Nunca olvidaré ese día.

Era un martes por la mañana, 19 de agosto de 2003. De camino a mi trabajo, escuché en la radio que una adolescente había fallecido en la madrugada, víctima inocente de un tiroteo ocurrido en la avenida Las Cumbres, en Río Piedras.

Pensé, “qué horrible” y seguí mi camino.

A eso del mediodía, me pidieron conseguir la “historia humana” del incidente en el que murió una jovencita de 16 años que apenas comenzaba a cursar su cuarto año de escuela superior, llamada Nicole Marie Muñiz Martínez.

Fui con un fotoperiodista a la Academia San José, donde estudiaba Nicole, y entrevistamos a varias maestras. Averiguamos dónde vivía y nos dirigimos a la urbanización Los Paseos, sin muchas esperanzas de ni siquiera poder entrar por el control de acceso. Pero no hay peor gestión que la que no se hace...

Cuando aquella valla de entrada subió, suspiramos aliviados y sorprendidos. Ahora faltaba que la familia aceptara hablar con nosotros.

Apenas unas horas antes, Nicole iba de camino a su hogar, cuando una bala procedente del residencial Villa Esperanza entró por su costado izquierdo y le provocó la muerte.

Me puse en los zapatos de sus familiares. Pensé lo difícil que debía ser para una madre acabar de perder a su hija y que de momento llegaran unos desconocidos a su hogar con cámaras y grabadoras en la mano, a hacer preguntas.

La madre de Nicole no quiso salir. Pero la hermana de la jovencita, Bianca, salió a atenderme. Recuerdo que lo primero que le dije fue que no nos interesaba saber qué fue lo que pasó esa fatídica noche. Lo que queríamos saber era quién era Nicole.

Ella me habló tranquila, me contó cómo era su hermanita, sus deseos de estudiar en Boston y de casarse con su novio. Le pedí si tenía alguna foto de ella que pudiéramos fotografiar y entró a la casa.

Meses después me enteré que su madre, Belén Martínez, le preguntó qué hacía buscando fotos. Bianca le contestó, “mami, no te preocupes, confío en ella”.

Dentro de su tristeza y confusión, doña Belén salió, me mostró la foto y dijo, “era una nena bien buena”.

Jamás me imaginé que también me tocaría cubrir el proceso judicial que se llevó a cabo un año después contra ocho de los 10 jóvenes acusados por su muerte. Era la primera vez que pisaba el Tribunal de Primera Instancia de San Juan y mi primer caso criminal. Sentí un frío olímpico, no sólo por el que emana del acondicionador de aire que se impregna en aquellas paredes de mármol, sino por el nerviosismo de cubrir un caso de tal magnitud y que fuera el primero de mi carrera periodística.

De primera instancia me impresionó ver una sala llena con siete abogados, cuatro fiscales y ocho acusados. El juicio duró poco más de un mes. El resultado, la encarcelación de por vida de Javier Franco Marín, Javier Sierra Rodríguez, Rafael Pérez Rivera, John Quiñones Lizines, Héctor Torres Villegas, Frankie Beardsley Rolón, José Zabala Castro y Angel León Figueroa. Las penas fueron entre 149 y 223 años.

El dolor de la familia de Nicole me tocó. Como periodista, uno cubre casos como estos a menudo, pero hay casos y hay casos. Siempre hay uno que nos marca, que uno nunca olvida, aun cinco años después, ya sea porque nos identificamos o porque pensamos que pudo ser un ser querido y los “protagonistas de la historia” podríamos ser nosotros mismos.