¡La casa de caracol...eh!-VÍDEO
Don Cuchi ha utilizado miles de caracoles para decorar su vivienda.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
PUBLICIDAD
Rincón. Tres mil caracoles y van contando.
Hablar con Juan Bautista Carrero Vázquez es como abrir un libro de historias. Sobre todo, cuando se transforma en “Cuchi”, como le conocen en el pueblo de Rincón.
Cuchi habla con pasión de su “casa-castillo”, la que ha venido levantado con sus propias manos durante los últimos 35 años, en homenaje al amor que le tiene a sus seis hijos.
El hombre de 74 años compró la casa a la edad de 20, en una parcela ubicada en la comunidad Stellas del barrio Pueblo, por la carretera PR-115, donde uno de sus hijos atiende un negocio de comidas en un local contiguo.
Seguramente miles de personas tienen una foto posando frente al minicastillo, al que ha nombrado “Mr. Carrero & Sons Family Castle”.
Atraídos por sus coloridos y distintivos adornos, llegan cada vez más los turistas y curiosos para retratarse frente a la casa decorada con flores, peces, faraones, leones, vírgenes, torpedos militares y sobre tres mil conchas de caracoles incrustadas en sus paredes.
Aún le quedan muchas conchas por incrustar en las paredes y las guarda con celo debajo de un pequeño anfiteatro que ubica en el salón central del segundo piso.
Este lugar “pudo haber sido un salón de clases para una academia militar para los niños de la comunidad, o un salón de juegos para turistas”, mencionó.
Otras ideas han surgido con el paso de los años para darle uso a su creación, pero han terminado bajo el polvo de cemento que perdura depositado sobre potes de pintura, moldes para adornos, mesas, máquinas de coser, cabeceras de camas de pilar, ruedas de carretones y un sin fin de artefactos, para los cuales tiene una historia para cada uno.
¿Porqué los caracoles?
Para honrar a los trabajadores de mi comunidad, que la mayoría eran pescadores.
Cuchi creció en ese barrio y recuerda que desde niño veía cientos de aviones de la base militar (Ramey) sobrevolar el cielo, haciendo ejercicios. “Practicaban allí (dijo señalando un punto en el cielo) y por eso compré como siete torpedos de la fuerza aérea de Aguadilla, para honrar la memoria de los soldados de la guerra del 1945”. Tres de esos torpedos figuran como esculturas en alguna esquina del patio de la casa.
Hizo su vida entre Nueva York, Nueva Jersey y Puerto Rico, donde fue yendo y viniendo por intervalos. Ha tenido tres esposas. Con la primera procreó a los gemelos Alberto y Gilberto Carrero Vélez; con la segunda, tuvo a John F. y a Jackeline Carrero Delgado; y con la tercera esposa nacieron Nielkuchi y Adlnil Carrero Ruiz.
“A ellos le dedico los corazones. El corazón más grande que está en el centro del anfiteatrito es de la única hija mujer que tuve”, dijo con evidente orgullo.
Las cotorras que incrustó le recuerdan a aquellas que volaban sobre su casa entre 6:00 a.m. a 5:00 p.m. para dormir en el árbol de mangó. “Eran cientos de ellas y ahora no hay ni una”, dijo con cierta melancolía.
Las flores que adornan las paredes son un recuerdo de su madre. “En mi casa yo era quien hacía el jardín. Pero cuando vinieron los hippies a Rincón, se empezaban a llevar las amapolas y hubo que tumbarlas porque decían que las usaban para hacer drogas”, mencionó al recordar esa época en que ese pueblito costero se vio “invadido” por hippies norteamericanos, cuyos familiares ricos y profesionales “luego trajeron progreso porque aportaron a la economía. Empezaron a venir familias a visitarlos y se quedaron porque les gustó Rincón”, señaló.
En su vida, Cuchi ha sido aficionado como jardinero, artista y escultor. A esto se suman oficios y profesiones como maestro, militar y policía. Lleva 23 años soltero, desde que se divorció de su última esposa, y desde entonces no ha parado de crear moldes de figuras para adornar su casa. A sus 74 años no cree que pueda terminarla y siente el deber de venderla para poder dejarles una herencia a sus seis hijos.
Sepan pues que el dueño de esta casa es de ascendencia taína, pues sus abuelos paternos eran indios, según dijo. Todavía guarda cemíes que “han caído en sus manos” por alguna extraña razón. Su abuelo materno era español. Y la historia de su abuela materna, Luisa Vargas Carrero, quien –según dijo- poseía gran cantidad de esas tierras, “es otra historia”.