Ponce y Guayanilla. Todavía persiste el temor por los incesantes sustos que han pasado con cada temblor, y también hay preocupación por el futuro en mayor o menor medida, pero a un mes de más fuerte de los sismos que han sacudido el suroeste de Puerto Rico, muchos refugiados se mostraron algo positivos.

Otros, en cambio, ven las cosas mucho más difíciles y hasta contemplan abandonar la Isla.

Primera Hora habló con personas que continúan viviendo en campamentos en Ponce y Guayanilla, ya sea por temores o porque sus viviendas sufrieron daños parciales o colapso total, y encontró que muchos estaban -incluso- ya listos para mudarse a una nueva vivienda que les habían identificado.

Para don Ramón Sáez y don Héctor Delgado sus días en el refugio de Ponce han transcurrido con tranquilidad y agradecieron, además, la ayuda de la ciudadanía.
Para don Ramón Sáez y don Héctor Delgado sus días en el refugio de Ponce han transcurrido con tranquilidad y agradecieron, además, la ayuda de la ciudadanía. (Osman Pérez Méndez)

En el campamento de Guayanilla, muy cerca de donde han estado ocurriendo los temblores, Juan Rodríguez, un refugiado con problemas médicos que requiere uso de equipos de apoyo, recordó los días difíciles durmiendo en un carro y, aunque aseguró estar mucho mejor en el refugio, indicó que “esto todavía emocionalmente, todavía es que si me voy o no me voy… Este día de Reyes no se va a olvidar. Porque los Reyes llegaron, pero se asustaron. Dijeron: ‘aquí no volvemos’”.

“Si esto se calmara, pues yo busco, o ellos me mudan y me voy. Pero que venga una seguridad. Tengo la intranquilidad y la inseguridad. Estoy muy preocupado todavía”, dijo el hombre, quien vive en un segundo piso en un residencial público.

“A lo que pasa un año, uno se va a quedar marcado. A la edad que tengo, 60 años, esto nos afectó”, insistió. “Esto va a seguir, como esta semana, que vino y se lució, el martes. Se encendió la mecha otra vez y volvió la inseguridad”.

Mientras, Misael Rodríguez intentaba poner a mal tiempo buena cara y hasta soltaba sus chistes.

“Al principio es una cosa que no esperabas, porque eso vino de momento. Pero mientras está pasando el tiempo, poco a poco uno se va recuperando. Pero, no es fácil, pero tampoco es difícil”, comentó el hombre.

Agregó que la casa donde vivía, que era rentada, sufrió daños y “la pusieron como roja, la tienen que chequear”.

Fue el 7 de enero a las 4:24 de la mañana que Puerto Rico experimento el sismo más fuerte en más de 100 años.

“Estamos vivos y vamos a echar pa’alante. El proceso está bien. No sé cómo está Vivienda, o Sección 8, o los otros. Sinceramente, no sé. Me imagino que están trabajando, al compás del cha cha chá, como digo yo. Pero no sé. He aplicado y estoy esperando. Espero que en el futuro nos ubiquen. ¿A dónde?, no sé. Pero yo me voy con cualquiera, a dónde aparezca, menos pa’l cementerio”, afirmó.

Carmen Milagros, mientras, permanece en el refugio por el temor que siente cada vez que tiembla y se sacude su casa en la playa de Guayanilla.

“Pienso regresar, pero no sé, si esto sigue… no sé. Se tiene que calmar. No va a estar todo el tiempo así”, dijo en tono de incertidumbre. Aseguró, sin embargo, que en el refugió “nos han tratado bien”.

Samuel González tenía más tranquilidad luego de recibir la noticia de que su casa en la playa de Guayanilla la había inspeccionado un ingeniero y le dijo “que estaba perfectamente bien”.

Sin embargo, dijo que aun tenía el temor que “uno se acuesta y a media noche uno dormido, haga un temblor y le caiga todo encima”.

Entretanto, la joven madre de dos niñas Ada Colón estaba a la espera de mudarse a un apartamento en al residencial La Ceiba de Ponce, luego que tuviera que abandonar su vivienda en el complejo Padre Nazario, donde tuvieron que desalojar varios edificios.

“Me dieron un apartamento en un cuarto piso. No me he ido todavía por miedo”, comentó. “Gracias a Dios, tengo casa. Pero hay que esperar que se calme un poquito esto”.

Recordó que estuvo una semana durmiendo en un carro con las nenas, y que estuvo a punto de irse de Puerto Rico.

Agradeció todos los cuidados para sus niñas en el refugio, incluyendo sicólogos y médicos, además de asistencia para la familia.

Colón también dijo estar preocupada por las futuras clases de sus hijas, y aseguró que se sentiría mejor si las reciben bajo una carpa, en lugar de un edificio. “En una escuela no me gustaría, me da miedo. Si lo hicieran bajo carpas sería mejor”, dijo.

En el campamento base de Ponce, que fue movido del Estadio Paquito Montaner a la Escuela Vocacional luego de los aguaceros que inundaron el campo del estadio, don Ramón Sáez y don Héctor Delgado conversaban tranquilamente sentados en un banco, mientras varios niños corrían de un lado a otro jugando con un perrito.

