Luego de varios años de trabajo, en buena medida voluntario y contra la corriente, un trío de laboriosas mujeres puede hoy hablar con enorme orgullo de un proyecto de agricultura urbana que se ha multiplicado para ayudar a varias comunidades con alimentos y otros beneficios y que, además, las llevó a presentar la experiencia a nombre de todo Puerto Rico en el IX Congreso Internacional de Agroecología, recién celebrado en Sevilla, España.

El proyecto, que empezó a gestarse en la Escuela Intermedia Berwind en San Juan, en medio de las carencias de los días posteriores al azote del huracán María, juntó las voluntades de Carmen Patricia Silva González, maestra de educación especial y coordinadora agroecológica de la Escuela; Lydia Enid Córdova Manso, instructora de Biblioteca del Residencial San Martín; y Carol Enid Ramos Gerena, entonces estudiante de maestría en planificación ambiental de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras.

La historia inició tras el paso del ciclón, cuando se estableció, entre las necesidades que había en la Escuela, que la mayor fuente de alimentación en las comunidades aledañas era –precisamente- el comedor escolar, que estaba entonces cerrado, relató Carmen Patricia.

De izquierda a derecha: Carmen Silva, Lydia Córdova y Carol Ramos.
De izquierda a derecha: Carmen Silva, Lydia Córdova y Carol Ramos. (Suministrada)

“Entonces se hace un estudio de necesidades, y vemos que dentro de nuestro espacio se podía crear un área de siembra y enseñarles a ellos que, aún en ese proceso bien difícil del huracán, podemos aprender y ser resilientes”, explicó. “Así que se une la facultad (de la Escuela) con la Universidad de Puerto Rico, y crea un acuerdo colaborativo y una alianza, y surge de un maestro la iniciativa de sembrar”.

Comenzó entonces un proceso de aprendizaje, tanto de estudiantes como de maestros, ya que para entonces los conocimientos sobre siembra y agricultura que sumaban eran limitados. Sin embargo, gracias a las alianzas con la UPR y otras organizaciones y colaboradores que se fueron sumando poco a poco, fueron aprendiendo a “cómo identificar los espacios en desuso, cómo identificar los cultivos en nuestra área escolar y las prácticas que podíamos trabajar, obviamente teniendo en cuenta esa consciencia de cómo podemos proteger nuestro ambiente, y poder ser justos, tanto a nivel laboral como ambiental”.

“Y ha traído unos beneficios grandísimos, porque no tan solo es una práctica que nos ayuda a nosotros a tener alimento y tener una seguridad alimentaria, sino que nos da un espacio donde podemos tener mayor comunicación, mayor respeto, tolerancia, y eso definitivamente son elementos claves que necesita una escuela en un proceso educativo”, explicó la maestra.

Cuesta arriba

El proyecto se dificultó por los reiterados cambios de sede que sufrió la Escuela. Luego de los daños que provocó María, a pesar que la facultad habilitó la mitad de la Escuela y tenían la intención de quedarse en ella y usar las 2.5 cuerdas de terreno disponibles, no pudieron quedarse allí pues “los inspectores, determinaron que no era seguro porque había asbesto”, a pesar que, según la historia del plantel se supone que ya había reconstruida en el pasado para remover el material tóxico.

Uno de los procesos claves de este proyecto  es que tanto los educadores como los estudiantes van aprendiendo sobre los pasos que implementan.
Uno de los procesos claves de este proyecto es que tanto los educadores como los estudiantes van aprendiendo sobre los pasos que implementan. (Suministrada)

Así las cosas, trasladaron la escuela a la Berwind Elemental, a la segunda planta, que de igual forma la facultad cargó con el peso de rehabilitar. Una vez más, retomaron sus siembras, ahora en la Berwind Elemental, y en esta ocasión hicieron un vivero móvil, pensando en que en eventualmente se mudarían otra vez.

Y en efecto, sucedió y en esta ocasión se movieron al plantel de la antigua escuela Ángel Ramos, donde permanecen.

Participación de todos

Entretanto, en su lugar actual, una vez más se han adaptado y, a falta de terreno, han sembrado en jardineras, tres huertos elevados “porque no hay tierra”, y un vivero permanente.

