Las secuelas sociales del COVID-19 en la población puertorriqueña han puesto en relieve problemas que por años se han querido invisibilizar: el deterioro de una salud mental que estaba maltrecha por las tragedias que han sacudido al País en los pasados años, la pobreza en la niñez y la desigualdad entre comunidades.

Así lo destacan el sociólogo y catedrático de la Escuela Graduada de Administración Pública de la Universidad de Puerto Rico, César Rey Hernández; y la psicóloga social Mercedes Rodríguez López, quienes reflexionaron sobre el impacto social y psicológico de la “nueva normalidad” que trajo la pandemia.

Restricciones de movilidad, mandatos de distanciamiento físico o aislamiento, ocultar casi todo el rostro para evitar contagios, rutinas diarias deshechas de la noche a la mañana e imposiciones laborales y educativas para las que no se estaba preparado.

Estas son algunas de las acciones que han llevado hasta el hastío a algunos, a la frustración y tristeza a otros, y hasta a la incomprensión y sentimientos de impotencia a otros cuantos.

“Creo que este proceso fue más largo y complicado de lo que todos pensamos. En un principio creíamos que era algo transitorio, que se iba a resolver y que había mecanismos para sobrellevar y sobrepasar el reto de una pandemia. Y creo que nos sorprendió tanto la complejidad del virus y la incertidumbre de que era una enfermedad desconocida, hasta no saber hasta cuándo duraría toda esta situación que limitó todas las áreas de convivencia social”, expresó Rey Hernández.

Recordó que el escenario se agravó por los mensajes contradictorios que surgían a nivel mundial por líderes políticos como el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien en muchas instancias limitó la gravedad del virus equiparándolo al de un catarro común.

“Creo que esa situación de incertidumbre y de mensajes encontrados y con poca o ninguna evidencia científica que se generó en los primeros meses crearon un desconcierto en algunos y un exceso de confianza en otros... a eso súmale que se desactivó la economía con consecuencias que estamos viviendo en estos momentos a nivel de desempleo. También hubo una pausa en la educación para un sistema que ya venía arrastrando por los pasados años las secuelas de los huracanes y temblores. El panorama trajo mucho desasosiego”, agregó el también catedrático de la Escuela Graduada de Administración Pública de la Universidad de Puerto Rico.

Precisó que todos estos factores acentuaron la pobreza y desigualdad que ya existía en la Isla, particularmente en los menores de 18 años. Un estudio realizado por el Instituto de Desarrollo Juvenil (IYD) en Puerto Rico, destacó que un 58% de los niños en el País viven bajo niveles de pobrezas. Se proyectó que esa cifra, durante la pandemia, pudo haberse elevado a un 65%.

“No es la hambruna de Haití y otros países. Pero con el cierre de escuelas y la falta de acceso a educación adecuada hay otros factores que se afectan, incluyendo la nutrición y salubridad adecuada de muchos niños en el País... la única comida nutritiva que tienen los estudiantes más pobres en este país es la que se ofrece en comedores escolares. Aquí hay niños que se llevan loncheras con alimentos que les dan algunas empleadas para poder comer los fines de semana”, manifestó quien fue secretario de Educación de 2001 a 2004.

Recordó que hay municipios en el suroeste que fueron afectados por los terremotos y que no podrán reabrir sus escuelas, aun cuando el gobierno active un plan de reapertura presencial gradual en los planteles públicos y privados.

“Aquí en el segundo semestre del año 2020 se pasaron de grados a estudiantes, pero no hubo luego un devalúo y eso crea una interrogante de lo que se arrastró a nivel académico ese año... estamos hablando de que un 30% de los estudiantes no han tenido acceso a clases porque no tienen internet. Mientras hay otros niños y niñas que tiene que ir a las plazas públicas o a un ‘fast food’ a conectarse para poder coger clases. Hay muchos signos de interrogación en cuanto al aprovechamiento académico y eso pone en precario a nuestro país, porque la educación debe ser el elemento más importante”, sostuvo al agregar que Puerto Rico ocupa el quinto lugar en el mundo en desigualdad social.

“Ahora viene una reactivación de un país que se puso en pausa. Pero eso supone muchos retos, incluyendo la reconstrucción de una economía y unos procesos sociales que afectaron la mente y corazones de la población. Hay mucho desequilibrio mental producto de lo vivido”, acotó.

Rey Hernández dijo que Puerto Rico está ante un cuadro que se tiene que tomar en serio y en el que se requiere una mirada más sofisticada de la que el gobierno le da.

“Aquí lo urgente se traga lo importante. Lo urgente lo que hace es poner parchos a los problemas. Hay que resolver, pero tiene que haber planificación y aquí se improvisa mucho. Se atiende lo urgente para las gradas”, subrayó.

De otra parte, para Rodríguez no hay lugar en el mundo que no se haya afectado con la pandemia.

“Y hablo de consecuencias económicas, sociales, espirituales, psicológicas, salubristas.. Todavía estamos metidos dentro de esta experiencia y sacudida tan grande a nuestras vidas”, manifestó.

Dijo que resalta a la vista que el gobierno -como otros del mundo- no estaba preparado para una experiencia como la que trajo la pandemia. “No tenían idea, no se había contemplado en los planes de nadie una situación como esta y ahí vinieron las deficiencias aquellas y los desaciertos del gobierno en los primeros meses. También vimos como hubo políticos tratando de meter sus intereses sobre la ciencia, mientras los científicos luchaban por iluminar al pueblo dar información verídica”, analizó desde el espectro sociopolítico.

En cambio, a su juicio, el impacto incalculable ha sido a la salud emocional de los puertorriqueños.

“No hay manera de estimar esos daños ni en el presente ni en el futuro. Este encierro, que al inicio se proyectó por unos meses y ya llevamos un año, tuvo efectos psicológicos muy serios. La experiencia de la tristeza que ha tenido la gente en este tiempo, es al extremo de que muchos no pueden articularlo. Pero en los grupos de apoyo virtuales lo hemos visto, lo hemos dialogado. Esto es una cadena de efectos que estamos viviendo y los vamos a vivir por mucho tiempo más y hay que asumirlos con mayor conciencia”, reiteró.

Comparó el sentir de muchos ciudadanos como el que genera una experiencia de duelo.

“La gente lo describe como una tristeza y como una sensación de pérdida. Pérdida de libertad, de autonomía, de seguridad. Esto le quitó la estabilidad a mucha gente, que se vio obligada a transformar sus rutinas. Aquí todos, todos, hemos perdido algo. Y muchos han tenido que sufrir esas pérdidas en soledad”, dijo.

Estos escenarios, recordó, son los que generan ansiedad, depresión y tristeza en las personas. “Aun cuando se levanten todas las restricciones no es algo que vamos a recuperar de inmediato... esto se irá dando poquito a poco”.

Según datos de la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (Assmca), la línea PAS (servicio gubernamental de consejería y apoyo emocional) aumentó su registro de llamadas en un 431% el año pasado, en comparación con el año 2019. Sobre 903,000 ciudadanos se comunicaron a la línea telefónica 1-800-981-0023, la cual es atendida de manera confidencial 24 horas al día.

De otra parte, el estudio CASPER realizado entre el Departamento de Salud y el Puerto Rico Public Health Trust (PRPH) para identificar el impacto de la crisis salubre en la comunidad, determinó en su primera fase que el 65% de la población vio afectada su tranquilidad el pasado año, una tendencia que se manifestó en síntomas de deterioro emocional como: dificultad para dormir, dificultad para concentrarse, pérdida de apetito y comportamiento agitado.