Muertos acariciados por el océano

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 15 años.
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La primera vez que sintió la piel fría y dura de un cadáver tenía siete años. No se asustó en aquel entonces ni se asusta ahora. Hace tres décadas que trabajar con cuerpos inertes es parte suya.
“Para mí, los cuerpos son bien sagrados”, aseguró Edgardo Caraballo, un embalsamador que todavía recuerda el primer cuerpo que observó preparar en su época de adolescente, cuando trabajaba como ayudante en una funeraria.
Quería estudiar medicina, pero el tiempo que podía tomar la carrera lo desalentó, así que optó por buscar “algo rápido”.
“Cuando murió uno de mis abuelos tuve una impresión bien fuerte. Me obligaron a darle un beso. Yo simplemente quería contemplarlo y, cuando sentí la piel fría y dura, no me asusté”, contó el embalsamador independiente.
Más que el pago que recibe por su trabajo, para Caraballo la mayor recompensa que puede obtener es que los familiares del fallecido elogien la apariencia de su ser querido.
“Siempre pregunto qué dijo el familiar. Para mí es importante prepararlo para que digan 'qué lindo quedó' o 'se ve dormido'. Son frases que para ellos son reconfortantes”, declaró.
Aunque en Estados Unidos el embalsamador generalmente es quien preserva el cuerpo y realiza la parte restaurativa, en Puerto Rico es también la persona que maquilla, por lo que la apariencia del difunto es su responsabilidad.
Pero lo más complicado no es maquillar. Para Caraballo, lo difícil es exponerse a los olores del cuerpo. “Hay cadáveres que llegan con úlceras que yo digo cómo es posible que estas personas estuvieran vivas”, expresó.
Entre los cuerpos que ha tenido que preparar el embalsamador hay niños y adultos, baleados y accidentados. “Los primeros años llevaba un récord. Después no, pero pasan los miles”, aseguró.
El primer difunto que trabajó Caraballo fue un reverendo. “Lo primero que hice fue casi hacerle un rosario”, contó sobre la experiencia durante su práctica.
Tan cuidadoso es con su trabajo que si ve la marca de los espejuelos en el rostro del difunto les pide a los familiares que le lleven los anteojos. Si no se los pone, no se parece.
“Cada persona que yo preparo trato de verla como un familiar, que dentro del dolor y la pena, el trabajo de uno sirva para que se sientan mejor de cierta manera”, explicó.
Aunque siempre hay cierta pena en preparar el cuerpo de un fallecido, los menores “siempre afectan”.
“Sí, el pensamiento se me ha ido de por qué le sucedió”, confesó.
Cuando tiene que hacer grandes trabajos de restauraciones el esfuerzo es superior. Los baleados, los que han muerto a escopetazos y los que han sufrido accidentes automovilísticos son algunos de los casos en los que la experiencia puede hacer una gran diferencia.
“Siempre se puede hacer algo, pero hacer otra vez lo que Dios hizo, solamente Él lo puede hacer”, expresó.
Acerca de los cuentos de muertos que mueven alguna parte del cuerpo, Caraballo aseguró que sus tres décadas de veteranía le permiten asegurar que son puros mitos. Aun si se registran movimientos, no son otra cosa que el impulso de alguna extremidad cuando se trata de romper con la rigidez en la que quedó un brazo o una pierna.
Al ex presidente de la Sociedad de Embalsamadores los muertos no le quitan el sueño.
“Cuando no trabajo es que no puedo dormir”, observó.