Al mismo tiempo integraron un programa de talleres a todas las materias, con participación de toda la escuela, para que cada maestro y sus estudiantes estén activos en los talleres, “ya sea semilleros, trasplante, sistema de riego, composta, alimentos, menús, recetas”. En el caso de los estudiantes de octavo grado y educación especial, su participación es todavía más activa en el proyecto. Y todo, además, se ha hecho con la aprobación de la comunidad escolar y los padres.

“En el caso de nosotros, se integra la agroecología en todas las materias y en todos los grados, incluyendo la educación especial”, afirmó. “Ha sido un proceso de aprendizaje, y lo hemos ido cambiando año tras año, a medida que vamos viendo qué es lo que les llama la atención a los estudiantes y qué es lo que les beneficia”.

En general, al menos una vez en semana, cada grupo tiene una sesión o taller fuera del salón, participando de alguna práctica de siembra, pues “todos los estudiantes en Berwind Intermedia siembran, están pendientes a los espacios, hacen composta, no importa el grado”.

Cultivan varios productos, como el cilantrillo.
Cultivan varios productos, como el cilantrillo. (Suministrada)

Tal ha sido el éxito, que este año el Departamento de Educación accedió a colocar un maestro de exploración agrícola en la Escuela, “donde los estudiantes de educación especial y octavo grado tienen una clase electiva”.

Los frutos de las siembras, que incluyen tomates, parcha, albahaca, berenjena, calabaza, maní, recao, cilantro, cilantrillo, flor de Jamaica, batatas, yerbas medicinales (sábila, poleo, limón, yerba bruja, orégano), entre otros, van al comedor escolar, a las familias de estudiantes, o se venden a la comunidad, a través de la cooperativa estudiantil Bercoop, en ferias agroecológicas, siempre a precios mucho más módicos que los regulares.

Como parte de la enseñanza, han creado sus propias recetas, incluyendo la “limonada Berwind”, que es “limonada con albahaca” y se vende a través de la cooperativa. Además, como parte de las clases de ciencia y cooperativismo, llevaron a cabo un proyecto de creación de jabones de baño artesanales, usando la sábila del huerto, con el diseño de todo el proceso, desde la compra de materiales, la producción, y la venta en la feria agroecológica.

Repiten la dinámica

Y como las buenas ideas suelen ser contagiosas, uno de los estudiantes participantes la llevó al residencial San Martín, donde encontró el oído receptor de la instructora de biblioteca, y allí también echó raíces de inmediato, en la forma de un huerto comunitario.

“Un estudiante de la escuela, en una conversación, me dice: ‘En mi escuela hay un proyecto y creo que lo podemos traer al residencial’. Y ahí surge el esfuerzo para trabajar el huerto comunitario. Fue en 2018, y ya llevamos cuatro años trabajándolo”, comentó Lydia.

Explicó que entre otros objetivos persiguen “retomar espacios vacíos, sin uso, para crear espacios educativos para la comunidad, donde puedan aprender sobre agroecología, sobre los beneficios de la siembra en la salud”.

“Todo se hace de manera voluntaria y los frutos se reparten a la comunidad de manera gratuita. Y los niños y jóvenes trabajan junto con los ancianos de la comunidad. Así que realmente es un junte de generaciones, los ancianos enseñándole a los niños y jóvenes, inculcándole el amor a la tierra y a la siembra a esta generación que va subiendo y que no ha tenido experiencia con la siembra”, afirmó.

El proyecto empezó a gestarse en la Escuela Intermedia Berwind en San Juan.
El proyecto empezó a gestarse en la Escuela Intermedia Berwind en San Juan. (Suministrada)

Las siembras ocupan espacios entre estacionamientos y entre los edificios. Allí se siembra, se prepara composta, y se producen alimentos de manera natural. Las cosechas incluyen ajíes, pimientos, plátanos, guanábana, yautía, calabaza, sábila, maguey, mangó, brócoli, berenjena, flores de cosmos para atraer polinizadores.

Asimismo, han producido frutos poco conocidos o desconocidos por los residentes, y les enseñan cómo cocinarlos.

Al principio, fue algo complicado, pues “se veía la siembra como algo que es muy fuerte, no me gusta, pero cuando lo fueron trabajando, pues pudieron identificar que les gustaba trabajar entre medio de la naturaleza, en medio de la ciudad, donde todo es edificios. Podían trabajar con la tierra, las edades, compartir entre vecinos, comenzaban a conocerse mucho más profundo. Tal vez el vecino lo había visto de lejos, pero ahora trabajamos juntos. Y se crea un empoderamiento de la comunidad por esa área. Se defiende esa área, ‘mira ten cuidado, bájate de ahí, ese es el huerto’. Y todos luchan por esto. Y ver las caras de los residentes, de satisfacción, al poder entregar cosechas a sus vecinos del fruto de su esfuerzo, realmente no tiene precio”.

