Los lagartijos que se ven comúnmente por todo Puerto Rico, incluso en las ciudades, en jardines, árboles, muros y hasta en el interior de casas y edificios, podrían tener las respuestas claves a un sinnúmero de interrogantes sobre evolución, adaptación y conservación de especies, e incluso potenciales soluciones a problemas de salud en humanos.

Según un nuevo estudio en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), publicación oficial de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, esos lagartijos puertorriqueños, y en particular la especie Anolis cristatellus que está en el centro de la investigación, poseen una capacidad de adaptación única, que les ha permitido sobrevivir y acomodarse a una amplia variedad de ambientes.

Tal es la cantidad de respuestas que puede ofrecer Anolis cristatellus, que la científica Kristin Winchell profesora de biología de la Universidad de Nueva York (NYU, en inglés) y principal autora del estudio, considera que esos lagartijos boricuas de color brown que usted ve en árboles y paredes por doquier “son un tesoro científico, un animal bien especial, que no existe en ningún otro lugar del mundo”.

Según explicó la experta, en entrevista con Primera Hora, aunque el grupo de lagartijos del género Anolis comprende sobre 400 especies a través de Centro y Sudamérica, y unas 100 especies en el Caribe, en la Isla hay nueve especies “que solo se encuentran en Puerto Rico”.

Abundó que se trata de un grupo de lagartijos bien diverso que “son un modelo de evolución en condiciones naturales”, porque muestran una reiterada capacidad de adaptación a diferentes tipos de hábitat. “Así que, si vas a La Española, a República Dominicana, o a San Juan, o Kingston en Jamaica, vas a ver un lagartijo muy parecido en los tres lugares, pero en realidad están separados por 40 millones de años o más de evolución, no tienen una relación cercana. Son un clásico ejemplo de lo que llamamos evolución convergente, que significa que se han adaptado de manera similar”.

“Así que son un grupo de especies únicas para estudiar evolución y ecología. Y en el caso de los lagartijos de Puerto Rico, está el elemento de que solo existen allí, así que son todavía más especiales”, agregó. “Y queríamos estudiar cómo estos lagartijos están respondiendo a los cambios que hacen los humanos al ambiente”.

La profesora explicó que estos lagartijos “nos pueden decir mucho sobre cómo se adaptan los animales a los cambios ambientales”. Por ejemplo, otros estudios han demostrado que, si sacas un depredador, estos lagartijos se adaptan a ese cambio en el ambiente. “O cuando pasó el huracán María, observamos cambios en las patas de estos lagartijos. Pueden responder muy, muy rápido a los cambios ambientales. Así que son un excelente modelo para estudiar adaptaciones contemporáneas”.

Además, enfatizó Winchell, son un elemento esencial para el ambiente. “Juegan un papel vital en la cadena alimenticia. Comen mosquitos, arañas y mucho más, ayudan al reciclar los nutrientes, polinizan flores. Son componentes bien importantes en un ecosistema funcional. Incluso en las áreas urbanas, porque en Puerto Rico también hay mucha vida silvestre en las áreas urbanas. Y conservar la vida silvestre en las áreas urbanas es fundamental para poder mantener la conectividad entre los ecosistemas a través de la Isla”.

Este estudio en cuestión, en el que también participaron varios investigadores de otras universidades, incluyó a 96 lagartijos Anolis cristatellus de tres regiones de la Isla, San Juan, Arecibo y Mayagüez, tanto de centros urbanos como de áreas boscosas alrededor de las ciudades y, de acuerdo con la profesora Winchell, tiene tres razones u objetivos esenciales.

Uno de esos objetivos tiene que ver con la conservación. Al ser estos lagartijos parte esencial del ecosistema, “es importante que entendamos si van a poder resistir o no el ritmo de crecimiento urbano. A medida que el mundo se vuelve cada vez más urbano, necesitamos saber si se van a poder adaptar a ese creciente ambiente urbano y qué elementos de ese ambiente le va a traer más dificultades”.

