Mínimos los casos de mujeres agresoras

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 18 años.
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Establecer el perfil de un agresor sexual es asunto complicado.
Lo mismo puede ser una persona con problemas mentales, que un profesional, alguien con un alto nivel de escolaridad o de buena posición económica.
Hay, sin embargo, un factor usualmente común entre los ofensores y es que éstos tienden a ser del sexo masculino.
Aunque no necesariamente son estadísticas que reflejan la situación de la Isla, números del Centro de Ayuda a Víctimas de Violación (CAAV) revelaron que de los 443 casos que atendieron durante el año fiscal 2004-2005, en 369 las víctimas fueron femeninas.
María Rebecca Ward, directora del CAAV, indicó que no hay una respuesta certera para determinar por qué el victimario tiende a ser un hombre.
“La violencia sexual se parece a la violencia doméstica. Es un problema de género con características como sentimientos de hostilidad a mujeres, personas que han experimentado situaciones de maltrato o que sostienen mitos sobre lo que es el hombre y la mujer”, indicó en referencia a este cuestionamiento.
El conocimiento ayer del caso de una madre, en Corozal, que abusaba sexualmente de sus dos hijos con problemas de retraso mental causó la sorpresa entre muchos.
“Hay unas características y factores de riesgo, pero son personas de cualquier estrata social y de nivel de educación”, añadió.
La doctora Yanira Carmona, directora del Centro Integrado para Niños y Niñas, mencionó que, por ejemplo, de 100 casos de abuso sexual que atienden al año, sólo en tres o cuatro el agresor es una mujer.
“No tenemos una recopilación de estadísticas de los casos. Pero sí tenemos casos de mamás que han tenido acercamientos a menores”, dijo Carmona,
En la mayoría de los casos el agresor es el papá o el padrastro y en términos de edad, son menores de ocho años, indicó Carmona sobre su experiencia.
Ambas especialistas coincidieron en que el problema de incesto es complicado de tratar, ya que se trata de un abuso intrafamiliar que se da dentro de un marco de secretividad que dificulta la revelación por parte de la víctima.
“El ambiente es mayormente de secretividad porque no se espera que una persona conocida nos haga daño y, por lo general, el niño no lo ve con mala intención”, indicó Carmona.
Ésta señaló, además, que se trata de un abuso gradual. El ofensor comienza con un acercamiento mínimo que va aumentando hasta llegar a una posible penetración.
Sobre las señales de aviso, indicó que éstas dependerán de la etapa del desarrollo de la víctima. Hay niños, sin embargo, que pueden reflejar un conocimiento mayor sobre la sexualidad del que deberían tener para su edad, causarse dolor o tener una pobre autoestima.
En los casos en que las víctimas son personas con problemas mentales, como el de Corozal, Carmona señaló que hay otras formas no verbales de enterarse sobre lo que está pasando, como a través de dibujos, señales o juegos.