Hoy se cumplen dos años de aquel estruendo que sacudió los cimientos de miles de familias en el suroeste que, en tan solo segundos, vieron cómo se derrumbaban sus sacrificios a consecuencia del terremoto de magnitud 6.4 que llegó como ladrón en plena madrugada del 7 de enero de 2020.

Sin embargo, al repasar las incidencias del evento telúrico, aún se asoman las huellas físicas y emocionales de quienes perdieron sus propiedades que, desde entonces viven con el temor de que algo así vuelva a ocurrir, sobre todo, en una zona que permanece activa a nivel sísmico.

Basta con pasar por las calles del barrio La Luna en Guánica para notar la dimensión de los daños ocasionados por los temblores en decenas de viviendas, que, en su mayoría, continúan igual que hace 24 meses, con los techos en el suelo, enormes grietas y columnas partidas.

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Allí solo queda uno de cinco comercios que brindaban servicios y productos a la comunidad, al igual que las tres iglesias que prácticamente colapsaron con los remezones.

Para el líder comunitario del barrio La Luna en Guánica, Wilbert Almodóvar Cardona, la amarga experiencia de los terremotos transformó su vida y, aunque confiesa que no ha sido fácil aprender a caminar en medio de la destrucción, tanto él como sus vecinos se han adaptado a las nuevas circunstancias.

Don Pipe, como cariñosamente le conocen en el sector, estuvo tres meses durmiendo en el parque de pelota en un refugio que creó la propia comunidad que decidió regresar a las maltrechas viviendas por el asecho de ladrones que amenazaban con llevarse lo poco que les quedaba.

“Cada vez que pasamos y vemos una casa destruida en el piso, nos da mucha tristeza pues fue algo que la naturaleza hizo y nos enseñó a vivir día a día. De cinco comercios solo queda la panadería porque todos los demás de rajaron por el medio. Las tres iglesias también se rajaron, la católica la están reparando. Esto no fue fácil y tenemos que seguir bregando”, relató en su recorrido por el barrio con Primera Hora.

“Mire ese monte, el epicentro fue detrás de la isla de Guilligan. El monte se rajó por cinco sitios cuando cambió el curso del agua. Estuvo lloviendo casi dos horas y media sin parar y se llevó la mayoría de las casetas en el parque”, recordó sobre la precipitación que los sorprendió días después del evento mayor.

Asimismo, lamentó que el barrio siga despoblándose a raíz de los sismos. De hecho, una de las áreas fue rebautizada por los vecinos como “la calle del dómino” cuando se cayeron cerca de siete casas, una tras otra.

“Era una cuesta y se cayeron todas. Eran unas casas que la gente hizo sacrificios enormes para levantarlas. Aquí, si usted va a contar, de cada 10 casas hay cuatro deshabitadas. Si busca en la proporción del barrio pues fueron muchos los que se fueron. En una de las calles se puede apreciar que de 20 residencias hay 12 vacías. Unos están en Estados Unidos y otros se fueron a vivir con familiares”, explicó.

No obstante, admitió que el gobierno comenzó con la demolición de varias estructuras y sin embargo, algunos damnificados que recibieron ayuda de FEMA se cansaron de esperar e iniciaron con las reparaciones, pero el dinero no les alcanzó.

“Ya empezaron a demoler parte de las 77 casas que se perdieron y la ayuda ha sido bien limitada para los que sufrimos pérdidas, pero nos hemos adaptado a la situación y estamos rehaciendo nuestras vidas como mejor se puede. Poco a poco se han ido restaurando nuestras casas, hay personas que todavía no han podido hacer nada. Pero están esperando una ayuda que le prometieron para eso y vamos a ver qué sucede”, acotó.

Es el caso de Omayra Padilla, de 35 años, que, durante los sismos, acondicionó una guagua frente a su casa para pernoctar con su esposo y sus tres hijos de entonces 7, 12 y 15 años porque su residencia estaba inhabitable.

“Nosotros perdimos nuestra residencia, pero decidimos habilitar la guagua porque a nuestra hija la habían operado en septiembre, entonces, no fuimos al refugio por los gases de las plantas y la población que había era mayor. Aun destruida la casa, habilitamos la guagua y ahí nos quedamos. Cocinábamos en lo que quedó del balcón de la casa que también lo habilitamos como un pequeño baño”, relató.

“FEMA nos dio parte del dinero, ahorros propios y muchas personas que nos conocían nos dieron la mano. Mucha gente que venía y nos veía construyendo también nos ayudaron de otra manera. A veces decíamos que no, porque muchas veces, por orgullo, nos cohibíamos porque queríamos hacerlo nosotros mismos. Vino gente de toda la Isla”, agradeció.

No obstante, a pesar del arduo trabajo y dinero invertido, todavía su casa está sin divisiones y requiere de varios arreglos para estar en condiciones aceptables.

“Esto se sigue moviendo y vivimos con el desespero de que volvamos a perder lo poco que pudimos construir. La casa no está terminada y aún nos falta mucho camino por recorrer, así nos ayude Dios, somos padres jóvenes entre 35 y 39 años, pero seguimos dando la milla extra, no nos quitamos”, insistió la fémina que labora en un centro de envejecientes de Guayanilla.