Un ejemplo de eso que describe se aprecia al comparar las dos especies de Anolis que se encuentran frecuentemente en áreas urbanas en Puerto Rico. Además del Anolis cristatellus o lagartijo común, está el Anolis stratulus o lagartijo manchado, pero esta última especie “parece limitarse a los árboles”.

“Cuando recorres San Juan ves mucho menos, de hecho, nunca he visto Anolis stratulus en el Viejo San Juan, pero sí ves Anolis cristatellus. Así que Anolis cristatellus parece poder adaptarse, mientras que Anolis stratulus parece no poder tolerar esas condiciones de urbanización extrema. Con ese contraste podemos ver por qué es importante entender que quizás debamos poner un poco más de esfuerzos en tratar de crear un ambiente más propicio para que la especie más sensible pueda subsistir, mientras que Anolis cristatellus parece adaptarse bastante bien a cambios ambientales severos. Así que eso nos revela bastante sobre conservación y prioridades de conservación”, explicó la científica.

En otras palabras, entender cómo el lagartijo común se adapta tan bien a esos cambios, podría ayudar a entender por qué otras especies no logran tal éxito, y cómo se les puede ayudar a adaptarse mejor.

“Y también es importante mantener esa especie común, lo más común posible. Solo porque una especie sea común en las ciudades, no significa que no sea importante. Otra vez, el Viejo San Juan es un gran ejemplo. En el Viejo San Juan, ves mucho menos lagartijos, y probablemente sea en parte porque hay mucho menos árboles. Así que te puede mostrar cuál es ese límite en el que el ambiente está tan alterado que no permite subsistir ni siquiera esa especie tan adaptable”, insistió, agregando que perder a una especie común tiene un efecto cascada en todo el resto del ecosistema.

Una segunda razón, continuó explicando de manera apasionada la profesora de biología, tiene que ver con encontrar la respuesta a una de las preguntas que los biólogos han tratado de responder durante muchísimos años: “si la evolución ocurriría una y otra vez de la misma manera. Es decir, si pudiéramos empezar la historia de la vida desde el principio otra vez, si resultaría con las mismas plantas y animales que tenemos hoy día”.

“Esa idea de si la evolución se puede o no repetir, si los animales enfrentan los mismos desafíos, ¿van a responder siempre de la misma manera, o no? Y la realidad es que no sabemos cuán predecible puede ser la evolución ante las variables ambientales. Así que un lagartijo en San Juan puede evolucionar diferente a otro en Ponce o Mayagüez, o en Guaynabo. Entender cuán predecible pueda ser la evolución, nos puede revelar los mecanismos de ese proceso. Entonces, los lagartijos pueden ser un modelo para responder a estas importantes interrogantes de la evolución”, comentó.

Abundó que sus investigaciones han demostrado repetidamente que los lagartijos urbanos de Puerto Rico, en muchas ciudades diferentes, muestran de manera consistente que “tienen patas más largas, con dedos más largos, con más escamas especializadas en esos dedos”.

Además, han hecho pruebas para medir la habilidad para correr y escalar en diferentes superficies, como paredes de edificios, vigas metálicas, cristal y otras superficies, “y encontramos que los lagartijos con las patas y dedos más largos tienen mejores características para sobrevivir en el ambiente urbano. Porque pueden correr más rápido en espacios abiertos, para escapar a los gatos, o no estar sobre terreno caliente mucho tiempo, y también para poder escalar en superficies como una viga de metal, que es una superficie bien lisa, sumamente difícil de poder escalar para cualquier otro animal”.

“Han evolucionado para sobrevivir en ese ambiente urbano. Imagínese, con todos esos edificios y cosas que hay en una zona urbana, si un lagartijo se cae constantemente de esos edificios, se lo van a comer bien rápido, no va a poder pasar sus genes a la siguiente generación”, comentó.

Y la tercera razón es que estas investigaciones abren la puerta a entender cómo se afectan los seres humanos que viven en zonas urbanas.

