Como la mayoría de los jóvenes de 16 años, Diego Payán Maldonado estudia con miras a encaminar su futuro. Pero, en su caso particular, lo hace al mismo tiempo que disfruta lo que, posiblemente, sea una de las aventuras más fascinantes que pueda vivir un adolescente: navegar por el mundo a bordo del velero noruego Sorlandet, un navío casi centenario que opera la A+ World Academy.

Para el joven de Juana Díaz esta ha sido una enriquecedora experiencia que le ha permitido visitar puertos a lo largo de las costas de Europa, África y el Caribe, así como de distantes archipiélagos en el océano Atlántico.

Al mismo tiempo, ha compartido con jóvenes de diversas partes del mundo, aprendido sobre la navegación y las operaciones a bordo del navío, cuya espectacular silueta engalana por estos días los muelles del Viejo San Juan, retando con su histórica presencia las colosales estructuras de modernos cruceros.

Diego conectó con el navío noruego porque, según narró en entrevista con Primera Hora, conoce a dos personas de Puerto Rico que ya pasaron antes por la experiencia en el barco, “y me interesó la idea de venir y solicité para entrar”, con bastante tiempo por adelantado, “y logré llegar”.

Se reconoce afortunado, pues el grupo de personas que puede entrar es “bien pequeño”, de apenas unos 60 estudiantes. Además, tuvo que embarcarse en la tarea de recaudar fondos para cumplir con todo lo que exigía esta travesía.

Recordó que, de hecho, el Sorlandet llegó a Puerto Rico gracias, en gran medida, a una de esas personas que mencionó, Claudia Ramírez Portuondo, estudiante puertorriqueña que le precedió a bordo como embajadora boricua en la clase 2021-2022, y cuya huella también facilitó que el velero eligiera a San Juan como uno de sus dos puertos de vacaciones, donde permanece por más tiempo, mientras recibe mantenimiento.

Diego Payán Maldonado tiene 16 años y es oriundo de Santa Isabel.
Diego Payán Maldonado tiene 16 años y es oriundo de Santa Isabel. (Carlos Rivera Giusti)

Inmerso en el aprendizaje

Contó que el día antes de zapar desde Noruega, donde tiene su puerto sede el Sorlandet, “te dan el uniforme, todas las cosas, te lo pruebas, y al día siguiente tú vas al barco, todo es un bulto solamente, te trepas en el barco, y ahí, apaga el teléfono y ‘bye bye’”. A bordo, agregó, “lo único que tengo es un locker y un cofre, y ya, nada más”.

Diego traía consigo algo de experiencia en navegación a vela, pues navega en el área de Ponce, pero con botes de categoría Laser, “que son bien pequeños comparado a este (Sorlandet), que lo básico de navegar lo tienen, pero, cómo se hace, pues nada es igual”.

No hizo más que abordar y poco después ya andaban navegando por las aguas “bien frías, frías” del Mar del Norte.

Afortunadamente, para ser uno de los estudiantes en el Sorlandet, “tú no tienes que saber nada sobre navegar para entrar, porque ellos te lo enseñan todo al principio, y si tú todavía no entiendes algo, te siguen ayudando. Son buenas personas, que no te dan de mala”.

A bordo del velero, ha compartido con jóvenes de Alemania, España, Brasil, Estados Unidos, Noruega, Croacia, China, entre otras naciones. Pese a las diferencias socioculturales, asegura “con mi grupo, nos llevamos bien, tranquilos, pasamos el tiempo bien”. Agregó que hay armonía entre todas las “34 nenas y 32 nenes” que están pasando el curso a bordo.

Entre otras cosas que ha aprendido, destacó la diferencia de pronunciación de palabras y nombres de noruegos y alemanes, cuyos idiomas incluyen letras y combinaciones de letras, con sus respectivas pronunciaciones, que no existen en el idioma español.

“Así que uno aprende un poco de idiomas, de culturas”.

Diego Payán Maldonado, el único puertorriqueño en el velero noruego, disfruta a plenitud la experiencia de conocer el mundo.

Luego de Noruega, el recorrido los llevó a Francia; Portugal; entraron al Mediterráneo y pararon en España; luego de vuelta al Atlántico, a las islas Madeira; rumbo al sur las Islas Canarias; las islas de Cabo Verde; y entonces atravesaron el Atlántico por 20 días hasta llegar al Caribe, a Granada; subieron al norte a Guadalupe; San Martín; hasta llegar ahora a Puerto Rico.

Una vez zarpen de San Juan, la ruta debe seguir hacia Bermudas; atraviesan el Atlántico de vuelta hasta las Islas Azores; y de ahí van a Holanda, en un largo tramo de navegación, que se estima tome unos 30 días.

En cada parada, tuvo oportunidad de probar diferentes platos, como la variedad de panadería y postres de Saint Malo, en Francia, “que, como todo, es diferente en sabor, nuevo. En Portugal tienen los pastéis de nata, que es un postre que hacen allí que es bien bueno. Y poco a poco en los diferentes lugares, cada vez que vamos a un puerto nos dicen todo lo típico allí y, a probar todo”.

