Caguas.- Teresa de Jesús lleva en su interior un dolor que siente que le está desgarrando lentamente el alma. Un dolor que sólo la madre que pierde a un hijo es capaz de experimentar.

Teresa vio partir a su primogénito el martes en la noche tras una lucha por más de 15 años en contra de la obesidad.

Pesaba 900 libras.

Fue una batalla que nunca logró ganar por múltiples razones, entre éstas la insensibilidad de un país y de un sistema de salud que parece importarles muy poco la calidad de vida de un sector que cada día va más en crecimiento.

Está indignada, molesta, frustrada por la forma en que su hijo fue humillado, maltratado y rechazado, aun después de su muerte. Fueron muchos los cantazos que recibió, uno tras otro.

Al final se cansó.

“Ahora ya nada lo motivaba. Me decía: 'Ya estoy cansado. Esto no puede ser'. Yo diría que esta semana él se entregó”, relató la mujer desde su hogar en Caguas, hasta donde llegaban familiares a darle el pésame.

Dentro de esta vorágine de sentimientos, Teresa experimenta paz interior, porque tiene la seguridad de que en el lugar donde su hijo está no lo rechazaron, sino que lo recibieron con los brazos abiertos.

“La lucha de mi hijo terminó, porque ahora él está en un lugar donde hay paz, donde hay amor, donde no va a sufrir, porque nadie me lo va a discriminar por ser obeso”, sostuvo a punto de estallar en llanto.

Carlos Collazo, un amante de la salsa gorda, murió el martes en el hospital HIMA de Caguas, donde fue recluido desde el sábado por una pulmonía, condición que se complicó y le provocó un paro cardiaco.

Murió sin haber cumplido su sueño de realizarse la cirugía bariátrica, procedimiento para el cual debía perder sobre 200 libras.

La historia de Carlos parece sacada de un libro de historias de terror.

Todo comenzó en el 1990 cuando recibió una descarga eléctrica que le provocó varias condiciones en la piel. Pero fue la muerte de su padre lo que lo sumió en una profunda depresión que lo llevó a ganar 300 libras.

Días felices

La primera vez que conocimos a Carlos fue en mayo de 2008. Hacía un mes que estaba atado a una cama de posiciones y a un tanque de oxígeno. En ese momento pesaba 740 libras.

Hacer el más mínimo movimiento en la cama le era casi imposible, pero su determinación de realizarse la cirugía bariátrica para volver a jugar dominó con sus vecinos lo motivó a rebajar.

En tres meses perdió 81 libras y ya había comenzado a recuperar su vida.

“Guiaba, caminaba, y para noviembre nos llevó guiando a Isabela y me llevó a Lares a comer mantecado”, recordó Teresa con una enorme sonrisa que por momentos iluminó sus cansados ojos.

También había comenzado a participar de las reuniones del grupo de apoyo a pacientes bariátricos.

La alegría, sin embargo, le duró poco. Se vio empañada por las múltiples recaídas de salud. Volvió a ganar peso y, en esta ocasión, sobrepasó las 900 libras.

“Imagínate si estaba contento que se puso a planificar un homenaje para toda su familia que lo celebramos aquí el sábado. Él no pudo estar”, dijo.

Hasta cuándo

Con la partida de su hijo, Teresa pensó que su angustia había acabado. Ya no habría más rechazos ni discrimen, pero se equivocó.

En medio del dolor que atravesaban, enfrentaron otra amarga noticia: el hospital no contaba con una nevera donde colocar el cuerpo de su hijo para evitar su descomposición.

Tenían que llevárselo pronto. “Cuando ya yo creo que va a descansar, el hospital dice que no tiene cama. Todo es bien cruel”, dijo.

Tanto Teresa como su otro hijo, Eduardo, lamentaron que la salud se haya convertido “en el negocio más lucrativo”, para el que los pacientes son vistos como símbolos de dinero.

“No quieren invertir en equipo (para obesos), porque entienden que no es un negocio”, dijo Eduardo.

La funeraria que les ofrecerá los servicios no cuenta con un coche fúnebre donde pueda ser transportado el cuerpo, por lo que tendrán que recurrir a una grúa.

Tampoco podrán cumplir su deseo de ser cremado. Tendrán que sepultarlo en la tierra, pues no hay nichos para su tamaño.

“Esto no es de humanos. Sus derechos en vida fueron violados y muerto fueron violados, aún más en un país que supuestamente es progresista pero que, para mí, está peor que el Tercer Mundo, porque se perdió el amor”, sostuvo.

La lucha de Carlos acabó, dijo. La de ella continúa. “Mi lucha con mi hijo terminó. Está en un sitio que hay amor, que no hay odio y que Dios no me lo va a discriminar, pero yo me voy a quedar luchando por todo el obeso de esta patria que lo marginan, que lo destruyen. Callada no me voy a quedar”, apuntó.

El cuerpo de Carlos será expuesto desde hoy en la funeraria Parque de Luz.