53 años.

En plena adolescencia, el hijo de Monserrate Torres Rodríguez y Nydia Esther Sáez Cintrón, se trasladó con sus padres y cinco hermanos a la llamada ‘gran manzana’, en busca de servicios y mejores oportunidades educacionales para uno de los suyos.

Influenciado por su nuevo entorno y una familia materna a donde “todos son músicos” y, un padre que procuró rodearse de personas vinculadas a la esfera musical, Tato Torres fue insertándose en el aprendizaje y ejecución de instrumentos como el cuatro, percusión y, el cultivo de su voz.

“Llegamos en verano de 1984, en una era muy creativa, los principios de lo que es ahora el hip-hop y, todas las cuestiones de la música urbana popular, era como el génesis de eso. Aunque no se habla mucho todavía, los puertorriqueños allá eran partícipes de esa creatividad cultural que estaban saliendo”, sostuvo.

“Siempre he estado envuelto en la música porque vengo de una familia de músicos. Incluso, mi mamá lo hacía todo cantando, toca guitarra y clarinete y, siempre estaba cantando todo el día. Mi papá no era músico, pero siempre quiso ser músico y se rodeó todo el tiempo de músicos”, acotó.

Según Torres Sáez, uno de los recuerdos que más lo marcó fue el junte de amistades de sus padres, que acudían a su casa los domingos para dar rienda suelta a un concierto improvisado.

“En mi casa había un pasillo bien largo, desde la entrada principal hasta la sala y ya a la 1:00 de la tarde, ese pasillo estaba lleno de estuches de cuatro y de guitarra. Hay gente que iba a comer asopao, era como Navidad todo el año, pero era una bohemia bien amplia. No era solo música jíbara, de aguinaldo, trullas y décimas, sino de todo… bolero, guarachas, música religiosa de la iglesia y también cantaban música secular mundana, como dirían hoy día. Esa fue mi escuela”, apuntó.

Así las cosas, Carlos Javier aprovechaba que no hubiese nadie en su casa para agarrar el cuatro de su progenitora y practicar. Sin embargo, en ese entonces, lo que quería era cantar.

“Conozco a otro señor de Yauco, a don Juano Caraballo que cantaba promesas y, en ese tiempo, yo me desempeñaba más como cuatrista. Como sabía que yo venía de la misma tradición y conozco las tonadas y el ambiente de las promesas, él me recluta como cuatrista para su grupo de promesas”, manifestó.

“Yo empecé en la música un poco tarde. Siempre cantaba en la iglesia y en los coros, pero como músico no me atrevía, porque la presión era tan alta, el nivel de calidad de la música a la que yo estaba expuesto era tan alta que yo tenía que estar seguro de que, podía desempeñarme y por lo menos, no hacer el ridículo”, confesó.

Sobre las promesas

Aunque no considera promesero, Tato Torres imparte la armonía y el respeto que conllevan estos ritos, organizados por aquellas personas que reciben algún favor de parte de una entidad que intercedió en la concesión de un favor o milagro.

“Un promesero es toda aquella persona sea devota, ya sea de los reyes, de su santo particular, del niñito Jesús, de la virgen, que le rinda tributo, que le ore y, le quiera expresar un agradecimiento que se pueda palpar con los cinco sentidos. Es algo que lo convierte en algo palpable y cultural”, expresó.

Asimismo, destacó que, la cantidad de promesas puede ser “infinita”.

“Hay promesas de varios tipos: rezar el rosario, de (ponerse un) hábito y, cada promesa de aguinaldo que, es a la que me dedico. Uno puede cantarles aguinaldo a los reyes. Un aguinaldo, en el sentido original de la palabra, es un regalo”, acotó.

Su primer grupo, Yerbabuena, surgió a finales de la década del 90, tras la necesidad de insertar a los jóvenes talentosos en una actividad de interés que los sacara de la calle.

Sin embargo, luego de varios años haciendo vida en Nueva York, Torres Sáez tuvo que regresar a Puerto Rico para atender la salud de su madre. Así nació el grupo Chivo Loco, producto de la transición entre un lugar y otro.

Desde entonces, continúa participando de promesas en “casi toda la isla y, a la misma vez, hemos sido portadores de ese estilo propio de nuestra zona a otras áreas. Es el estilo más antiguo de promesa por la variedad de tonadas que se practican”.

Al convertirse en padre hace un año y medio, Torres Sáez aspira a “ser el mejor ser humano posible dentro de lo que me toca”, visualizando la cultura como “un recurso muy valioso que, va a generar esos denominadores comunes con los cuales mi hijo se va a sentir identificado”.

Para detalles: 939-256-1001 o Tato Brujo en las redes sociales.