Más allá de visitar tantos lugares diferentes, Diego asegura que estar en el velero y participar de todas las constantes actividades a bordo, le ha llevado a “ser más organizado, y más flexible, porque los cambios aquí en el barco son constantes, que todas las cosas cambian rápido, de momento estás navegando pa acá, otro momento es pa allá. Diferentes movimientos, y acostumbrarme a otras culturas, que puede ser que esto es así, que es hacia allá, y tienes que acostumbrarte a cómo es”.

Sin embargo, deshacerse del teléfono, algo que hoy día parece ya parte íntegra de muchas personas, no fue un problema para Diego. Por el contrario, “fue bastante fácil. Y pude hacer amigos fácil con la mayoría de las personas. Porque estuvimos como 10 sin tener teléfono, to el mundo juntos ahí, nos tiraron al barco a hablar, literalmente”.

Mientras caminaba entre los altos mástiles del velero, y las incontables cuerdas y sogas que requiere para izar y recoger sus velas, camino a mostrar a Primera Hora algunos de los curiosos antiguos aparatos aún en uso en el Sorlandet, el joven admitió que no han faltado momentos embarazosos en la travesía, como las caídas por las estrechas escalerillas que conectan las cubiertas.

Unas cuantas veces me he caído por las escaleras entrando pa abajo, que eso le pasa a casi to el mundo que está en el barco”, aseguró sonriendo. Agregó que en su primera caída pensó “nadie vio, nadie vio, sigue, sigue”, pero en otras ocasiones, “cuando tú caes, al lado hay clases, y te ve todo el mundo”.

Por otro lado, a pesar que hubo varias paradas en las que podían darse un chapuzón en el mar, como buen caribeño acostumbrado a cálidas playas, Diego asegura que no se lanzó a las gélidas aguas del Mar del Norte o la costa atlántica europea. No fue hasta llegar al Mediterráneo que se zambulló y, comoquiera, todavía sentía algo frías.

Pero, más allá de esos desacuerdos con las escalerillas y la temperatura de mar, Diego asegura que “todo ha sido bien y tranquilo para mí. He aprendido un montón y me va a ayudar mucho más para lo siguiente”.

La experiencia, además, ha tenido sobre el joven el efecto adicional de mejorar sus capacidades de comunicación e interacción con otras personas.

“Es ‘cool’. Como que, si fuese como el año pasado, no hubiese sido fácil darme (a relacionar) con todo el mundo. Pero como que ahora, después de la embarcación, puedo hablar bien fácil con todo el mundo, explicar bien lo que pasa, todo bien. Ahora hablo mucho más, y me gusta hablar con personas”, afirmó sobre su evolución, que le ha venido muy bien para hacer recomendaciones a los otros jóvenes y sus familias ahora que andan disfrutando estas semanas por la Isla.

Diego, al centro, junto a sus padres Fernando Payán y Lenitzia Maldonado.
Diego, al centro, junto a sus padres Fernando Payán y Lenitzia Maldonado. (Carlos Rivera Giusti)

Orgullosos padres

La mamá y el papá de Diego, Lenitzia Maldonado Alcover y Fernando Payán Santiago, están satisfechos con la experiencia que está viviendo su hijo, aunque admiten que, como era de esperarse, tuvieron sus preocupaciones, y también lo extrañaron.

Sin embargo, aseguraron que las personas a cargo del barco son muy responsables, toman en serio la seguridad, y se aseguran de darles los consejos y advertencias pertinentes en cada puerto.

Su mamá, además, celebró que Diego hubiese podido embarcarse en esa aventura, sobre todo porque la travesía transatlántica estuvo colgando de un hilo luego que sufriera un percance de salud que requirió hospitalización, y tuviera que esperar meses para recibir el visto bueno de su doctor.

Celebró también que su hijo está mucho más comunicativo y “ha madurado mucho más en el barco. Es más independiente. Obtienen seguridad en sí mismo, el barco les ayuda en su toma de decisiones”.

“Ha cambiado muchísimo, para bien. Ha sido bien positivo y él le ha sacado provecho”, agregó su papá. “Estamos muy orgullosos”.

En resumen, Diego no vacila en recomendar a otros jóvenes que, si está a su alcance la posibilidad de ser parte de esta experiencia, no la dejen pasar.

Es una experiencia bien interesante y bien ‘fun’ (divertida), algo que solo te va a pasar una vez en tu vida, y que tienes que aprovecharla”, insistió.

Alabó que el Sorlandet haya elegido a Puerto Rico como uno de los puertos más importantes de su ruta, entre los muchos que están disponibles, y que cada año la gente pueda “venir a verlo, tomar fotos, aprender sobre él”.

Además, subrayó que la inclusión de Puerto Rico representa una oportunidad particular para que algún joven de la Isla sea parte de los 66 estudiantes elegidos cada año, y exhortó a que la aprovechen, para que así también la gente del Sorlandet siga sintiéndose motiva a continuar viniendo a la Isla.

Si usted desea conocer más sobre esta travesía y la posibilidad de participar de la misma, puede acceder al portal de A+ World Academy o sus páginas en las redes sociales.