Cada pueblo de Puerto Rico posee un comercio que por su calidad de servicio y productos se hacen los más concurridos y centros de encuentros cotidianos por décadas y generaciones. Se transforman en instituciones socializadoras donde la confraternización crece a la par con el negocio.

Hacer amistad y ayudar al inmediato es una particularidad que goza el puertorriqueño y esto se ha manifestado de manera ininterrumpida por casi 60 años en la Ferretería Martínez del Barrio Dos Bocas en Trujillo Alto.

En este lugar, puede encontrar aquello que le remonte al pasado: machetes, “mochos”, termos para café, fiambreras, quinqués de gas, calderos o cacerolas –según como le guste nombrarlas- y hasta la innovación en herramientas que aunque no sepa para qué sirven, los empleados y clientes le pueden explicar.

El origen humilde de la Ferretería Martínez se remonta a finales de la década de 1960 y su evolución hasta el presente se mantiene cohesionado a una clientela fija del sector y a otros muchos que diariamente le visitan.

“Hace 55 años aproximadamente mi papá comenzó este negocio luego que le quedaran mal en una promesa que le habían hecho en una compañía para la que trabajaba. Aseguró entonces que no trabajaría para nadie y tomó las firmas del propietario de Domingo Domínguez y de mi abuelo para un préstamo de $10,000 con lo que comenzó el negocio mientras a la vez hacía la distribución de bloques de cemento en un camioncito”, explica Lisandra Martínez Pacheco, actual propietaria e hija del fundador de la empresa, Don José Martínez.

Lisandra Martínez Pacheco, actual propietaria de la Ferretería Martínez.
Lisandra Martínez Pacheco, actual propietaria de la Ferretería Martínez. (XAVIER GARCIA)

Don José entonces repartía los bloques de varios negocios dedicados a ese comercio para tener un ingreso fijo mientras su pequeña ferretería se desarrollaba en un “ranchón” de madera. “Doña Violeta Pacheco, mi mamá, tomaba los pedidos de las personas que venían y mi papá luego hacía las entregas en la tarde cuando regresaba de despachar los bloques”, rememora la propietaria.

“Mientras la ferretería aumentaba sus clientes e inventario, pues comenzó también la contratación de personal. Recuerde que esto es campo y las personas comenzaban a hacer sus casitas y eso ayudó al desarrollo del negocio y de la comunidad cercana”, destacó Martínez Pacheco.

Al recordar esos primeros pasos de Don José como empresario, Lisandra enfatiza en la dura vida que llevaba su padre de quien asegura trabajaba cerca de 20 horas diarias. “En aquella época; por ejemplo, el cemento no venía empacado. Tenía que ir al aeropuerto a las 2 de la madrugada para buscar el cemento para luego empaquetarlo y así con muchos otros productos que no estaban detallados y ‘empaletados’ como hoy”, manifestó.

Así las cosas el negocio fue creciendo, gracias al empeño, trabajo duro y constancia del matrimonio Martínez Pacheco. “Cuando empecé mis estudios universitarios también comencé a trabajar en la ferretería. Al graduarme, seguí trabajando aquí hasta que en el 2012, le compré la ferretería a mi papá”, indicó Martínez Pacheco.

A partir de ese momento, la evolución y competencia en la actualización del establecimiento es la constante para la empresaria a quien el ánimo no le falta en sus elocuentes palabras y expresión.

“Esto es como una montaña rusa con las diferentes situaciones que uno tiene que trabajar; huracanes, apagones, pandemia y los asuntos de la economía en general, pero si uno se levanta, ponemos el ímpetu; uno tiene que hacer cosas distintas a las que hace todo el mundo”, destacó.

“Aquí vale mucho la experiencia para conocer las necesidades del cliente y siempre buscamos satisfacer sus necesidades; les explicamos cómo hacer las cosas y si por casualidad necesitaran un trabajo en particular, le buscamos quien lo haga. Es necesario la atención y el trato directo a nuestros clientes. En caso de no tener en inventario tal o cual cosa que vienen a buscar, nosotros les referimos a otras ferreterías o comercios. Es indispensable esa cooperación”, puntualizó Martínez Pacheco.

Mientras la entrevista se desarrollaba y como es costumbre en la Ferretería Martínez, un grupo de clientes “del barrio”, dialogaban sobre temas diversos; chistes, noticias del día, anécdotas y una que otra explicación sobre el manejo y uso de equipos y materiales de construcción. Entre éstos se encontraba Don Félix Alemán, cliente desde el origen de la ferretería.

Dedicado a la plomería desde 1955, Alemán brindó un ejemplo típico del trato recibido en la ferretería desde sus comienzos. “Antes la palabra valía más que el dinero. Si tú le cogías un material fia’o a Don José y quedabas en pagarle tal día, eso tenía que ocurrir o de lo contrario perdías esa confianza. Si no podías quedar bien para la fecha que acordaron, él respetaba que vinieras y le pidieras un chancecito para saldarle en otro día. Si fallabas otra vez entonces no había una segunda oportunidad”, recordó.

“Pero en general la gente que viene aquí, aquí se queda porque todos los que nos conocemos y venimos a comprar o a veces a compartir, ayudamos a los clientes que vienen. Les explicamos o le buscamos la vuelta para que puedan hacer sus cositas sin mucha dificultad y en ocasiones hasta más barato