Al visitar a doña Yolanda Sanoguet Báez 78 años que vive en una de las calles cercanas al monte, se pueden contar las escasas viviendas que fueron demolidas, mientras que en otras sus propietarios dejaron un número de teléfono visible para ser contactados en caso de que al fin llegue la ayuda prometida.

“Esto fue horrible. Se cayeron cosas… como la casa era de madera. El yerno mío me sacó poco a poco porque la puerta se trancó. Estaba nerviosa porque mi otra hija estaba con los hijos acá. Cuando regresé como a las 7:00 de la mañana ellos estaban afuera. Eso fue una cosa increíble, la casa desboroná completamente. Esto parecía un marullo, el suelo se movía como un culebrón, bien feo”, sostuvo mientras que sus ojos relataban el horror vivido aquella madrugada.

La familia de doña Yolanda Sanoguet Báez, de 78 años, intenta reconstruir el hogar con el dinero que recibieron de FEMA y que tampoco alcanzó para cubrir todas las áreas dañadas.
La familia de doña Yolanda Sanoguet Báez, de 78 años, intenta reconstruir el hogar con el dinero que recibieron de FEMA y que tampoco alcanzó para cubrir todas las áreas dañadas. (Sandra Torres Guzmán)

Asimismo, denunció que a pesar de que su casa estaba inhabitable, los encargados del refugio en el vecino pueblo de Yauco estaban empeñados en sacarlos del lugar por ser “una familia grande”

“Tuvimos dos meses en el refugio de Yauco, pero ahí había muchos problemas y el alcalde nos mandó a sacar porque éramos una familia grande, estaban empeñados en que nos sacaran. Amenazaron a la hija mía con el Departamento de la Familia por el nene y por eso tuvimos que arrancar a la casa como estaba”, argumentó.

Desde entonces, su familia intenta reconstruir el hogar con el dinero que recibieron de FEMA y que tampoco alcanzó para cubrir todas las áreas dañadas. Así que urgen por ayuda para completar los trabajos y tener un techo seguro.

“Todavía estamos construyendo poco a poco… falta porque esto se esbarató y como las vigas se hendieron, no se podía vivir en ella. En la parte de atrás, hay que poner unos chavitos porque no nos dio, la mano de obra que hay que pagar. Dicen que van a donar algo, pero no sé en que quedó y dicen que hay que tirar el piso en cemento pa’ poder levantar la casita en madera”, destacó.

“En la mente de uno está que no vuelvan esos daños en la misma fecha, aunque siempre está el movimiento, sigue temblando”, descubrió.

En otra calle sin salida bien pegada a la montaña, encontramos a Felipe Padilla Guilbe quien trata de arreglar los destrozos que ocasionaron los sismos en su hogar. Pero se encuentra solo en esto.

“Dicen que ese monte se está cayendo, pero no se está cayendo na’. Yo trabajé en Recursos Naturales y conozco to’ esto. El cantazo vino desde allá para acá. Lo sentí, lo escuché y bueno, gracias a Dios porque la cama tenia ruedas. El ruido parecía como si hubiera un tren a las millas, entonces, el movimiento. Me agarré de la cama y cuando oí los gritos de los vecinos pues, salí”, recordó.

“La casa no se cayó, pero como se movió se agrietó por toda la vuelta. Ahora mismo estoy solo bregando y como yo chiripeo, estoy tratando de ayudar a otros, lo mismo que

tienen ellos y yo, peleando solo. Aunque el gobierno me ayudó, pero yo haciendo esto solo… tengo que doblar las varillas, tengo que hacer los canastos, ligar el cemento, suerte que es llenar por dentro las columnas. Mucho trabajo y mucho no lo hago porque siempre estoy en el pueblo de Guánica, chiripeando”, sostuvo.

Reconoció que las autoridades llegaron a su casa para tratar de convencerlo a que se fuera a un lugar seguro. Sin embargo, insiste en quedarse.

“Yo peleé con ellos porque vinieron a sacarme, la casa es habitable porque yo estoy viviendo ahí. Hasta el alcalde quería sacarme de aquí, pero no me voy pa’ ningún lao. Todos se fueron, yo era el único acá arriba. Bien fácil pa’ los pillos. Yo siempre me pasaba tranquilo, no dejo que corra mente mucho, más me preocupa la gente pa’ ayudar como fui bombero auxiliar, del equipo de rescate, de recursos naturales”, señaló.

A dos años del terremoto mayor, Felipe ruega para que no suceda otro evento de esa naturaleza.

“Que Dios quiera que no pase otro más porque yo creo que ahora puede ser que aguante la casita porque ya tiene varillas. Yo ayudé a un amigo creyendo que él me iba a ayudar a mí. Pero no y (sigo) esperando ayuda, si no aparece, yo mismo lo hago, prendo el radio y me pongo a bailar con la pala”, concluyó.