-¡Hola! ¿Cómo te llamas? -Theriamyelizia.

-¿Cómo? ¿Me lo podrías repetir? Es que no lo entendí. -Theriamyelizia.

-¿Me lo deletreas, por favor?

-T-h-e-r-i-a-m-y-e-l-i-z-i-a.

Ésta es una escena que se repite a diario en este país. Es el resultado de la transformación que ha sufrido la costumbre de nombrar a los hijos.

En estos tiempos, poca importancia tienen ya el Almanaque Bristol y la tradición de nombrarlos en honor al patriarca de la familia. Ahora los padres y las madres, bajo la premisa de que sus hijos son únicos y especiales, seleccionan nombres que -para ellos- cumplen con esos requisitos.

El problema es que en la búsqueda de ese nombre singular e inmejorable caen en la desgracia de seleccionar apelativos que difícilmente el niño podrá pronunciar cuando llegue a preescolar.

En República Dominicana recientemente se intentó limitar la práctica de poner nombres absurdos o impublicables. Allá se pueden encontrar nombres como Conflicto Internacional Cruz, Nissan Jiménez y Güebín Pérez.

Aquí, hay que reconocer que unos hacen el esfuerzo por ser diferentes sin ser ofensivos, pero otros dejan que su imaginación vaya demasiado lejos.

En el Registro Demográfico, se encuentran nombres como: Khalilah, Theriamyeliz, Jeandielys y Xashenka, por mencionar sólo algunos.

También está Bethdianne, Daizuleika, Kaovy Yoyzka y Nivek. Para los niños, están Amaberx, Istar, Atabex y Darwin. Éstos, sin embargo, son los menos.

Claro que, para algunos, es mejor cargar con estos nombres disparatados que llamarse Eustaquia, Domitila o Avelino.

El profesor y antropólogo de la Universidad de Puerto Rico Jorge Duany le atribuyó el cambio a varios factores. Entre éstos, la creciente influencia del inglés, la práctica de combinar los nombres del padre y la madre y la idea de nombrarlos por el artista o personaje de moda.

“Los nombres de procedencia hispánica ni anglicana satisfacen el impulso creativo de numerosos progenitores jóvenes”, dijo Duany.

Los cambios anuncian también una inconformidad con las prácticas religiosas y una ruptura con los rituales de antaño. “Antes, si uno iba a inscribir un niño, tenía que tener un nombre cristiano, si no el párroco te decía que no se podía”, recordó.

Se trata también de una práctica que se utiliza más en los sectores de bajos y medianos ingresos. La clase alta prefiere seguir ciertas tradiciones religiosas y familiares.

Otra vertiente es utilizar apelativos de cosas, como, por ejemplo, Rubí, Esmeralda, Pamela, Coral y Perla, explicó la directora del Registro Demográfico, Wanda Llovet.