La escuela Felipa Sánchez Cruzado, localizada en un cruce de carreteras al tope de una colina en el barrio Cedro Abajo, en Naranjito, había quedado en el abandono luego de que dejara de operar durante el cierre masivo de planteles que ocurrió hace algunos años. Sin embargo, recobró vida y su distintivo mural volvió a brillar, ahora de la mano de una organización y su legión de voluntarios que, por más de tres décadas, ha estado ayudando a comunidades de Naranjito y pueblos vecinos.

Pero rescatar la escuela es apenas uno de los muchos logros que se puede atribuir el Programa del Adolescente de Naranjito, Inc. (PANI), una organización que surgió hace 34 años, como un esfuerzo para atender la necesidad de servicios de salud mental que había dejado la salida de un proyecto gubernamental por reducción de fondos.

Según relató una de sus fundadoras, la maestra retirada María Dolores Rivera Roque, la historia de este programa se remonta a la década del 1980, cuando la Corporación de Servicios Integrales de Salud de la Montaña, que pertenecía al Departamento de Salud, ofrecía los servicios de salud física y emocional a jóvenes y niños en la zona de Naranjito. Pero en el 1989, hubo un recorte de fondos, “y una de las cosas que cortaron fue los servicios que se ofrecían en ese momento en la Clínica del Adolescente, que se le conocía así en nuestra comunidad”.

“Los servicios se afectaron, fundamentalmente los de (salud) emocional, porque la parte física quizás la podían cubrir a nivel del hospital municipal. Pero la parte emocional, que teníamos el sicólogo, trabajadores sociales, pues eso se afectó enormemente. Había una lista enorme de estudiantes, de niños y adolescentes, que se quedaron pendientes de ese servicio”, recordó Rivera Roque, quien para ese momento trabajaba en la escuela superior de Naranjito.

Aprovechando las posibilidades que le brinda su nueva sede, en la antigua escuela, PANI proyecta expandir sus servicios para poder cubrir más necesidades de la comunidad.
Aprovechando las posibilidades que le brinda su nueva sede, en la antigua escuela, PANI proyecta expandir sus servicios para poder cubrir más necesidades de la comunidad. (David Villafañe/Staff)

Ante esa realidad, “un grupo de la comunidad, ciudadanos, de distintos sectores, del área educativa, de distintas agencias, nos dimos a la tarea de rescatar el servicio”. Se reunieron con el liderato del Departamento de Salud, que respondió que solo podía ofrecer desembolso de fondos para el servicio de sicólogo, pero que continuara ofreciendo el servicio que había en la Clínica del Adolescente.

“Ahí se organizan entonces en distintos comités de trabajo los ciudadanos que nos reunimos para establecer el Programa, y pasó de Clínica a convertirse en el Programa del Adolescente de Naranjito”.

Luego de las gestiones para incorporar la organización y buscar fondos para su subsistencia en diversas agencias y otras entidades, “finalmente el programa comienza dando los servicios de un sicólogo, una trabajadora social y, en algunos momentos, había una educadora en salud. Esos fueron los primeros pininos, los primeros pasos”.

Áurea Berríos, directora de PANI
Áurea Berríos, directora de PANI (David Villafañe/Staff)

“PANI nos resolvía a nosotros, porque yo estaba en una escuela donde había mil estudiantes y había una sola trabajadora social, y se nos presentaban estudiantes con distintas situaciones emocionales”, recordó Rivera Roque. “Los maestros tenían una esperanza muy grande puesta en este programa, porque la verdad que nos ayudaba a resolver mucho, complementaba el trabajo de la trabajadora social escolar”.

En su andar, PANI estuvo primero en un local en el sector El Trapiche de donde tuvieron que irse por otro recorte de fondos. Luego estuvieron en un salón que proveyó la Academia Santa Teresita, y entonces en un local que, al igual que el primero, llegó a través del municipio, hasta que finalmente consiguieron establecerse en su actual sede, en la antigua escuela.

Y durante todo ese tiempo la organización no ha parado de crecer. Tan solo el año pasado, ofrecieron sobre 22,000 servicios a participantes de prácticamente todas las edades, pues aunque el nombre no ha cambiado, como explica Áurea Berríos Sáez, directora ejecutiva del Programa, hace mucho tiempo que ampliaron su horizonte de trabajo más allá de los adolescentes.

Sin barrera generacional

Luego del azote del huracán María (2017), por ejemplo, cuando estuvieron colaborando en dar ayuda directa a las personas afectadas a través de los barrios de Naranjito, “observamos mucho adulto mayor en depresión, cuidando sus nietos, en unas situaciones bien difíciles”. Así que no tardaron en crear propuestas dirigidas a combatir el maltrato a adultos mayores. Actualmente, tiene el proyecto Actívate, que cuenta con sicólogos, consejero, trabajadores sociales, que ofrece talleres a los adultos mayores, pasando durante el año a través de todos los barrios de Naranjito.