“Para mí ha estado todo bien. Creo que se manejó bien. Y de afuera ha habido mucha ayuda también. Del norte han venido mucho. Me han tratado bien”, comentó Sáez.

“Yo opino lo mismo. Realmente, las cosas han estado bien. No me quejo”, acotó Delgado.

Ambos están refugiados desde el temblor más fuerte del 7 de enero, luego que se dañara el edificio Darlington de Ponce, donde ambos vivían.

Sáez, de hecho, aseguró que ya le habían conseguido un apartamento en un residencial público, y esperaba que fuera su último día en el refugio.

Delgado, en cambio, aún estaba a la espera de que le encontraran vivienda, pero dijo estar confiado en que “el asunto se está atendiendo”.

Digna López, quien también tuvo que dejar el edificio Darlington, igualmente alabó el trato en el refugio, pero criticó que se permitiera a otros refugiados estar hasta “tarde en la noche ahí hablando, y no nos dejaban dormir a los ancianos. A veces estaban hasta las 4:00 de la mañana”.

López elogió en particular el trabajo de los militares y aseguró que cuando han estado al mando, todo ha funcionado mejor, incluyendo el servicio de comida. “Cuando son los militares, ellos atienden bien”, afirmó.

López enfermó con un virus durante su estancia en refugio, pero recibió todo el cuidado médico que requería.

Lamentó los daños que sufrió el edificio Darlington y que forzaron a su desalojo. “Es muy malo para la gente que vive en el ‘building’. Tenemos que buscar sitio”, dijo con tristeza. Sin embargo, aseguró que le habían encontrado un apartamento “mejor” y esperaba mudarse para fines de este mes.

“Espero que las cosas se mejoren. Me da pena que no se pueda entrar al ‘building’ (edificio) a recobrar otra vez las fotos, los álbumes de mi familia. Los muebles, olvídate. Pero hay cosas que quisiera rescatar, mis papeles de casada, otros documentos”, comentó López.

Fue el 7 de enero a las 4:24 de la mañana que Puerto Rico experimento el sismo más fuerte en más de 100 años.

Ussiel Monge, quien está refugiado desde el gran temblor del 7 de enero, comentó estar preocupado porque su casa en la playa de Ponce sufrió daños en la base, pero por ser una herencia y carecer de documentos de propiedad, no había podido gestionar ayuda con FEMA. Aclaró, sin embargo, que le dieron la opción de llevar una carta certificada que haga constar que llevan allí tiempo viviendo.

“Comparado con otras personas que han perdido todo, gracias a Dios, lo que tiene la (casa) mía son los zocos. Y hasta ahora todo está bien aquí (en el refugio). Aquí tengo cama, aquí me dan comida todos los días”, comentó Monge, añadiendo que FEMA evaluaría su petición una vez someta la carta y “aun cuando me lo nieguen, yo estoy conforme, porque son las normas de ellos y no van a hacer una excepción conmigo”.

“La casa está de pie todavía, pero mi esposa tiene miedo que haya un temblor de más de 6 (de intensidad) y que los zocos cedan y caiga. Y pues, ella está nerviosa y no quiere ir allá”, agregó Monge. “Pero, básicamente, de una forma u otra nosotros vamos a regresar a la casa. Tenemos que tener en cuenta que la vida continúa. Con temblores o no, como dirían, ‘the show must go on’”.

Otra refugiada, que prefirió mantener su identidad anónima, también se expresó de manera positiva sobre los servicios recibidos, pero llamó al Departamento de la Familia a tener un rol más activo en los refugios, pues aseguró que a menudo veía adultos que dejaban a menores a cargo de bebés y niños más pequeños, y que andaban sin un aseo adecuado. También condenó que hubiera personas fumando marihuana.

Mientras, en uno de los llamados refugios informales donde permanecen nueve familias, en el estacionamiento del Paquito Montaner, Vilmarie Rodríguez se expresó decepcionada porque, al decidir quedarse allí y no integrarse al campamento base, las agencias oficiales los dejaran a su suerte, sobreviviendo con la ayuda que llega de personas privadas y otras organizaciones de otras partes de Puerto Rico e incluso de otros estados. De hecho, les quitaron la luz y la cisterna de agua.

Comentó que habían decidido quedarse allí porque en el campamento base habían surgido situaciones de brotes de enfermedades y robos, y además tenía información de que había en el refugio depredadores sexuales.

La joven dijo estar muy preocupada por la situación suya y de otras familias que viven en edificios del residencial privado Miramar Housing, que sufrieron daños y quedaron agrietados.

“Para mi pensar, no están habitables. Actualmente estamos en el limbo. La administración dice una cosa, FEMA dice otra. Mientras tanto, por precaución estamos aquí”, comentó.

Sin embargo, pese a los daños y a que no están viviendo allí, les reclamaron el pago de la renta, así como un informe de los gastos en utilidades por los últimos 12 meses.

“Yo realmente pienso irme pa’ allá afuera. No veo aquí una mejoría. Fui a solicitar apartamento y pues, en una lista de espera que no se sabe hasta cuándo”, lamentó.