“Los seres humanos ya no estamos sujetos a las mismas presiones evolutivas que los animales, porque tenemos cuidados de salud, nos cuidamos unos a otros, y por supuesto no estamos a merced que nos vaya a comer un gato”, explicó, con un toque humorístico. “Pero comoquiera vivimos bajo otras presiones similares, como las luces nocturnas que son un estresor para los animales, estamos sujetos a la contaminación en las ciudades, sujetos al aumento de temperaturas, la comida que comemos es muy diferente a cómo hemos evolucionado para comer”.

“Así que otra parte del estudio es mirar la genética de estos animales en los ambientes urbanos y ver qué parte de su ADN está cambiando, qué genes nos pueden revelar algo sobre cómo los animales se adaptan o se afectan por el ambiente urbano. Y al mirar eso encontramos genes relacionados con la dieta, como colesterol, homeostasis (capacidad de regulación metabólica para sobrevivir)”, comentó, aunque aclarando que es un área con mucho por investigar. “Pero hemos visto lagartijos comiendo de la basura de los humanos. Están comiendo comida de humanos. Y es curioso que vemos esos marcadores en su ADN, de que probablemente están ingiriendo comida diferente y sus cuerpos están respondiendo con cambios a nivel genético que les permite procesar mejor esa comida”.

“De igual forma, vemos cambios en el ADN, en genes asociados con inmunidad y con funciones cerebrales. Eso son áreas con potencial importante para los humanos, áreas a explorarse en el futuro”, añadió. “Incluso cuando miramos los cambios en las patas, los genes que hemos identificando asociados a esos cambios en las patas están relacionados con enfermedades en humanos. Los mismos genes, en humanos, causan malformaciones en las extremidades. Así que es algo muy curioso que estos lagartijos comparten esos mismos genes, pero en los lagartijos parece ayudarles a adaptarse los cambios en esos genes, mientras que, en los humanos, los cambios en esos genes causan enfermedades. Así que, entender cómo esos genes hacen cosas diferentes en diferentes organismos, podría tener potenciales efectos también para los humanos, como respuestas a enfermedades, terapias. No tenemos las respuestas todavía, pero abre el camino para que estos lagartijos nos ayuden a encontrar respuestas para los humanos”.

Winchell anticipó que espera regresar a Puerto Rico pronto y continuar con las investigaciones sobre los lagartijos boricuas. En esta ocasión, anticipa, junto a otros colegas, enfocarse en las adaptaciones al calor y el aumento de temperaturas en las ciudades. Asimismo, espera poder comparar las adaptaciones del Anolis cristatellus con otras cuatro especies que se pueden encontrar en las ciudades en mayor o menor medida, como el Anolis stratulus, pero que no han logrado adaptarse de manera tan exitosa a pesar de estar bajo las mismas presiones ambientales.

La científica no quiso terminar la entrevista sin enviar un mensaje a la gente en Puerto Rico, para dejarles saber que “esos lagartijos son vitales para el éxito del ecosistema. Si te deshaces de ellos, tu casa se va a llenar de arañas y mosquitos. Y además estos lagartijos son importantísimos para la ciencia. Tienen allí un tesoro, que los científicos quieren ir a estudiar y entender, porque no hay otras especies con tantas respuestas a preguntas esenciales”.

Así que la próxima vez que vea al lagartijo común, con su típica marca a través de la espalda, recuerde que se trata de un tesoro biológico con muchos secretos por revelar, que merece nuestro respeto y reconocimiento, incluso si sabe que le causa algún que otro sobresalto a personas cercanas que no les gusta su aspecto, o es usted una de esas personas que le aterran o disgustan los pequeños reptiles.

“Y lo otro que me gustaría decirles es que por el hecho que vivan en un área urbana, eso no quiere decir que vivan ajenos al mundo natural. Abran los ojos y disfruten de la gran variedad de plantas y animales que están a su alrededor, ya sea en el jardín frente a su casa, creciendo en la acera, a un lado de su casa, porque incluso en las ciudades hay una biodiversidad bien especial”, agregó la profesora de biología. “Y los estudios demuestran que cuando la gente se rodea y disfruta de la naturaleza, beneficia su salud mental y física”.