Para ellos no hay guaguas públicas donde puedan viajar, las sillas de los restaurantes no aguantan su peso y los hospitales no cuentan con el equipo médico adecuado para atenderlos.

Son víctimas a diario de rechazos y humillaciones. De ellos se burlan sus familiares, sus compañeros de trabajo, sus amigos, desconocidos y un gobierno que poco ha hecho para ayudarlos.

Se trata de los obesos mórbidos.

Algunos que lograron controlar su peso y con ello esta enfermedad, compartieron con PRIMERA HORA su testimonio, dejando al descubierto su sufrimiento.

El riesgo de muerte y de desarrollar múltiples condiciones de salud en un obeso mórbido es mayor a los riesgos que podría conllevar someterse a una cirugía bariátrica. Por eso, cada día son más los puertorriqueños que buscan en este procedimiento médico una nueva alternativa de vida. Anualmente, entre 200 y 300 boricuas se realizan esta intervención.

“La obesidad es una epidemia terrible, siendo uno de los problemas médicos más prevenibles. Es algo que se puede corregir, pero que está matando gente todos los días en proporciones grandes”, sostuvo la cirujana bariátrica Ana Teresa Santos.

Éstos no buscan sólo salud física, sino también salud emocional.

Aunque en la Isla no hay datos sobre la cantidad de puertorriqueños que están sobre peso, Santos indicó entre un 30 y 40 por ciento de la población está sobre peso. Mientras, entre un cinco y diez por ciento se considera superobesos mórbidos.

“Un paciente que tenga más de 100 libras de sobrepeso tiene 12 años menos de vida que un paciente que no los tenga”, dijo.

Santos aclaró que el procedimiento debe ser una opción sólo para aquel que lo ha tratado todo y no ha logrado rebajar.

Sólo cinco de cada 100 personas sobre peso pueden rebajar a través de métodos más tradicionales, como dietas y programas supervisados.

En agosto del 2008 se aprobó la Ley 212 que obliga a los planes de salud a cubrir este procedimiento, lo que le ha devuelto las esperanzas a decenas de puertorriqueños.

Testimonios

 

De protagonista pasa a "invisible"

Cuando William Burgos ingresó a la sala de operaciones decidido a ponerle punto final a su problema de obesidad, no tenía miedo.

No tenía nada que perder. Su vida carecía de sentido, pues vivía encerrado entre cuatro paredes por sus 450 libras de peso. "Ya yo estaba que no servía para nada. Antes de yo tener el problema de obesidad, yo lo era todo en mi casa, yo le resolvía los problemas a toda mi familia y después me convertí en un problema", indicó.

Gracias a Dios salió con vida de esa operación y desde entonces grita a los cuatro vientos las bendiciones de una cirugía rodeada de mitos. "Yo lo que hacía era sobrevivir. Yo no salía de casa y cuando lo hacía era para una tienda como Kmart, donde podía llegar y sentarme", dijo William, quien ahora pesa 180 libras.

Las humillaciones de las que fue víctima son cosas del pasado. De hecho, ahora, a los 48 años, ha descubierto que es invisible. "Una vez le dije a la esposa mía que me había dado cuenta de que soy invisible, porque es la primera vez en mi vida que he ido a un sitio, pasado por todos lados y nadie se ha fijado en mí", dijo entre risas.

Y, ¿cómo se sintió?

–Pues, muy bien, muy bien.

Goza de la vida junto a su hijo

Nunca Lynette Figueroa se había sentido tan libre y feliz como la última vez que viajó a Disney World. Tenía 48 años pero se sentía como una adolescente.

Atrás quedaron los miedos a quedar atrapada en las chorreras y el disfrutar desde las gradas de las atracciones, mientras su niño tenía que participar de las mismas solo. "Fuimos a Disney y yo no me podía sentar, porque si yo me sentaba, él no cabía. O sea, no me podía amarrar. Tenía que llevar a mi hermana para que, entonces, ella se montara. Eso no era calidad de vida", dijo Lynette, quien tras la cirugía bariátrica pesa 175 libras.

Ahora la experiencia fue totalmente distinta. "La última vez que fuimos a un parque de diversiones terminé grave, porque me tiré por cuanta chorrera había y cuando fuimos a Disney lo disfrutamos tanto", indicó la farmacéutica.

Sus limitaciones, sin embargo, no se suscribían a los parques de diversiones. Por su sobrepeso apenas podía caminar, lo que limitaba sus salidas y su trabajo. Tampoco pudo embarazarse. Su hijo es adoptado. "Una vez me dieron unas ganas de meterle un tapaboca a una aeromoza, porque lo primero que dijo fue: 'Tráiganme otro cinturón extra'. Yo por poco me muero", recordó.

