Tlaquepaque, Jalisco. Llegamos cerca de la 1:30 p.m. a este pueblo que es considerado como uno de los municipios alfareros más importantes de México. Denominado tierra de artesanos, Tlaquepaque, está enclavado en el área metropolitana de Guadalajara, a menos de una hora, sin tráfico.

Un Uber que habíamos tomado a las 12:30 p.m. frente al Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG), nos llevó al pueblo. El viaje de ida nos costó 120 pesos mexicanos ($6). Nos sirvió de guía, nuestra Boricua en la Luna, Frances Avilés Chan, quien aseguró que el pueblo es uno de los atractivos turísticos del estado de Jalisco que ningún turista se debe perder porque “es precioso y se compra barato”.

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“Tlaquepaque es como un distrito artístico con pinturas, murales y artesanías. Es rústico, pintoresco y colorido. Es uno de mis sitios favoritos aquí en México”, expresó la profesora de la UAG.

Luego que la fotoperiodista Vanessa Serra y yo compartimos un almuerzo con ella, en uno de los restaurantes típicos en el casco del pueblo, visitamos algunos centros artesanales. Figuras emblemáticas mexicanas, como La Catrina y Frida Khalo, estaban presentes en muestras de arte en las tiendas, así como en las calles.

La principal rama industrial de Tlaquepaque es la manufactura y elaboración de artesanías en papel maché, vidrio soplado, latón, alfarería, hilados, barro, cuero y madera.

El municipio tiene poco más de medio millón de habitantes y en 1838 adquirió la categoría de pueblo. El nombre de Tlaquepaque significa “loma de barro” en la lengua Azteca nahualt, aunque se le atribuyen varios significados como: “lugar sobre lomas de tierra barrial”, “hombres fabricantes de trastos de barro” y “sobre lomas de barro rojo”.

En nuestra estadía en la tierra jalisciense, también visitamos el pueblito de Tequila.

“Tequila tiene lo que son las tequileras y destilerías. Los visitantes pueden hacer un recorrido o tomar un trencito que los lleve a las fincas de agave. Eso es bello y, aparte, vas tomando tequila”, explicó la puertorriqueña, radicada en Jalisco.

En el trayecto a Tequila son impresionantes los inmensos sembradíos de la planta de agave (de la que se extrae el licor), así como las tiendas rústicas de venta de tequila blanco y reposado.

A la vera de la carretera, vimos también muchas cruces de muertos, algunas con flores.

Tequila tiene una población de más de 40 mil habitantes y su economía depende de la industria tequilera, pues cuenta con unas 22 destilerías de este licor.

Muchas de las calles están empedradas y aunque no pudimos ver el ritual, en la plaza del pueblo estaba el tronco de palo que utilizan los Voladores de Papantla. Esta es una manifestación indígena originaria de Mesoamérica y el ritual religioso se ha encontrado en la cerámica funeraria de las culturas de Colima, Jalisco y Nayarit. El rito sobrevive en la actualidad entre los nahuas y los totonacos de la Sierra Norte de Puebla y el Totonacapan veracruzano. En 2009, fue proclamado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Al regreso de Tequila a Guadalajara nos detuvimos en El Arenal, un pueblito en el que compartimos “un cantarito” con nuestra Boricua en la Luna. Ésta es una bebida suave de tequila mezclado con cítricos, servida en un vaso de cerámica.

En Guadalajara, llegamos al centro histórico de la ciudad y pudimos apreciar la arquitectura de sus antiguos edificios, como la Catedral o Basílica de la Asunción de María Santísima, construida entre 1561 y 1618. La estructura, afectada por terremotos, es una de las más representativas por sus torres con agujas neogóticas y rica historia.

Allí nos despedimos de Frances. “Vanessa y Nydia, espero que la próxima vez tengan más tiempo para ofrecerles todo lo que es México lindo. Y allá en casa, Puerto Rico, sepan que los quiero más”, expresó nuestra Boricua en la Luna.