Actualmente, en el Huerto Comunitario Residencial San Martín, participan unas 25 familias, mayormente niños y jóvenes, aunque se ha impactado a 35 familias en términos de ampliar sus conocimientos sobre agroecología, “y se ha podido repartir alimentos a 110 familias en la comunidad”.

Y “como ha tenido tanto éxito, tanta acogida por la comunidad”, hay otras tres comunidades que están ya trabajando en sus huertos, en diferentes fases, en el residencial Sabana Abajo, en Carolina; en El Cemí II, en Luquillo; y en El Flamboyán, en Carolina, así como en una comunidad en Vieques.

Precisamente, esta dinámica fue la que les mereció la invitación a presentar la ponencia “En mi escuela hay un proyecto y podemos traerlo al residencial: Escalando experiencias agroecológicas transformadoras en Puerto Rico”, que ofrecieron en Sevilla, España, este fin de semana.

Para conocer más sobre este proyecto, acceda a Facebook bajo Proyecto Agroecológico Urbano Intermedia Berwind.

Carol, quien hoy día es estudiante doctoral en la Universidad de Buffalo, en el estado de Nueva York, pero para 2017 cursaba su maestría en la UPR Río Piedras, recordó que cuando le hablaron del proyecto, para entrar en el mismo como estudiante trabajadora, de inmediato le pareció interesante y aceptó. Aprovechó sus contactos que había logrado con varias organizaciones mientras hacía su bachillerato en la UPR en Mayagüez para lograr impulsar diversas propuestas y conseguir fondos, así como para sumar personas y entidades que de diversas formas han ido contribuyendo en el desarrollo de los huertos, y más recientemente para que pudieran llegar al congreso en Sevilla.

Abundó que en esa cita, donde participaron exponentes de un sinnúmero de naciones, pudo exponer las experiencias de Berwind Intermedia y el Residencial San Martín, a través de unos conceptos que se usan en agroecología, de escalamiento vertical, entiéndase lograr cambios institucionales para que el proyecto y sus valores tenga una base más sólida y permanente, como fue el lograr que asignaran el maestro de exploración agrícola; y el escalamiento horizontal, que se trata de expandir los espacios geográficos e integrar más familias, como está sucediendo con la expansión a otros residenciales.

“Allí fuimos las más escandalosas. Trajimos banderas, sellitos, marcadores de libros, tarjetas de identificación. Íbamos a otras charlas y nos anunciábamos, ‘mira, mañana vamos nosotras, pa’ que nos vayan a ver’. Así somos”, comentó, agregando que en los recesos podían conversar con ponentes de otros lugares como España, Colombia, Holanda, Inglaterra, algunos de ellos con otros proyectos escolares, “y aunque el contexto es diferente, y quizás harían cosas que no necesariamente sean compatibles, sí nos pudimos dar cuenta que Puerto Rico tiene cosas que incluso están más adelantadas que otros contextos. Y esa valoración, que se da de manera silenciosa, es igual de importante”.

A pesar del éxito conseguido, la estudiante fue crítica de los obstáculos que dificultan lo que a todas luces son proyectos que benefician a las comunidades. Mencionó la incertidumbre de si permanecen o no en la escuela actual y en el caso del residencial afirmó que “el trabajo que está haciendo la bibliotecaria, que ese es su rol, con el huerto, es completamente voluntario”.

“A ella no le pagan ni un centavo por el trabajo que está haciendo adicional con el huerto”, presuntamente porque, según alega la administración del residencial, tendría que contar con una certificación adicional, a pesar que cuenta con su bachillerato de maestra.

Sin embargo, son muchas más las personas que sí creen en el proyecto, y de las que están sumamente agradecidas, “las organizaciones, los donantes, por hacer esto posible, por creer en un proyecto como este, algo que quizás las instituciones gubernamentales deberían hacer”.

“Las tres estamos super honradas de representar a Puerto Rico, a las comunidades y a los proyectos que hacen país en nuestra Isla”, concluyó Carol.