Sabana Grande. Sus manos cuentan nuestra historia. Calladas y color canela. No son ajenas al trabajo, pues las tiene ásperas desde niño.

Son las manos de don Ramón Pagán Montalvo, que honran el legado de siglos de historia nativa. Él es el único que entra al Bosque Estatal Susúa a recoger el cogollo de las palmas para suplirles a los artesanos su herramienta de trabajo para el tejido del petate. Es él también el último escobero.

La arbolada sabaneña donde encuentra las palmas y su cogollo queda al final de una carretera encorvada y no tiene carteles ni indicaciones para dirigir a quien se aventure a sus entrañas. Aunque las tuviera, para don Ramón sería innecesario. Es tan hogareño del bosque que se interna en él a oscuras. Conoce si una palma es “hembra” o “varón” y la Luna le avisa cuándo se puede extraer el cogollo y cuándo no. Hasta reconoce dónde esquivar los panales de abejas con tal de mirar la vegetación.

“Yo creo que por aquí está entrando gente. Si yo conozco esto aquí como las manos mías”, dijo mientras que con un machete empuñado en su mano derecha se abría camino.

Don Ramón no aparenta sus 72 años, pues para andar justamente al lado de él hay que acelerar el paso. De alcanzarlo, conocerás las anécdotas de sus días de trabajo en su juventud, de cómo trabajando encontró el amor de su vida con quien está casado más de medio siglo y de cómo consiente a su “negrita” y dueño de su corazón, su nieta Sayonara Acosta.

En la floresta, interrumpió su conversación súbitamente. De sus ojos claros destellaba una emoción juvenil, como la que sentía cuando acompañaba a su padre por el mismo bosque, hace tantos años. Era que descubrió un sinnúmero de cogollos y palmas maduras.

“¡Mire cómo están los cogollos, mire!”, exclamó risueño al también hallar los árboles de roble, necesarios para crear los palos de sus escobas.

Así son los escobillones que realiza.
Así son los escobillones que realiza. (Sara R. Marrero Cabán)

No es cualquier palma de la cual extrae el cogollo. Su nombre científico es Leucothrinax morrisii y se caracteriza porque, cuando madura, sus hojas abren en forma de abanico. Para comprender esto, don Ramón no tuvo que ser entrenado, no lo aprendió de un libro, ni de una academia. Fue de su padre, Benancio Pagán Montalvo, a quien “no soltaba”, de quien obtuvo su conocimiento; y de su madre, la venerada Monserrate Montalvo, de quien heredó el respeto a esta tradición.

“Esto está mina’o ahora. Nosotros cruzábamos un río, una quebrá, íbamos casi (al barrio) a Rancheras (en Yauco) para buscar este material, porque como había mucho escobero, pues, se apocó (escaseó). (Pero ahora), si sube esa loma ahí no puede caminar, de tanta que hay”, indicó mientras extraía el cogollo y observaba su fibra.

La trayectoria y distinción de doña Monserrate en la artesanía del petate le ganaron el reconocimiento de su pueblo, por lo que se nombró el lugar donde residía como la comunidad Monserrate Montalvo Montalvo. (Archivo)
La trayectoria y distinción de doña Monserrate en la artesanía del petate le ganaron el reconocimiento de su pueblo, por lo que se nombró el lugar donde residía como la comunidad Monserrate Montalvo Montalvo.

Pero con los años, llega la fatiga. Sobre sus hombros pesa la carga de su agenda diaria: de 6:00 a.m. a 3:00 p.m. vende viandas, de 3:00 p.m. hasta el anochecer cría cerdos y los fines de semana recoge el cogollo. Cuando sus amistades y familiares se lo piden, cocina manjares de gandinga, arroz con gandules al fogón -adornado con pimientos morrones- y lechón asado. Solo el alba le suple luz para crear sus escobas o faldetas de petate.

“No tengo tiempo pa’ esto. Si no, yo vendía escobas ahí en el quiosco, pero no tengo tiempo, porque el fin de semana es para vender esos animales”, lamentó el padre de cinco féminas y quien es abuelo de 11 y bisabuelo de 14.

Y es que don Ramón ha sobrevivido a todos sus homólogos. En el lapso de 14 años, cuando se dedicó plenamente a esta artesanía, había cerca de 10 escoberos en Sabana Grande. Ahora, está solo.

“Los otros (escoberos) desaparecieron. Eran personas mayores”, rememoró.

Esta realidad ha provocado una reacción de poca urgencia, indicó, pues son muchos los que se enamoran de los productos finales del petate, y de los talleres que ofrece en los festivales del petate que celebra su pueblo, pero pocos quienes hacen el esfuerzo de extraer el material.

“Yo traje al monte (a unas artesanas). Una me dijo ‘mejor dejo la artesanía’. Tienen que aprender a sacar el material”, comentó. “Me gustaría (que) personas de campo se atrevan. Todo el mundo es entusiasma… (pero) tiene que ser de campo que diga ‘voy a hacerlo’”, agregó luego de orgullosamente mostrar una foto suya junto a varias escobas, de diferentes tamaños, que había creado para un festival.

Las manos de don Ramón dan muestra de los años dedicados a esta tradición.
Las manos de don Ramón dan muestra de los años dedicados a esta tradición. (Sara R. Marrero Cabán)

Gracias a él, sus familiares y el puñado de artesanos de petate que se mantienen firmes en la confección del arte, es que la historia y el legado que tanto impulsó la centenaria Monserrate Montalvo perdura. Corre en su sangre y está impresa en sus manos.

“La gente son locos viendo, pero no todas las manos pueden ser así. Son manos de callos de trabajo desde nene y uno se cansa”.