Más allá del hábito

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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Aguas Buenas. Tienen cuentas en Facebook, venden ropa en un pulguero y organizan wine & cheese. Saben que el hábito no hace al monje, ni a la monja, por eso no se lo ponen.
Están claras en que los niños y niñas merecen dignidad, y han luchado fuerte para conseguir un lugar en el que los puedan alojar. El sitio está casi listo y, aunque les falta como medio millón de dólares, estas tres monjas están seguras de que el dinero aparecerá, pero reconocen que no saben cómo. Ellas no hacen magia, pero creen en milagros.
Las hermanas Sonia, Blanca y Glenda conocen lo que es trabajar a pulmón, y no les importa. Su vocación, que no muestran con el hábito negro de su orden, la mantienen en el anonimato. “El hábito es un impedimento para trabajar. Aquí no es necesario”, aseguró la hermana Sonia Meléndez en el el balcón del espacio donde reside junto con las otras monjas. En él se ofrecen talleres para evitar el maltrato de menores y para sanar las heridas de los que ya las tienen.
A estas monjas les llueven las ideas y, cuando no están de acuerdo, discuten, pero son flexibles. “Si no tengo flexibilidad, las cosas no se hacen. La rigidez no te deja hacer nada. Si eres rígida, te impones y te pones dominante, no vas a llegar a ningún lado. Mientras más flexible eres, más libre eres. Pero si tenemos que pelear, peleamos”, dijo Sonia.
En lo que sí no tienen diferencias es en su gran proyecto, su Centro de Acogida y Sostén Agustino (CASA), un sueño que nació en los 90 y que se hará realidad en menos de un año. Para adquirir las seis cuerdas de terreno en Aguas Buenas, donde construyen el Centro, las hermanas han hecho todo lo que se les ha ocurrido, desde festivales musicales hasta un rally de motoras. “Ha sido bien cuesta arriba. Yo voy como las gallinas picando de aquí y de allá hasta que me lleno el buche”, contó entre risas la hermana Sonia, convencida de que cada chavito cuenta.
Ellas no son, asegura, unas “monjas ñeñeñé”.
“El concepto de las monjitas es rezar, amén y se acabó. Pero nosotras somos personas que luchamos por las cosas que tenemos porque no todo es caído del cielo”, aseguró con tanta energía que nadie dudaría de que dijo la verdad. “El Señor dice trabaja y esfuérzate, y San Pablo dice que si no trabajas no comas; o sea, orando pero con el mazo dando”.
Esa fuerza, mencionó, es lo que les permitió comprar una casa en ruinas que habilitaron poco a poco y las seis cuerdas donde se levanta CASA.
“Todo esto era ruinas y pastizal. No había carretera. No había nada. Pusieron un letrero de que estaba a la venta, pero nosotras no teníamos ni un solo centavo”, recordó la hermana Sonia, quien junto con la hermana Blanca fue de banco en banco en busca de préstamos. Con muchos rezos y la presión de un cuñado llegaron al último banco que les quedaba y, como un gesto de confianza, el gerente aceptó concederles un préstamo de $22 mil a pesar de que no tenían ni cuenta bancaria. Como “monjas baby boomers”, todo lo que aprenden lo usan en función de la gente que atienden.
Aun cuando el Centro casi está listo, la hermana Glenda todavía recuerda el primer donativo de $14.50 y los centavos que aportó una niña participante de sus servicios.
“Después del centro de acogida y sostén empieza la operación”, observó la experta en “contar chavitos por horas” , quien reconoce que la gente humilde es más dada a dar que las personas adineradas. “Si yo veo a alguien con una bolsa de Coach, ni le pido”, admitió.
En lo que las tres están de acuerdo, pero igual prefieren no hacerlo, es en que sería más fácil pedir con el hábito.