Víctima de sus seres queridos

Desde que era una niña, María Lourdes ha recibido humillaciones tras humillaciones.

Hoy, tiene 47 años pero esos comentarios burlescos le siguen doliendo igual, más aún cuando éstos provienen de su propia familia, dijo dejando escapar las lágrimas.

Recordó que desde pequeña le han dicho que parece "un barril", a lo que ella responde que "nadie sabe por lo que nosotros pasamos y lo difícil que es". "Las personas me dicen: 'Yo sé lo que te está pasando, que comes y comes', y es mucho más", indicó.

María pesa 285 libras y actualmente lucha por que su plan de salud le apruebe el gastric bypass. Desea con ansias locas recuperar su peso para volver a sentir esos deseos de arreglarse el cabello y lucir bonita. "Cuando estaba jovencita me gustaba ir a hacerme el pelo, ponerme mis tacos y vestirme bonita y ahora no puedo hacerlo. A veces veo a mi hermana flaca y quiero usar lo que ella está usando pero me vería ridícula", indicó la madre de un niño de 11 años.

"Cuando me haga la operación y rebaje, me voy a sentir como una de 15 años y voy a estar modelando por ahí", dijo esperanzada.

Calvario que aún no tiene fin

Hace tres años, Orlando Oyola se sometió a una cirugía bariátrica con la esperanza de culminar con su problema de obesidad y recuperar su antigua vida. Lo que no sabía Orlando, de 47 años, era que las heridas que había dejado en su cuerpo el sobrepeso tardarían en cicatrizar y que a tres años de la intervención aún le provocarían dolor.

Orlando perdió 300 de las 500 libras que pesaba al momento de operarse, pero hace seis meses lucha por que su plan médico le apruebe una abdominoplastia para recoger el tejido que le cuelga en su cuerpo. Le han negado su aprobación por considerarla estética. "Son 300 libras que él rebajó. Es un problema, porque esa piel está colgando, crea hongo y psicológicamente también le afecta", dijo su esposa Olga Rolón.

"Se me salen los pellejos. Me acuesto a dormir y a veces pienso que hay algo enrollao y es la misma piel", comentó Orlando, quien durante los años que estuvo sobre peso vivió las mayores humillaciones que cualquier ser humano puede soportar.

Orlando no puede ocultar la alegría que ha recobrado, pero las secuelas de su enfermedad aún están ahí. Padece de una condición que le provoca coágulos de sangre y tiene una hernia. Además, visita un psicólogo pues diariamente se pesa para corroborar que no ha ganado libras.

Alcanza su peso ideal

Nilda Vázquez aún guarda los vestidos que usaba cuando pesaba 245 libras. En nada se asemejan al vestido de manguillos y ceñido que lleva al momento de esta entrevista.

Era ropa ancha, cubridora y de colores oscuros.

Vázquez se pasea con una amplia sonrisa por todo el salón donde se celebra la actividad para pacientes de cirugía bariátrica. No puede ocultar la felicidad que le ha llegado a su vida desde que se operó el 24 de agosto de 2006.

"Yo me siento tan feliz, que no puedo ocultarlo. Mi hija me dice que no sabe si después que me operaron me conectaron un motorcito, porque yo no me detengo", indicó Vázquez, quien alcanzó su peso óptimo de 125 libras.

Desde entonces, Vázquez se ha dedicado a ayudar a otros pacientes que están esperando por ser operados o que ya han sido intervenidos. "El que pasó por este proceso puede recaer, y dar ese apoyo es nuestro suero", comentó.

Vida llena de limitaciones

Con 319 libras, Sonia Amaro vio su vida prácticamente detenida.

Sonia no podía fregar, no podía subir escaleras, tomar una guagua pública y mucho menos realizarse un examen médico como un CT Scan.

Ésos fueron algunos de los escollos que, por años, tuvo que enfrentar hasta que en el 2004 se cansó y decidió que era momento de realizarse una cirugía bariátrica. "Sabía estar en una tienda y haber cinco personas sin hacer nada y estar ahí parada y nadie me atiende. Después de haber rebajado, he llegado a una tienda y dos o tres se me han tirado encima para atenderme", relató.

Sonia lamentó que la población de la que un día ella formó parte, sea víctima del desprecio y las burlas. "Las personas no saben lo que es no poder coger una guagüita pública, porque no puedes levantar el pie o porque si te metes a ella no cabes; lo que es no poderte hacer exámenes que te pueden salvar la vida", sostuvo.