Ella es una de esas personas que, bailarina al fin y al cabo, no camina, sino que se “desliza” por el suelo, como si se desplazara a uno o dos centímetros de la superficie que está pisando. Sus movimientos son fluidos y suaves, lo que contrasta marcadamente con la energía que exuda.

Te escucha con suma concentración, pero tú sabes que está esperando la pausa oportuna para abonar –con pintorescas anécdotas y ricos detalles– a todo lo que estés hablando.

Es tan menuda como generosa, sencilla, leal, amistosa y emprendedora, y no son pocos los que la adoran tanto por su espíritu filantrópico como por su arte para bailar. Se llama Lydia Eugenia Castro Marengo, pero todos la conocen como Lilly Castro.

Bailarina y maestra de baile, amorosa profesora de aspirantes a prima ballerina, quizá muchos se sorprendan al saber que, además de haberse graduado de Bellas Artes de NYU, Lilly también ostenta el título de juris doctor de la Universidad Interamericana, Escuela de Derecho.

¿Cómo y por qué es que el baile forma una parte tan importante en tu vida?

A mi familia, por ambas partes, le encanta reunirse y la fiesta. Y por parte de padre, mi abuela paterna, había hasta un grupo musical que se llamaba Los Primos. ¡Se formaba la fiesta dondequiera! También, me encantaba ver a mis abuelos bailar pasodoble, danza, mazurca. Además, en los 60, estaban el Club del clan y el Show de las doce, y yo, junto a una vecina, me aprendía todos los bailes de la época.

“Por otro lado, nunca vi inhibiciones en mi familia para bailar”, recuerda Lilly. “Mi abuela decía que todos teníamos la música por dentro y que el que no bailaba era porque no gozaba de la vida. Yo decidí gozar de la vida y aun en los momentos de más reto, me encerraba y bailaba. ¡Creaba mis propias coreografías!”, asegura.

“En ocasiones, al bailar, lloraba porque recordaba algún ser querido o alguna situación que no había sido fácil de olvidar”.

¿Dónde creciste?

Soy de Arecibo, del barrio Hato Arriba, sector Las Cunetas. Soy hija de Mirle Marengo, la madre por excelencia y quien me enseñó a ser una mujer de bien y a dar gracias a Dios. Mi papá es Ferdinand Castro, ¡el mejor mecánico de Arecibo! Un hombre humilde, con un corazón de oro.

¿Y por qué leyes y baile?

Mis padres siempre me inculcaron que había que estudiar. Mi abuelo, por su parte, siempre quiso que estudiara leyes. Todos querían que, no importara lo que estudiara o hiciera, fuera responsable y profesional.

Lilly hizo sus estudios de escuela superior gracias a una beca en el colegio San Felipe, donde su padre era mecánico. “Luego, paso a NYU y, por último, a la Universidad Interamericana a estudiar derecho”.

En el ínterin, nunca dejó de bailar, pero se adentró en su nueva carrera. “Me gradúo de leyes, trabajé en prestigiosos bufetes de abogados como el del licenciado Gerónimo Lluberas Kells y hasta en el de Pierluisi & Pierluisi, donde laboré directamente con el actual comisionado residente”.

Poco después, Lilly decidió empezar a impartir clases de baile. “Como no tenía un estudio, mi papá preparó lo que era una terraza en un salón, con todas las especificaciones mías... ¡pero sin paredes!”, dice entre risas.

La bailarina seguía trabajando en San Juan y, de viernes a sábado, se movía a Arecibo.

¿Cómo empiezas a bailar de manera profesional?

Mi profesora de baile fue Carlota Carreras, de Ballets de San Juan, actual directora artística de Ballet Concierto. También estudié jazz con Junito Betancourt (QEPD) y con doña Leonor Constanzo.

“Al graduarme de NYU estuve en el Puerto Rico Travelling Theater bajo la dirección de Miriam Colón y Manuel Yeskas. También bailé con el Kaleidoscope Dance Company y con el Washington Square Dance Repertory”, rememora.

Sabemos que, desde hace años, tu enfoque principal es hacia los niños, particularmente, hacia los que padecen alguna enfermedad catastrófica o tienen algún reto mental o físico. ¿Por qué?

Mientras bailaba con Kaleidoscope, entré en contacto por primera vez con el baile para niños. Era una compañía dirigida por Judith Schwartz para niños de escuelas públicas. Luego de cada presentación, íbamos a los salones y enseñábamos una coreografía. En una ocasión, nos presentamos en una escuela de niños atípicos y fue impactante para mí verlos en sus sillas de ruedas, algunos con respiradores. Sentí mucha ilusión de que disfrutaran cada movimiento. ¡Quién hubiera dicho que eso sería parte de mi futuro!.

Sin límites

En el Taller Ballet Jazz Lilly Castro, todos son tratados por igual, sin importar limitaciones. Y es que no existen las incapacidades, simplemente los retos, y siempre hay una mano amiga disponible a ayudar.

Entre tus estudiantes, ha habido niñas con síndrome de Down, albinismo, perlesía cerebral y cáncer, entre otros retos. ¿Qué has aprendido de ellas?

Las lecciones han sido muchas. Además de perseverancia, mis estudiantes con cáncer –que a tan corta edad tienen la madurez para luchar y seguir adelante– han demostrado que, aun con el dolor más fuerte, el baile lo es todo para ellas.

Lilly también sale alimentada espiritualmente con estas conexiones. “(Con ellas) aprendes a dar gracias a Dios por tu familia, por lo mucho o por lo poco, por tu esposo, tu relación... Aprendes de esas madres que están día y noche en un hospital con sus hijos, esperando esa gran noticia o ese milagro de vida, agarrándose de la fe”, asegura.

Además de tus padres, ¿quiénes son tus apoyos?

En 1988 me casé con una persona que me aceptó con todos mis defectos y costumbres, conociendo mi pasión por el baile y respeto al arte. Mi esposo se llama Paco Silva y tenemos dos hijas maravillosas y talentosas. A ambas les hemos inculcado los mismos valores de mis padres y abuelos, y hasta ahora, la misión ha sido cumplida.

¿Qué esperas del futuro?

Todavía me falta mucho por aprender y por enseñar. ¡Estoy empezando! En la vida uno nunca termina cuando quiere ser un profesional.

“Me encantaría poder llegar a más niños y adolescentes. Lo hemos hecho, y lo poco (que hemos hecho) ha sido un logro”, dice con orgullo. “Quisiera tener más facilidades porque lo que tenemos ha sido con esfuerzo y con la cooperación de un grupo de padres que han visto la calidad de la enseñanza, la capacidad y el profesionalismo de los profesores. Quisiera poder crear más taller para compañeros educadores de danza, para seguir demostrando que el baile no tiene edad ni condición ni sexo”.