Por otro lado, “la edad se bajó a 5 años, porque los kínders hay que impactarlos también”, y como quedaba un rango de edad de adultos sin atender, también hicieron otras propuestas para contar con los fondos “para atender poblaciones desde niños hasta los adultos mayores”.

“Y el compromiso del equipo de trabajo es excelente. Y haya fondos o no haya fondos, se le sigue dando continuidad a esos servicios de terapias. Porque aquí llegan muchísimos casos. Hemos tenido casos de jóvenes que han llegado a nivel de suicidios”, indicó Berríos Sáez, agregando que el Programa cuenta con estrictos protocolos para asegurar la confidencialidad y desarrollar la confianza de los participantes.

“Ellos (los participantes) se sienten bien, es confiable. Y la misma comunidad se ha dado cuenta. Básicamente, esto es gratis, para la comunidad. Tenemos unos fondos, con eso se pagan los recursos, pero el servicio se les da gratuitamente a las personas, a los participantes. Y esto ha ido en aumento porque se va regando a voz en la misma comunidad”, sostuvo la maestra de ciencias retirada.

MarÍa Dolores Rivera Roque, maestra retirada y una de las fundadoras de PANI
MarÍa Dolores Rivera Roque, maestra retirada y una de las fundadoras de PANI (David Villafañe/Staff)

De primera mano

Quizás uno de los mejores ejemplos de la aceptación que goza PANI en la comunidad puede verse a través de María Elena Negrón Santiago, quien es voluntaria y ha visto a cuatro miembros de su familia, de dos generaciones, beneficiarse con los servicios del Programa.

“La experiencia mía, además de voluntaria, es con mi familia. Primero recibió servicios mi hija, que ya tiene 47 años, porque tenía problemas de inseguridad. Luego mi nieto, porque también tenía problemas de ajuste a nueva escuela, y recibió aquí los servicios y, gracias a eso, finalmente terminó su escuela y parte de la universidad”, comentó.

“Y ahora mi nieto, que tiene 5 años, recibe terapia de juego, porque aquí trabajan en la terapia de juego sus miedos. Tenía pesadillas, miedos… y lo fueron trabajando y es un niño bien seguro. Ya no ha vuelto a hablar más de las pesadillas ni de los miedos. Y le encanta venir aquí. Y mi hija (la mamá del niño de 5 años) también está recibiendo los servicios, por situaciones en el trabajo, de mucho estrés”, agregó.

Negrón Santiago, quien ha colaborado con PANI desde sus inicios, insistió que en que el Programa “es un éxito” que ha podido constatar más allá de su familia a través de muchísimos otros participantes. Agregó que “hemos tenido la bendición de que todos los voluntarios y todo el personal profesional ha sido gente bien comprometida con dar el servicio, sicológico, de trabajo social, ayudas económicas”.

Aprovechando las posibilidades que le brinda su nueva sede, en la antigua escuela, PANI proyecta expandir sus servicios para poder cubrir más necesidades de la comunidad.

“Estaba, básicamente abandonada. Pero poquito a poco, la hemos ido habilitando. Inclusive, ya contamos con un sistema de placas solares para el edificio de allá (el del mural), que fue una alianza con Casa Pueblo. Y, por ejemplo, se va la luz, y todo ese edificio tiene luz, y de esa forma podemos ayudar a la comunidad, porque pueden guardar sus medicinas si no tienen donde, pueden cargar sus celulares, pueden coger terapias. Ellos pueden venir aquí, ya saben que tenemos ese servicio para la comunidad”, afirmó Berríos Sáez.

María Elena  Negrón, voluntaria y participante de PANI.
María Elena Negrón, voluntaria y participante de PANI. (David Villafañe/Staff)

“Y queremos seguir ampliando. Ahora mismo, vamos a preparar un comedor comunitario con el concepto de ‘community hub’. Y eso es lo que queremos, tener más facilidades para la comunidad, tanto para comida, agua, servicios de terapia”, agregó la directora ejecutiva, explicando que ese concepto de ‘community hub’ lo están trabajando en colaboración el Negociado de Manejo de Emergencias y Administración de Desastres (NMEAD).

Aunque desearía contar “con un equipo de trabajo mucho más grande, porque la demanda de servicio es tan grande, y a veces estamos un poquito limitados de poder servir a todos los servicios que nos piden”, Berríos Sáez celebra todo lo que hace PANI y el amplio respaldo de la comunidad y voluntarios.

“Hemos logrado muchas cosas. Hemos logrado tener una infraestructura mucho mejor. Hemos logrado tener más proyectos para ampliar los servicios que damos a comunidades. Hemos logrado ampliar el ‘range’ de edades, básicamente impactamos a todos, impactamos los WIC (programa de asistencia para mujeres, infantes y niños con bajos ingresos), las jóvenes embarazadas. Hemos trabajado con todo tipo de población”, afirmó con evidente orgullo y satisfacción, agregando que desea que PANI se convierta “en el legado que queremos para nuestro pueblo”.