Manatíes comen jacintos del lago Carraízo
Un acuerdo permite alimentar con estas hierbas a cuatro pacientes del Centro de Conservación de Manatíes.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 10 años.
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Los jacintos son uno de los alimentos preferidos de Gaucara, un manatí macho que llegó a la Isla en el 2008 tras haber sido golpeado por una embarcación de la Florida.
También le fascinan las hidrilas y las syringodium, otras hierbas que se le ofrecen como parte de su alimentación.
Gaucara es uno de los tres manatíes que se están beneficiando de un acuerdo entre el Centro de Conservación de Manatíes y la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA), el cual le permite a la entidad buscar jacintos en el lago Carraízo para alimentar a sus pacientes.
Jessica Sánchez, coordinadora de Alcance Comunitario del centro, explicó a Primera Hora que la intención es ir semanalmente al embalse a buscar jacintos. La misma rutina la siguen con las hierbas marinas, las cuales se consiguen en las costas del cuerpo de agua.
Los jacintos se convierten en enormes mantos que flotan en la superficie de los lagos. De hecho, en ocasiones, la AAA ha tenido que realizar operativos de limpieza para remover estas hierbas, que se convierten en un obstáculo en el flujo de aguas crudas hacia las plantas de tratamiento.
“Ellos han respondido muy bien. Especialmente estos chicos... les encanta la syringodium, que es la que parece como un fideo y eso es caviar para ellos”, detalló Sánchez.
Los “chicos” a los que se refiere Sánchez son Yuisa y Aramaná, dos manatíes que están próximos a ser liberados. Yuisa lleva dos años viviendo en el centro, localizado en la Universidad Interamericana de Bayamón, tras ser rescatada en la poza La Chatarra en Loíza. Tenía una semana de nacida y pesaba apenas 76 libras.
Aramaná llegó hace cuatro años. A él lo rescataron en el balneario de Dorado. “Pesaba 43 libras, era un bebé bien pequeño. Tenía alrededor de dos semanas de nacido y su cordón umbilical todavía estaba adherido al cuerpo”, recordó.
Introducirlos a estas hierbas es parte del proceso de adaptación a lo que será su nueva vida en libertad. “Estamos ofreciéndoles el jacinto para que ellos conozcan lo que tienen que comer, pero ya estamos en el proceso de que se lo vamos a ofrecer como parte de su dieta”, sostuvo.
También han empezado con el proceso de salinizar el agua de la piscina donde están ubicados. “Se hace para preparar esos pulmones y esos riñones al agua salada nuevamente. No es lo mismo traer un animal de agua salada a agua dulce, que no causa ningún efecto porque ellos entran a los ríos a tomar agua”, abundó.
La meta, además de hacer que la adaptación en el mar sea lo menos traumática para ellos, es que aumenten de peso. Tanto Aramaná como Yuida pesan un promedio de 470 libras, pero para ser liberados tienen que llegar a las 500 o sobrepasarlas, ya que pierden un 40% de su peso regular al llegar al mar.
“No queremos que existan complicaciones de salud por cuestiones de peso y que tenga que traerlos de nuevo por desnutrición, así que hay que llevarlos lo más rechonchitos que uno pueda”, comentó Sánchez.

Explicó que ya fueron a buscar jacintos a Carraízo y la intención es ir una vez a la semana o cada dos semanas a buscar estas plantas acuáticas. “Gracias a Dios que los (jacintos) que hemos recibido están bien lindos”, dijo.
Igualmente, tienen un proyecto de acuacultura dentro del mismo campus universitario, donde se están cultivando jacintos de río.
Sánchez contó que el que más jacintos come es Gaucara, el único manatí residente del lugar. “El gordo”, como le dicen, no puede ser liberado debido a los traumas con los que quedó al ser golpeado por una embarcación en el costado derecho, lo que se cree que provocó que le colapsara su pulmón derecho y lo inhabilitó para nadar. Ahora, el animal tiene diez años, mide nueve pies y pesa 800 libras.
“Él se arrastra con sus aletas pectorales. Aprendió a sentarse sobre su cola, algo que no hace otro manatí, para poder comer, para poder respirar. A veces duerme como un cocoon y, por ejemplo, a veces dobla su cola y se impulsa”, abundó.
Todas estas condiciones le impide que pueda llevar una vida en libertad. “Gaucara iba a ser puesto a dormir en un punto de su vida y decidimos adoptarlo. Gaucara viene acá con un propósito de educación, para nosotros dejarle saber a la gente lo importantes que son estos animales y las consecuencias de la irresponsabilidad de personas al manejar embarcaciones”, dijo.
En total hay cuatro manatíes viviendo en el Centro de Conservación, pero la dieta del bebé de la casa, Turey Guá, cuyo nombre significa “celestial”, es a base de leche.
Turey Guá cumple dos meses de nacido este próximo sábado. Fue rescatado en la costa de Isabela a solo horas de nacido. Llegó con un peso de 57 libras y ya pesa 64.
Acuerdo beneficioso
El doctor Antonio A. Mignucci-Giannoni, director del centro, se mostró entusiasmado con el acuerdo que además les representa otra fuente de alimentación para los animalitos sin tener que recurrir en gastos adicionales.
“Queremos tener eso como un backup cuando no haya lechuga o por alguna razón tengamos demasiados pacientes y necesitemos más alimento”, abundó el también profesor investigador de ciencias marinas del mencionado recinto.
La iniciativa va también acorde con su intención de proveerle menos lechuga y más hierbas marinas que se encuentran de forma salvaje. “La hierba marina es más fibra y menos azúcar que la lechuga, especialmente la lechuga romana. Así que nosotros queremos proveerle un poquito menos de lechuga romana y más de fibra natural que se puede hacer a través de pasto, del jacinto o de otros tipos de plantas acuáticas”, expresó.
Señaló que un estudio realizado en los Estados Unidos reveló que darle tanta lechuga a los manatíes es parecido a darle bizcocho a un niño todo el tiempo.
Aun así, la lechuga es un componente esencial en la dieta de los manatíes. “Queremos proveerles diferentes alimentos y especialmente uno que ellos puedan encontrar en el medio silvestre para que esa digestión sea mejor, y también está la otra parte de que los jacinto son gratis”, abundó antes de darle un merecido baño a Turey Guá, quien tiene una condición en su piel.
“A Aramaná y a Yuisa ya les hemos enseñado a comer hierbas marinas, pero queremos que sepan que ellos tienen que adaptarse al medio ambiente”, sostuvo al agregar que también le dan un respiro al distribuidor de lechuga que por 25 años les ha suplido el producto.